domingo. 28.04.2024
inmigrantes mediterraneo
Inmigrantes en el Mediterráneo.

El eurocentrismo es una forma de etnocentrismo (colocar a una cultura como superior con respecto al resto), por lo que se convirtió históricamente, en motivo de dominio y sumisión sobre otras civilizaciones, cuyos valores se tomaron como inferiores, y por ende no dignos de respeto. Supone una determinada visión de la historia. Desde el inicio de la Modernidad, la historia de los pueblos de América, de África, o de otros continentes no europeos quedó en manos de los historiadores europeos. A los pueblos «sin historia, sin memoria y sin sueños», los vencedores impusieron una historia, su historia. La historia contada es solo una parte de la historia. Para Enrique Dussel, las palabras construyen discursos que jerarquizan y priorizan mensajes e ideas que plasman una manera de organizar el mundo. Quien escribe la historia tiene la capacidad de negar hechos a la vez que entroniza otros o los convierte en protagonistas de la historia. La palabra «descubrimiento» supone una mirada europea como centro del mundo que descubre o quita el velo de un continente. «Hablar del descubrimiento es partir del «yo» europeo como constituyente del acontecimiento histórico: «yo descubro», «yo conquisto», «yo evangelizo». El «yo» europeo define al primitivo habitante (amerindio) des-cubierto como cosa que, entrando al mundo del europeo, cobra «sentido».

Por eso, Eduardo Galeano nos dice con gran ironía en Los hijos de los días: «En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un Dios de otro cielo, y que ese Dios había inventado la culpa y el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja».

Para corregir esta esquizofrénica ceguera del eurocentrismo hay que recurrir a voces de otros continentes. Entre ellos, el libro “Los condenados de la Tierra” de Frantz Fanon con un prólogo de Jean Paul Sartre, en el que el cual nos escupe a la cara de los europeos con palabras de Fanon: «No perdamos el tiempo en estériles letanías ni en mimetismos nauseabundos. Abandonemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por donde quiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo. Hace siglos… que en nombre de una pretendida aventura espiritual ahoga a casi toda la humanidad.». O al sociólogo puertorriqueño Ramón Grosfoguel de la Universidad de California en Berkeley, que de nuevo nos denuncia con no menos contundencia a los civilizados europeos: «Por los últimos 513 años del sistema-mundo Europeo / Euro-americano moderno /colonial capitalista / patriarcal fuimos del ‘cristianízate o te mato’ en el siglo XVI, al ‘civilízate o te mato’ en los siglos XVIII y XIX, al ‘desarróllate o te mato’ en el siglo XX y, más recientemente, al ‘democratízate o te mato’ a principios del siglo XXI». ¡Qué resumen de la historia de la modernidad! O el artículo Actualidad del pensamiento de (Aimé) Césaire, en el que lleva a cabo una redefinición del sistema mundo y producción de utopía desde la diferencia colonial, Césaire se muestra contrario a las interpretaciones del nazismo como una anomalía del fascismo en Europa respecto a la historia de Occidente, ya que el nazismo es una continuación de la expansión moderna/colonial europea. Césaire pone en el centro de la interpretación del nazismo el asunto de la colonialidad inherente al sistema capitalista mundial. No se trata de una anomalía de la modemidad o de la historia europea. Los métodos que históricamente fueron y siguen siendo usados contra el mundo no europeo son inherentes al lado oscuro de la modernidad, es decir, la colonialidad. Antes de ser sus víctimas, los europeos fueron cómplices del nazismo al legitimarlo por siglos siempre que se tratara de poblaciones no europeas. No hay nada original en el nazismo que no fuera antes implementado por el colonialismo contra pueblos no europeos. Genocidio, racismo, explotación del trabajo por métodos coercitivos, autoritarismo, masacres, torturas, campos de concentración, fenómenos todos ellos no son originales del nazismo, sino que nacen con la emergencia de la modemidad/colonialidad y su correspondiente jerarquía entre europeos y no europeos vigente desde fines del siglo XV. La expansión ibérica en las Américas o el imperialismo europeo en otros continentes (la actuación de Bélgica en el Congo o de Alemania en Namibia…). Para Césaire, lo que siempre fue tolerado para el mundo no europeo, terminó afectando a los propios europeos por el «efecto bumerán del colonialismo». Hay un Hitler dentro de cada humanista y burgués europeo. Lo que muchos europeos no toleran del nazismo no son sus crímenes y humillaciones en sí mismos, sino que dichos crímenes hayan sido cometidos contra el hombre blanco. Es decir, lo que Europa no perdona al nazismo es haber utilizado procedimientos racistas coloniales durante la Segunda Guerra Mundial para conquistar y colonizar a otros europeos, que antes eran de uso exclusivo de europeos contra africanos, indígenas, árabes o asiáticos. Aquí vemos los limites epistémicos del seudohumanismo racista europeo: los «derechos del hombre» del siglo XVII y luego los derechos humanos de mediados del siglo XX no son extensivos a toda la humanidad, sino que se reducen a los derechos del hombre europeo. Ningún intelectual occidental ha relacionado la continuidad entre colonialidad y fascismo, de ahí que la interpretación acerca del nazismo de Césaire es original, como también la de un grupo de pensadores negros norteamericanos y caribeños: W. E. B. Dubois, George Padmore, Oliver Cox, C. L. R. James. Para estos, el fascismo no era más que la aplicación a las poblaciones europeas de las técnicas de poder coloniales que por siglos se usaron contra poblaciones no europeas. Y que el capitalismo siempre había sido un sistema mundial (en oposición a nacional) y que el racismo no era una superestructura/epifenómeno sino un rasgo constitutivo del sistema capitalista. El racismo era la lógica que organizaba a las poblaciones del mundo en la división internacional del trabajo de centros y periferias, la cual generaba la consiguiente acumulación de capital a escala mundial, que se superponía a la jerarquía racial de europeos versus no europeos respecto a la cual, estos últimos constituyen la mano de obra barata producida políticamente por medios violentos y coercitivos. En esta conceptualización, la categoría de clase no podía desligarse a escala mundial de la categoría de raza. Este planteamiento tenía implicaciones políticas enormes.

