sábado. 04.05.2024
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Cuadro de Max Ernst 'Europa después de la lluvia'.

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En nuestro viejo continente, estamos camino de perder derechos y libertades individuales y colectivas que hacen de él lo que es y le dan su especificidad en el mundo. Corremos el riesgo de convertir en profético el cuadro de Max Ernst Europa después de la lluvia II. Pintado en 1940 con tambores de guerra tronando por doquier y la amenaza del triunfo inapelable del nazifascismo, expresa la desolación más absoluta. Un paisaje arrasado, rocoso, erosionado hasta el tuétano, donde ni siquiera los mínimos brotes orgánicos parecen otra cosa que materia inerte, privada de vida. Estamos ante una terrible metáfora geológica de la devastación y del descalabro de la esperanza. 

La estrategia se completa con una nueva ronda de compras a crédito que nos da la impresión de haber retornado al paraíso

Sin embargo, Europa salió de aquel marasmo –pagando, eso sí, un precio exorbitante– y se fue recuperando. No deberíamos resignarnos mansamente a la liquidación de la excepción europea y metamorfosearnos en un lineal más del hipermercado global. En el norte y en el sur, en el este y el oeste, prosperan movimientos políticos que, a cambio de incitar a sus adherentes a odiar sin barreras a estos o aquellos, imponen sibilinamente la aceptación acrítica del desorden establecido. Multitudes crecientes son atraídas hacia el abismo de la anestesia moral, la ignorancia voluntaria y la ceguera sectaria. Cada vez se asiente con mayor entusiasmo al clivaje social en ganadores –pocos– y perdedores. Y por mucho que uno alegue la inocencia y pureza de sus intenciones o la dificultad de eludir el instinto gregario, lo cierto es que ha elegido conscientemente una opción. Pues todo el mundo tiene en algún momento, por acción u omisión, que responder a la pregunta verdaderamente relevante: «Y tú, ¿de qué lado estás?». La virginidad política perpetua no existe, cada uno está llamado irrevocablemente a tomar partido. Y la división no es automática. Si se encuentran triunfadores en el bando de los vencidos, innumerables derrotados sostienen el palio de los vencedores. 

No cuela la sempiterna coartada para seguir rascándose la barriga mientras la injusticia prevalece, cargar la culpa sobre las anchas espaldas del Hado Funesto. Abundan los supertitulados sobradamente preparados –¿para qué?– que se dejan llevar por la corriente sin poner en tela de juicio el caos por el que navegan. Lamentablemente el pueblo, agrupación de individuos activos en sus opiniones, deseos o intereses, ha mutado a público o masa de espectadores pasivos, indiferentes e indiferenciados. La única pregunta que moviliza las conciencias es «¿por qué a mí?», cuando debería bastar con «¿por qué?». Pero la acelerada homogeneización de las mentes conduce a su progresivo vaciamiento. Vemos a millones tragarse promesas tan contradictorias como una drástica rebaja de impuestos y cotizaciones sociales junto a un aumento del gasto en servicios comunitarios. 

Esa acomodación al pensamiento dominante y la correspondiente delegación de toda facultad crítica no es ajena al avance rampante del nacionalpopulismo

El ur-fascismo crece y busca el consenso explotando y exacerbando el natural miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista […] es contra los intrusos. El ur-fascismo es, pues, racista por definición (Umberto Eco: «Il fascismo eterno», Cinque scritti morali). 

Ampliando su radio de acción, enseguida pasa a considerar enemigo a destruir cualquier atisbo de conciencia propia o de disidencia: «Para el ur-fascismo, el desacuerdo es traición» (ib.). Se trata de una mera intensificación de la exigencia de asentimiento que el Sistema impone a cada ciudadano. La más leve sombra de duda se interpreta como deslealtad imperdonable. Una transgresión de la orden ejecutiva de conformismo a toda costa es tildada de locura antisistema. Impecables juicios apoyados en la Ética y la Razón son condenados sin apelación por la implacable Sinrazón de Estado. Se deslegitiman al máximo los intentos de resistencia. 

