domingo. 28.04.2024
Walter Lippman y John Dewey
Walter Lippman y John Dewey

Esta controversia he podido conocerla tras la lectura del libro de Rainer Mausfeld, de título muy sugerente ¿Por qué callan los corderos? (2022). Rainer Mausfeld es un profesor alemán jubilado de Psicología en la Universidad de Kiel. Sus intereses científicos son la psicología de la percepción y la ciencia cognitiva, así como la historia de la psicología. El libro es muy interesante, habiéndose convertido en un bestseller en Alemania. Tiene un prólogo espléndido de Juan Carlos Monedero, titulado ¿El fin de las grandes esperanzas? Una mirada poco amable a las democracias representativas. La idea fundamental de tal prólogo es mostrar cómo los grandes medios en manos de los grandes poderes económicos son capaces de invisibilizar la realidad, por muy injusta que sea para la gran mayoría. Y así se ha normalizado, tal como se pregunta contundentemente Monedero: ¿Qué hacemos con los gilipollas que cobran 900 pavos y votan a Ayuso? 

Retorno al libro de Rainer Mausfeld, cuyo objetivo fundamental es reflexionar sobre la pregunta expresada en el título, ¿Por qué callan los corderos? Yo reflejaré en estas líneas algunas ideas del capítulo del mismo, libro titulado, Cómo mantener en el redil al rebaño confundido. La restricción del espacio público y la proscripción de la disidencia. Dentro de él aparece una controversia de los años 20 y 30 del siglo mantenida entre Lipmann y Dewey, que un siglo después sigue plenamente vigente lamentablemente. Ya que reflexionan sobre la democracia y el papel que desempeñan en ella los medios de comunicación. La expresaré en sus líneas fundamentales con algunas incorporaciones de otros politólogos.

Los grandes medios en manos de los grandes poderes económicos son capaces de invisibilizar la realidad, por muy injusta que sea para la gran mayoría

En la primera mitad del siglo XX, el periodista Walter Lippman inició una serie de debates que hoy son de actualidad. Buscaba una democracia en consonancia con la complejidad de una sociedad moderna altamente industrializada. En su libro Libertad y prensa, de 1920, afirmaba: “El mundo sobre el que supuestamente cada hombre tiene opiniones se ha vuelto tan complicado que desafía su capacidad de comprensión”. Puso sobre la mesa el tema de la complejidad de un sistema democrático, debido a una sociedad cada vez más avanzada. Norberto Bobbio en 2001 dijo que “la democracia se ha vuelto en estos años el denominador común de todas las cuestiones políticamente relevantes, teóricas y prácticas” , pero advirtió que “el proyecto democrático fue pensado para una sociedad mucho menos compleja que la que hoy tenemos”. “Las transformaciones que la sociedad ha vivido se han convertido, a su vez, en obstáculos imprevistos y sobrevinientes para el cumplimiento de las promesas democráticas”. Igualmente, Daniel Innenarity escribió en 2020 el libro Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI, donde se planteó las siguientes preguntas: “¿tenemos hoy una teoría política a la altura de la complejidad que describen las ciencias más avanzadas?, ¿son capaces nuestras instituciones de gobernar un mundo con una complejidad increíblemente creciente?, ¿puede sobrevivir la democracia a la complejidad del cambio climático, de la inteligencia artificial, los algoritmos y los productos financieros?, ¿o hemos de concluir resignadamente que esa complejidad constituye una verdadera amenaza para la democracia?”

Lippmann para abordar la complejidad de la nueva sociedad de los años 20 del siglo pasado, su solución fue una “democracia de élites”, en la que los ciudadanos eligen periódicamente sus representantes políticos en un determinado espectro. Este gobierno, legitimado periódicamente en elecciones, tiene la ventaja para quienes ejercen el poder de que evita conflictos violentos entre los propios grupos de élite. También abordó el rol de los medios de comunicación en una democracia de élites y asignó a los think tanksun papel preponderante. En sus libros, La opinión pública (1922) y El público fantasma (1925) hizo una crítica mordaz de la idea de ciudadanos responsables y esbozó los contornos de la organización de una democracia de élites. Esta democracia de élites la defiende Schumpeter, el cual creía que la estabilidad de la democracia dependería de tener buenos líderes, probablemente una élite de expertos profesionales, los cuales deberían ocuparse de unas pocas materias y estar asistidos por una burocracia estable y bien cualificada. Por su parte, el electorado no debería interferir en las decisiones de los líderes electos ni darles instrucciones. La democracia significa tan solo que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar a los hombres que han de gobernarle, pero no más. Dada esta división de tareas el «elitismo competitivo» de Schumpeter sería el modelo de democracia más factible y apropiado.

