viernes. 26.04.2024

Conflicto social y alternativa política

El deseo de vencer esa desconfianza prejuiciosa ha llevado a IU a adoptar formas exquisitas de actuación responsable en las ocasiones históricas en las que han sido llamadas por el voto ciudadano a hacerse cargo de parcelas de poder...

Al hilo del análisis de las autonómicas anticipadas, José Luis López Bulla nos deja, en Un cáncer en las elecciones andaluzas, una reflexión clarividente e importante. Su tesis: no ha habido irrupción significativa del 15-M en el territorio de la política, el «no nos representan» dirigido a los “viejos” corre el riesgo de extenderse también a los “jóvenes”, y los dos mundos del conflicto social y de la alternativa política permanecen en estado de incomunicación, como dos compartimientos estancos o dos líneas paralelas.

Una reflexión cercana, referida de forma específica a Izquierda Unida, se la plantea Luis María González en ¿Esto nos pasa por gobernar? Dice en concreto: «Siempre he repetido, que el proyecto de IU tiene un déficit de credibilidad ante los trabajadores y ciudadanos: nuestra capacidad para gobernar. Somos activos en la reivindicación y la movilización. Será difícil encontrar un conflicto, una lucha, una movilización en la que no esté IU. Pero lo somos menos cuando se trata de traducir en acción institucional y de gobierno la voz de la calle.»

En efecto, el problema viene de lejos. De un lado, debido a una cautela de muchos votantes que estiman conveniente no poner todos los huevos en la misma cesta. Recuerdo que en las épocas de la primavera democrática los ciudadanos de Sabadell votaban con la misma mayoría abrumadora tres opciones distintas: a Felipe González (PSOE) en las elecciones generales; a Jordi Pujol (CiU), en las autonómicas, y a Toni Farrés (PSUC), en las municipales. Era una transacción no escrita, una forma de mantener un equilibrio de poderes compensados que se estimaba como la mayor garantía de una prosperidad social.

Esa concepción subsiste de alguna manera en la idea de quienes reparten su confianza, a unos para la movilización social, y a otros distintos para el gobierno de las instituciones. IU se ha visto siempre lastrada por una desconfianza instintiva de las llamadas (abusivamente) “mayorías silenciosas”: se apoyaba la movilización social que promovía IU, el “follón”, pero se consideraba de forma tácita que esa misma circunstancia la descalificaba para gobernar.

El deseo de vencer esa desconfianza prejuiciosa ha llevado a IU y a IC-V a adoptar formas exquisitas de actuación responsable en las ocasiones históricas en las que han sido llamadas por el voto ciudadano a hacerse cargo de parcelas de poder. Pero el intento de atenuar los conflictos en aras a la gobernabilidad no les ha ayudado con unos y en cambio ha perjudicado la confianza que otros ponían en ellas. Es un rompecabezas de difícil solución.

No es ese, sin embargo, el problema que emerge de los números de Andalucía, en la lectura de López Bulla y de Carlos Arenas. Estamos ante otro fenómeno distinto y de grandes proporciones, el del desencanto de la política y de la abstención como mística de un rechazo global al sistema. Es decir, ante un nutrido filón de ciudadanos que se manifiestan radicalmente contrarios a la política, a la política de cualquier signo, y que se movilizan de forma puntual en contra de déficits sociales muy determinados…, que dependen precisamente de la política. Hubo una identificación apresurada entre el afloramiento del 15-M y de los Indignados, y el nacimiento de Podemos como experimento político. Son dos cosas distintas: el 15-M es un fenómeno, y Podemos un epifenómeno. Pero sería bueno que Podemos – o, en su defecto, otra formación novedosa y aguerrida – consiguiera arrastrar hacia el terreno de la política a reivindicaciones y a personas que hoy se mueven en los márgenes del sentimiento común de lo colectivo, de lo socialmente compartido.

Conflicto social y alternativa política