Ese eurocentrismo sigue vigente hoy, a la hora de valorar acontecimientos dramáticos, que afectan a personas de otros continentes. Me estoy refiriendo al fenómeno migratorio, procedente, sobre todo, desde África, aunque también de Asia. Todos esos emigrantes que llegan o que mueren en el tránsito en las aguas del Mediterráneo -un auténtico cementerio- o del Atlántico, o en las travesías a través del desierto del Sahara, no sabemos quiénes son, desconocemos sus razones para emigrar, aunque tampoco tenemos mucho interés en saberlo. Lo único que nos preocupa son las cifras, los números. De acuerdo con las políticas europeas, los inmigrantes no cuentan, se cuentan. Se cuentan en los institutos, en los ambulatorios, los servicios sociales, se hacen estadísticas de su actividad legal o ilegal, se discute sobre el número de irregulares o de la cuota de refugiados. Muchos, demasiados, excesivos: es el único lenguaje usado cuando hablamos de inmigración. Sin embargo, no se cuentan cuántos cotizan como trabajadores a la Seguridad Social o las sudamericanas o rumanas que cuidan a nuestros ancianos.

A las voces anteriores quiero añadir la de Aminata Traoré, ex ministra de Cultura y ex candidata a la Presidencia de Malí, que dedica su vida a recorrer el mundo para defender los intereses de su pueblo y denunciar la dominación de Occidente sobre el África negra. Es autora de varios libros de títulos muy explícitos: Mujeres de África, doloroso ajuste. África humillada. África mutilada… Nos dice, en otro libro El imaginario africano violado, la mirada del Otro, es decir, de Occidente, en una posición siempre dominante, desde la esclavitud, la colonización: no le gustas a Occidente y te lo hace saber y de esta forma se ataca a la imagen que los negros tenemos de nosotros mismos. El africano interioriza esa mirada y, progresivamente, aspira a ser y a vivir como los blancos: nuestras ciudades, nuestras casas, nuestros decorados, nuestras vidas son con frecuencia pálidas copias de modelos occidentales. La África que defiende Aminata empieza, por tanto, por la descolonización de las mentes, su advenimiento es una condición previa para la participación de África en el orden del mundo sobre bases distintas que las de la subordinación y la simulación.

Amargamente el éxodo africano, nos dice Aminata, es ejemplo de desestructuración y de desmantelamiento de las economías africanas. España conoce la humillación ligada a la emigración, que nadie sale por placer. Vamos a Occidente porque ya no tenemos posibilidad de vivir dignamente. La reproducción social peligra. Los brazos se van, los cerebros, y los que han estudiado en el Norte no quieren volver. Pero, a la vez de esta fuga de jóvenes, Occidente nos manda a miles de europeos por el canal de la cooperación, médicos, maestros o ingenieros, que están 20 veces mejor pagados que los africanos si aceptaran trabajar en sus propios países.