Gastemos cual si no hubiera un mañana hasta que, como en un dibujo animado, nos demos cuenta de que llevamos tiempo corriendo en el vacío

El proyecto de Totalitarismo económico que las grandes corporaciones y fortunas anhelan implantar requiere un ascenso del autoritarismo político. No es casual que se esté volviendo a cuestionar el derecho a decidir autónomamente en múltiples aspectos de la esfera privada, incluso íntima. Todo régimen tiránico es consciente de que, para atenazar a la sociedad, es preciso interferir y regular las actividades más personales, que constituyen los últimos refugios de la libertad. Hay un lazo que une los ataques a la interrupción voluntaria del embarazo o a la dignidad de la mujer con la instauración del precariado y la generalización de la escasez de recursos y oportunidades. 

La ciudadela de los poderosos se antoja cada vez más inexpugnable, un nido del águila fuera del alcance de los pobres mortales. Para quienes vivimos al día, tiene el brillo del Olimpo o del Walhalla, si bien al aproximarnos pierde parte de su lustre. 

Y vio entonces allá arriba el castillo […]. En conjunto, tal como se mostraba allá a lo lejos, respondía el castillo a la expectativa de K. […]. Pero al ir acercándose el castillo lo defraudaba: no era, con todo, sino un pueblecito bastante miserable, compuesto al azar de casas aldeanas, y se distinguía tan solo porque tal vez allí todo estuviese construido en piedra» (Kafka: El castillo). 

Aunque la realidad de la fortaleza sea más prosaica de lo que parecía, envuelta en zafiedad y podredumbre moral, su llamada embelesa y mete en vereda a la multitud. Y si llega a las entrañas, es porque ofrece salvación individual a falta de redención colectiva. La clave del funcionamiento de una economía perversa es conseguir que aquellos a quienes les tocan unas migajas se conformen con ellas al contemplar como única alternativa una escudilla vacía. Por eso, cuando alguien logra un lugar al sol, por minúsculo que sea, tiende a dar por concluida su demanda de justicia y solidaridad. En los años más duros de la crisis, asiduos a las manifestaciones iban desapareciendo de ellas a medida que se arreglaba lo suyo. Este es un problema básico de quienes aspiran a una sociedad más libre, igual y fraterna. La mayoría de la gente es Pepi en El Castillo

Es un puesto como cualquier otro, pero para ti es el reino de los cielos, y, por consiguiente, lo tomas todo con un celo exagerado, y te adornas como a tu modo de ver se adornan los ángeles […] y tiemblas por tu puesto, y te sientes constantemente perseguida, y tratas de conquistar a todos los que, en tu opinión, pueden ayudarte, mediante excesivas amabilidades. 

Incontables Pepis están dispuestas a defender a ultranza su sitio ante los demás. El Sistema potencia esta situación de enfrentamiento y de sálvese quien pueda manteniendo un equilibrio inestable entre precariedad y consumo low-cost. Que la vida comunitaria se convierta para los más en una lucha por la supervivencia es garantía de tranquilidad para los elegidos. El ideal es un mundo en el que la pregunta «¿De qué vive el hombre?» no admita otra respuesta que la de Mackie Navaja: 

¿Qué de qué vive el hombre? Torturando 

despojando, atacando, devorando a otros hombres 

El hombre solo vive olvidando 

y al prójimo, mejor no lo nombres

(Brecht: La ópera de cuatro cuartos). 

La estrategia se completa con una nueva ronda de compras a crédito que nos da la impresión de haber retornado al paraíso. Gastemos cual si no hubiera un mañana hasta que, como en un dibujo animado, nos demos cuenta de que llevamos tiempo corriendo en el vacío. El trompazo será entonces de rigor, pero ¡y lo que nos habremos reído!

¿De qué vive el hombre?