Para Lippmann la solución a  la complejidad de la nueva sociedad de los años 20 del siglo pasado, se basaba en una “democracia de élites”

Lo expuesto por Lippmann, le llevó al filósofo liberal John Dewey a hacer una crítica profunda a sus conclusiones. Dewey procedía de una línea de pensamiento totalmente diferente. Estaba en la tradición de la Ilustración, fue un reformista social, un educador y, sobre todo, un gran defensor de las formas de vida democráticas. En su libro La opinión pública (1927), diseccionó las tesis de Lippmann y trató de determinar las condiciones en que son posibles los ciudadanos responsables y, por tanto, una sociedad plenamente democrática. Aunque Dewey compartía muchos aspectos del análisis psicológico de los individuos de Lippmann, a la hora de tratar los temas sociopolíticos era imposible un entendimiento entre ambos. Esto se debía a que ambos perseguían objetivos políticos muy diferentes. Lippmann se preguntaba cómo podía organizarse eficazmente el poder en una sociedad moderna y Dewey, cómo podía contener eficazmente el poder político, plateándose cuestiones esenciales de la Ilustración.

En el centro de las reflexiones de Lippmann anidaba una crítica implacable a la idea de ciudadanos responsables Su visión del hombre le llevó a considerar la democracia como un ideal aberrante y equivocado. Creía que los ciudadanos no tenían ni conocimientos ni intereses políticos y que carecían de la capacidad de pensar y actuar. Guiados por estereotipos, no conocen el mundo político de forma directa, sino solo como una imagen mental, es decir, como algo filtrado por sus sentimientos, hábitos y valores. Expresan emocional e intelectualmente sus opiniones políticas desde un mundo mental ilusorio. Son incapaces de comprender y dominar intelectualmente los problemas políticos de la compleja sociedad moderna. En los años veinte, Lippmann había descrito las masas de una forma simplificadora, como una multitud de espectadores pasivos distraídos en una gran sala de cine, la versión moderna de la caverna de Platón, o el anticipo del “Sensorama” de Un mundo feliz de Huxley.

Antes de este desdeñoso resumen de las competencias políticas de los ciudadanos, Lippmann echaba la culpa de los problemas de la democracia sobre todo a los medios de comunicación. En su libro, Libertad y prensa (1920), lamentaba que la crisis de la democracia fuera una crisis del periodismo, y se preguntaba cómo podría sobrevivir a esta si la fabricación del consenso era una empresa privada no regulada. Le preocupaba que la democracia representativa se convirtiera cada vez más en un gobierno de periódicos. Estos son incapaces de trasmitir una imagen objetiva y no distorsionada de la realidad social y, por tanto, no pueden compensar la incompetencia de los ciudadanos. Ya en 1920, Lippmann se quejaba de que la prensa, cuya tarea era decir la verdad, se había convertido en portadora de propaganda: “La forma más destructiva de falsedad es la sofistería y la propaganda de aquellos cuya profesión es informar de las noticias. Las columnas de noticias son como empresas de trasportes Cuando. quienes las controlan se arrogan el derecho de determinar sobre qué debe informarse y para qué, la democracia es inviable. La opinión pública está bloqueada porque cuando un pueblo no puede acudir con confianza a las mejores fuentes de información, entonces las conjeturas y los rumores de cualquiera, las esperanzas y los caprichos de cada uno, se convierten en la base de gobierno”. Estas palabras de Lippmann son de total actualidad y aplicables a no pocos medios de comunicación en esta España nuestra.

 Ante esta situación, Lippmann defiende la necesidad de que la democracia debía dejarse en manos de expertos responsables e iniciados, que conozcan todos los aspectos relevantes de un problema y estén organizados en “oficinas de inteligencia”. Esto les permitiría ofrecer una imagen fiable de la realidad social, que les posibilitará una acción más eficaz. Solo así se podría crear un contrapunto a las evidentes debilidades de la democracia contra los fuertes prejuicios, la apatía, la preferencia por lo extrañamente trivial frente a lo aburrido y lo importante.

Para Dewey, la competencia política es el atributo de un colectivo que surge de las potencialidades de una discusión libre, igualitaria y bien informada

Lippmann considera a la democracia ante todo como un problema administrativo que los expertos debían resolver con la mayor eficacia para que la gente pudiera dedicarse a sus quehaceres normales. Aunque Lippmann no quería privarse de usar el término de democracia, sus ideas propugnan una oligarquía de élites electorales, por lo que su visión es claramente antidemocrática, y revela que su conclusión es diáfana de que la democracia solo puede funcionar si no lo era. Tal idea estaba muy extendida entre las élites culturales y económicas de su época, mas lo grave que hoy esa idea sigue vigente también.

