sábado. 27.04.2024

La filosofía nuestra de cada día. Lleva razón mi apreciada colega Nuria Sánchez Madrid cuando señala, en un artículo publicado hoy mismo por El Pais, que la filosofía no puede ser un diálogo entre gente del gremio, comparándolo a que quienes hacen pan lo hicieran únicamente para consumo de otros panaderos. La filósofa debe ser algo tan cotidiano como el pan. Entre otras cosas porque la hacemos conjuntamente a todas horas. Las ideas filosóficas no son absolutamente nada, sin verse adoptadas en sus hábitos cotidianos por cualquiera que considere oportuno adaptarlas y prohijarlas en sus costumbres.

En la tan divertida como sugestiva película Puan, gente adinerada se parecía de tener en sus fiestas a un filósofo que amenice las conversaciones, porque se le reconoce aún cierto prestigio, aunque luego su enseñanza reglada sea desasistida y se vea imposibilitada, en lugar de hacerla transversal. Esa es la gran paradoja. Se le rinde un extraño culto a la filosofía, pero se la sigue considerando algo inútil en términos productivos, cuando en realidad como dice mi colega Txetxu Ausin es algo totalmente imprescindible.

Se le rinde un extraño culto a la filosofía, pero se la sigue considerando algo inútil en términos productivos

La filosofía y la ética son ingredientes culturas tan radicalmente necesarios como el aire que respiramos. No hay que defender su existencia, porque más bien sustentan la nuestra. Otra cosa es que las universidades e instituciones que las cultivan deban transferir sus discusiones a la sociedad con un lenguaje asequible, claro y distinto. Ya está el ChatGPT para competir en términos digitales con los oráculos délficos e inventarse lo que interese a quienes tienen la sartén por el mango. El papel de la filósofía y la ética es invitarnos a utilizar nuestras propias neuronas para plantear preguntas, ir actualizando sus respuestas y adoptar criterios ante los dilemas morales.

Pan y filosofía