sábado. 04.05.2024
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Pedro Sánchez en la última sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.

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Una denuncia absurda, digna continuación del voto de censura de Ramón Tamames, ha ocasionado una reacción inédita de un presidente de Gobierno. Como escribiera Shakespeare para Shylock, ha preguntado ¿acaso no sangro cuando me pinchan?

Un analista neutral podría usar la navaja de Ockhan para analizar la situación: la explicación más simple sería la lectura literal de la carta que ha escrito Sánchez. Pero, no, aquí hace tiempo que nos conocemos todos.

Naturalmente, el antisanchismo ha salido en tromba, como la caballería, ese arma del ejército encargada de la explotación del éxito en la batalla, para terminar de liquidar al enemigo. Por supuesto, dicen, se trata de un gesto. Un tipo de su catadura moral, un psicópata del poder, como él, puede estar apelando al cuento de la lástima para provocar una reacción de apoyo que se revuelva como un bumerang contra sus atacantes.

Pero, ¿y si no se tratara de un gesto? Y si, lo que ocurre es que, a fuerza de aguantar lo inaguantable, se le han hinchado las hinchazones y está valorando la relación calidad/precio de su dedicación personal a una causa que, incluso en una parte importante de su propio partido, está contestada.

Pongámonos en esa hipótesis y en la posibilidad de que considere que hasta aquí hemos llegado. En ese caso, el próximo lunes, después de pasar por el cercano Palacio de la Zarzuela, anunciará su dimisión. Y, parece preguntarse un país entero, ¿qué será de nosotros? Famosas dimisiones anteriores, como las de De Gaulle, González, Suárez o Ratzinger, no lograron parar el mundo y, esta, tampoco lo haría. Pero tendría consecuencias.

Esas consecuencias, después del tradicional y constitucional proceso parlamentario, quizás seguido de un posible periodo, o periodos, electorales, podrían consistir en un gobierno como el actual (con o sin Sánchez), o en otro dirigido por Núñez Feijóo (una prueba de que en España cualquiera puede llegar a presidente) y acompañado por ministros de VOX. No tengo tanta imaginación para pensar en otras posibilidades, pero vete a saber.

En el primer caso, los compromisos entre los grupos políticos que forman, y formarían, el Gobierno, deberían mantenerse. Por eso, es razonable pensar que la situación general tendría pocas variaciones excepto por la sustitución del "sanchismo" por un nuevo "fulanismo" que adoptaría el nombre del nuevo, o nueva, líder. Después de un periodo de cortesía, de duración que podría medirse en horas, la derecha (y no voy a añadir, por inútil, lo de "y la ultraderecha") la emprendería con el nuevo, o la nueva, con esfuerzos redoblados. La satisfacción por haberse cargado a Sánchez y la frustración por no haber podido encontrar el grial del gobierno, les podría animar a dar alguna vuelta de tuerca de difícil previsión aunque de fácil suposición.

En el otro caso, y aun ignorando qué parte de la “derogación del sanchismo" puede pasar de las musas de un programa electoral al teatro de la realidad, hay cosas fáciles de imaginar. La política económica, esa que nos va a conducir a la ruina como país, el "timo energético", el incremento desmesurado de los salarios, fruto de una alocada reforma laboral, o las inútiles leyes que tratan de resolver la natural desigualdad de las mujeres, deberían ser, esas sí, derogadas. Porque no parece que lo más grave que haya hecho Sánchez haya sido viajar en Phantom con gafas negras.

La ley de amnistía podría no contar con los apoyos necesarios en el Congreso cuando vuelva del Senado. En ese caso, la suerte personal de Puigdemont es lo de menos comparado con una situación en Cataluña que podría hacer cualquier cosa menos mejorar.

Tampoco creo que cerca del 70% de la población vasca diera saltos de alegría a no ser que Bildu dejara de ser, previo reconocimiento por el BOE, herederos naturales de ETA.

También, hay que imaginar, serviría para que el PSOE, cual ave fénix, e impulsado por viejos eméritos, resurgiera de sus cenizas y, más temprano que tarde, el espíritu de Pablo Iglesias, (ese no, el otro), volviera a pasearse por las grandes alamedas de sus agrupaciones.

Y, como cantaría el nuevo Premio Princesa de Asturias de las Artes, ...la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas. Porque, aquí, se acabó la fiesta.

(Ahora que, yo, estoy en la navaja de Ockhan. O sea que creo que, como diría el oráculo, lo más probable es que cualquiera sabe).

¿Y si no fuera un gesto?