Dewey, por el contrario, consideraba que el único medio contra las experiencias destructivas del pasado era mediante la realización de una auténtica democracia para contener el poder político ilegítimo. Su visión coincidía en gran parte con el diagnóstico de Lippmann, sobre la crisis de la democracia y la incompetencia política de los ciudadanos. No obstante, Dewey creía que podía aportar suficientes razones que le llevaban a conclusiones opuestas, a pesar de un diagnóstico semejante. Para él, la premisa de Lippmann de centrarse en la competencia política de algunos ciudadanos era un grave error conceptual. La competencia política no pertenece a un ciudadano aislado de la naturaleza de su comunidad, sino que es el atributo de un colectivo que surge de las potencialidades de una discusión libre, igualitaria y bien informada. Dewey afirmó. “Mientras predominen el secreto, la parcialidad, el prejuicio, la tergiversación, la propaganda y la pura ignorancia en la información dirigida a la opinión pública, no hay posibilidad de juzgar la competencia política de las masas”. 

Mientras no se ponga a disposición de la población toda la información de forma no distorsionada, mientras el espacio del debate público no sea accesible a todos de una forma equitativa, y mientras esté dominado y restringido sistemáticamente por grupos de poder, no habrá posibilidad de emitir un juicio sobre la competencia política de los ciudadanos. Por ende, no tiene sentido lamentarse de los problemas de la democracia sin analizar las razones que los provocan.

 Sigue señalando Dewey, la base fundamental de la democracia es que el debate público permanezca intacto y no esté manipulado o restringido por los poderosos. Dado que ese espacio solo lo construyen los medios de comunicación; el papel de estos no puede entenderse sin tener en cuenta los intereses económicos y políticos en los que están inmersos. Señala ya en 1935 que hay que examinar el efecto necesario del sistema económico sobre toda la esfera pública y preguntarse “hasta qué punto son posibles la auténtica libertad intelectual y la responsabilidad social a gran escala en las condiciones del sistema económico vigentes”.

Para Dewey, la conclusión adecuada de los déficits en la competencia política de los ciudadanos identificados por Lippmann era tomarse realmente en serio la idea rectora democrática atreviéndose a llevarla a cabo. Esta solo puede funcionar si todos los ámbitos de la sociedad, incluida la economía, están organizados de una manera democrática y si la política no es simplemente “la sombra que la gran industria proyecta sobre la sociedad”.

Por tanto, la cuestión de la madurez de la ciudadanía apunta directamente a los medios de comunicación, cuestionando si su organización es democrática y si informan a los ciudadanos de forma libre, completa y sin distorsiones.

Una controversia, que giró sobre cuestiones fundamentales para la posibilidad de la democracia: la racionalidad política de los ciudadanos y su capacidad para orientarse hacia el bien común

Lippmann veía que el ciudadano era incompetente en temas políticos, salvo que su propio beneficio estuviera en juego, y, a la vez, estaba convencido de que los expertos tienen un grado mayor de racionalidad, que les permite trabajar por el bien común. Además, opinaba que los medios de comunicación son incapaces de informar objetivamente sobre la realidad social y que, en consecuencia, la base adecuada para las decisiones políticas solo puede ser proporcionada por expertos bien informados.

Dewey, por su parte, dudaba de lo dicho por Lippmann acerca de una distinción tajante entre expertos y ciudadanos normales, tanto en su competencia política como en su predisposición a poner el bien común por delante del interés propio. Para él, la idea de Lippmann de expertos responsables comprometidos de forma independiente y neutral con el bien común, organizados en oficinas de inteligencia y que así proporcionan a los responsables políticos una imagen adecuada y clara de la realidad social, era una ficción ingenua.

Estas son las posiciones de una controversia, que giró sobre cuestiones fundamentales para la posibilidad de la democracia: la racionalidad política de los ciudadanos y su capacidad para orientarse hacia el bien común. Lippmann lo hizo desde la perspectiva de los individuos aislados, mientras que Dewey lo hizo desde una óptica colectiva. Lippmann argumentó que los problemas en cuestión podrían resolverse si los responsables políticos contaran con expertos para la toma de decisiones. Dewey, por su parte, creía, que los problemas identificados por Lippmann solo podrían resolverse si todas las partes de la sociedad, incluyendo la economía y los medios de comunicación, se organizaban democráticamente. 

La vieja controversia, aunque también plenamente actual, de Lippmann y Dewey