Opina Aminata que Europa debe mucho más África que a la inversa. Es una deuda histórica. Para construir Europa, Europa fue primero a la conquista del mundo. El comercio global no es cosa de hoy. Ya entonces se les metió en la cabeza que los pueblos, tanto los de América del Sur como de África, eran pueblos sin historia ni cultura y que disponían de riquezas a las cuales no daban valor, como el oro. Todos los países que participaron en la esclavitud tienen una deuda con los africanos porque les arrebataron a sus hijos y se los llevaron a América. Fue el comercio triangular el que echó las bases de la industrialización. Nosotros no les hemos colonizado, son ustedes los que han ido a buscar riqueza a nuestra tierra. Pero ustedes vinieron primero y entraron en nuestra casa ilícitamente. ¿Cómo cambiar esta situación? Hay que mirar al sur. Nos dice, Aminata, que de momento está situación es irreversible. Nos obligan a endeudarnos y nos dicen qué debemos cultivar, como el algodón en Mali, que luego no nos compran o lo hacen a precios irrisorios. De ahí sobreviene la deuda que se produce cuando un país no puede comprar con sus divisas y necesita dólares para subsistir. Cuando las administraciones coloniales abandonaron África, nos hicieron creer que la única forma de desarrollo posible era producir para la exportación. Pero las potencias dejaron de comprar nuestros productos a un precio justo. Durante una época sí lo hicieron, y por eso un país como Costa de Marfil pudo conocer el desarrollo y una cierta prosperidad. Con la nueva situación nos vemos obligados a pedir préstamos a los mismos que nos vendían fábricas obsoletas a sabiendas de que dentro de pocos años no encontraremos repuestos. No eran los africanos los que iban en busca de dinero, sino los vendedores de dinero los que llegaban con sus ’cheques en blanco’. Así nos hicieron tres veces dependientes: de los capitales, de la tecnología y de los expertos. Y con la crisis de los países latinoamericanos, en los 80 la deuda entra en la danza de unas políticas impuestas a todos los países. Los llamados ’programas de reajuste estructural’, que consisten en decirnos: "Vuestro nivel de independencia ya no os permite seguir haciendo esto. Vamos a explicaros lo que hay que hacer". A partir de este momento, invertir en el ser humano se volvió secundario y África quedó arrinconada. En 1991. Susan George –autora de los Informes Lugano– calculó que entre 1982 y 1990 el capital enviado a los países en desarrollo había sido de 927.000 millones de dólares, mientras que el importe de la deuda de estos países era de 1.345.000. Es decir, los países pobres habían financiado a los ricos con 418.000 millones de dólares. Para hacernos una idea, en los ocho años los países pobres financiaron a los ricos con seis planes Marshall. Fue en los 70, en los momentos de la contrarrevolución neoliberal, cuando la deuda se convirtió en una herramienta geopolítica. Ha servido para imponer el neocolonialismo y finiquitar las aspiraciones de independencia de las antiguas colonias, que formalmente se hicieron independientes (El Tercer Mundo). Con el pretexto de la lucha contra la pobreza, los países ricos prestaron a las economías tambaleantes, eufemísticamente denominadas «en vías de desarrollo». Esta estrategia lleva el nombre de Robert Mcnamara, que además de desempeñar cargos en la Administración norteamericana, fue presidente del Banco Mundial de 1968 a 1981. Se prestaron 1.000 millones de dólares en 1968 y 13.000 en 1981, a los que se sumaron los préstamos de los bancos de muchos más miles de millones.

He dicho antes que la situación sigue igual. Ahora mismo, salvo algún medio con sensibilidad social, ha pasado desapercibida la noticia siguiente, que aparece en el diario ARA. 

Un cayuco de pesca tradicional que zarpó el 10 de julio de Fass Boye, en Senegal, con 101 personas a bordo con destino a Canarias ha sido rescatado frente a las costas de Cabo Verde con 38 supervivientes. Aunque sólo se han podido recuperar ocho cadáveres, el resto se dan por muertos, según constató este miércoles la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Se confirma así que la ruta atlántica, en la que es muy fácil que las embarcaciones se pierdan, es una de las más peligrosas para los migrantes.

El atunero vasco Zillarri encontró la embarcación a la deriva el lunes a 300 kilómetros de Cabo Verde y rescató a los 38 supervivientes y los ocho cuerpos sin vida. En la patera viajaban cien senegaleses y un hombre de Guinea-Bissau. Los supervivientes han desembarcado este miércoles en la isla de la Sal de Cabo Verde, visiblemente exhaustos: apenas tenían fuerzas para andar por la pasarela hasta tierra firme. Hasta que se hayan recuperado no se sabrá exactamente qué ha ocurrido durante los 41 días que han sido perdidos en el mar. Es un milagro que haya 38 supervivientes –explica a ARA el periodista Txema Santana, experto en la ruta migratoria canaria–. No deja de ser una paradoja que un pesquero español con bandera de Belice que estaba faenando en aguas de Senegal rescatara a un grupo de jóvenes pescadores senegaleses que han tenido que irse de su país porque allí ya no pueden ganarse la vida", añade. Adama Mbengue, defensor de los Derechos Humanos senegalés, ha reclamado que se "revisen" los acuerdos de pesca que permiten a las flotas europeas explotar los caladeros del país. Mbengue también ha criticado el acuerdo de cooperación en control migratorio de Senegal con la Unión Europea: "Lo que hace falta es reducir las desigualdades dentro y fuera del país y facilitar una migración ordenada, segura, regular y responsable".

Límites epistémicos del seudohumanismo racista europeo