viernes. 26.04.2024

Desmontando a Birgitt

Se ha convertido en lugar común hablar de la serie de televisión danesa Borgen para ejemplificar la necesidad del pacto.

Se ha convertido en lugar común hablar de la serie de televisión danesa Borgen para ejemplificar la necesidad del pacto y la negociación en parlamentos fragmentados, como el surgido tras las últimas elecciones. Y su personaje central, la moderada Birgitt Nyborg, surge como supuesto epítome de sus virtudes. Pero, 400 años después, algo sigue oliendo a podrido en esa Dinamarca idealizada.

Porque Borgen es (en resumen y avisando del riesgo de spoilers a partir de ahora) la crónica de la degradación moral de su protagonista y del sistema al que sirve. A lo largo de tres temporadas, asistiremos al ascenso, caída y agonía de una candidata de centro con escaso apoyo popular, que consigue auparse a la presidencia tras filtrar información sensible sobre sus rivales.

Birgitt irá perdiendo compañeros de viaje y deshaciéndose sin reparos de socios y enemigos con los medios de comunicación como testigos ocasionalmente cómplices. Disfrutará privilegios, conjugará en neolengua lemas que maquillan recortes sociales y chantajeará a líderes locales y extranjeros. Para que no falte de nada, aprovechará las puertas giratorias que se le ofrecen, se resistirá a ser un jarrón chino en su partido y se rodeará de tránsfugas para regresar al poder. Sin importarle pactar con derecha o izquierda. Sin más programa que la conveniencia ni más militancia que una camarilla sumisa. ¿Les suena de algo?

Capacidad camaleónica y olfato para sobrevivir a la irrelevancia representativa no le faltan a la protagonista, pero queda lejos de ser un ejemplo a seguir. Porque corremos el riesgo de confundir las virtudes del pacto y la admiración por esa finezza que tanto echaba en falta Andreotti en España con el maquiavelismo de mesa camilla y el reparto de cuotas de poder.

En estos días se ridiculizan algunos ejercicios de consulta a la militancia a la hora de tomar decisiones. En cambio, esos mismos críticos no alcanzan a ver que la extravagancia reside en seguir convocando escenas de sofá entre líderes y cónclaves reservados a los cuadros del partido para enfangarse en debates de familia que las bases resolverían sin pestañear.

Cuando se usa el termino “vieja política” se hace referencia precisamente a esa ceguera que impide entender la urgencia de abrir procesos transparentes de participación en la toma de decisiones. Mecanismos abiertos que preserven los principios y programas de los partidos pero que, al tiempo, respeten el mandato de sus militantes y electores. Aunque esa apuesta sea menos cool que la astucia elitista de Birgitt.

Desmontando a Birgitt