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@jgonzalezok y @gab2301 | El 31 de marzo de 1964, el presidente brasileño João Goulart, por todos conocido como Jango, sufrió un golpe militar que sometería al país a una dictadura durante los próximos 21 años. Cinco generales se sucedieron en la presidencia y cuando se fueron, en 1985, conservaron una influencia en la vida política del país que aún hoy es patente. 

El golpe de los militares brasileños se encuadró en el ambiente internacional de la Guerra Fría y la Doctrina de la Seguridad Nacional, impulsada en América Latina por el triunfo de la Revolución Cubana. Una doctrina que consideraba que había un enemigo interno, representado por partidos y organizaciones de izquierda -identificadas groseramente como “el comunismo”-, contra el que había que luchar, apelando a todos los métodos posibles, legales e ilegales. 

Para los Estados Unidos, Brasil era un país clave en la región, en aquella época más que Argentina o Chile

Según la Comisión Nacional de la Verdad, creada por la ex presidente Dilma Rousseff, en los 21 años de dictadura hubo 434 muertos o desaparecidos políticos. Algunos de los muertos, sobre todo en los primeros meses, fueron presentados como suicidios. El caso más conocido de simulación de suicidio fue el del periodista Vladimir Herzog, torturado en dependencias del órgano de inteligencia del Ejército, conocido con las siglas DOI-Codi. 

Brasil fue uno de los integrantes de la Operación Cóndor, que coordinó la represión de las dictaduras del Cono Sur de la época. Y fue el país que más entusiasmo mostró con la dictadura de Pinochet en Chile. Durante todos estos años se aplicó la tortura de forma rutinaria. “Contra la Patria no hay derechos”, decía un cartel colocado en las instalaciones de la policía en São Paulo.

Los focos guerrilleros que surgieron en esta época fueron aplastados en poco tiempo, aunque no pudieron impedir acciones espectaculares que pusieron en aprietos al régimen. En uno de los libros del periodista y escritor Elio Gaspari -que escribió una serie cinco libros sobre la dictadura- hay una declaración del general Ernesto Geisel, cuarto presidente del régimen militar, justificando la represión y la tortura: “Era esencial reprimir, no puedo discutir el método de represión, si fue adecuado, si fue el mejor que se podía adoptar. El hecho es que la subversión acabó”. 

No todos los integrantes de las Fuerzas Armadas se plegaron al golpe. Hubo 6.591 militares, de generales a sargentos, que fueron castigados, torturados y perseguidos durante la dictadura, por haber tomado posición a favor de la democracia y contra el derrocamiento de João Goulart. No todos eran políticamente afines al presidente, pero eran legalistas. “Los militares fueron perseguidos de varias formas: mediante expulsión o pase a retiro, siendo sus integrantes instigados a solicitar su pase a la reserva o la jubilación; siendo procesados, presos arbitrariamente y torturados; cuando eran declarados inocentes, no siendo reintegrados a sus corporaciones; si reintegrados, sufriendo discriminación a lo largo de sus carreras. Y, en fin, algunos fueron asesinados”, dice el informe de la Comisión de la Verdad. 

El Supremo Tribunal Federal tuvo una actitud ambigua frente al golpe

Un caso testigo fue el del brigadier Rui Moreira Lima, héroe de la Segunda Guerra Mundial, que el día del golpe hizo un vuelo rasante sobre las tropas que se movilizaban para el golpe y pidió autorización al presidente Goulart para bombardear sus posiciones. El presidente no autorizó y cuando el golpe triunfó fue preso tres veces, secuestrado y pasado a retiro. 

La represión también alcanzó al mundo de la cultura y de las ideas. Se instauró la censura y intelectuales y artistas partieron al exilio. En un primer momento, los principales destinos elegidos fueron Uruguay y Chile. Este último país atrajo a muchos con la llegada del socialista Salvador Allende al poder. A partir del 1973, con los golpes en Chile y Uruguay, el destino cambió a Europa. 

Contrariamente a lo que sucedió en otros países, en Brasil no hubo ningún tipo de acción penal contra los responsables de los crímenes de la dictadura. Los militares quedaron protegidos por la ley de Amnistía que ellos mismos elaboraron en 1979. 

El golpe en Brasil tuvo características singulares, que lo hacen diferente de los anteriores y posteriores en otros países de América Latina. Las Fuerzas Armadas, en conflicto permanente con los gobiernos civiles desde que el país se independizó de Portugal, veían con gran desconfianza al presidente João GoulartSus reformas de base, que pretendían reducir las desigualdades sociales, eran consideradas por las élites como un paso hacia el comunismo. 

El momento clave que disparó el golpe, pocos días antes del asalto al poder, fue el inflamado discurso del presidente en el que anunció la reforma agraria y la nacionalización de las refinerías extranjeras en el país. La derecha, respaldada por la Iglesia y la gran prensa, reaccionó con la Marcha de la Familia con Dios por la Libertad, que reunió en São Paulo a cerca de 500.000 personas. 

Uno de los últimos intentos por evitar el golpe del general Amaury Kruel - jefe del II Cuerpo de Ejército, con base en São Paulo- pidió al presidente que rompiera con la izquierda y se deshiciese del ministro de Justicia, Abelardo Jurema, y del ministro de la Casa Civil, Darcy Ribeiro, a los que se consideraba los más radicales del gobierno. Jango respondió: “General, yo no abandono a mis amigos. Si esas son sus condiciones, no las admito. Prefiero quedarme con mis orígenes. Quédese usted con sus convicciones, sace las tropas a la calle abiertamente”. Ante la negativa de Jango, dejó el gobierno y se juntó a los golpistas. 

La represión también alcanzó al mundo de la cultura y de las ideas. Se instauró la censura y intelectuales y artistas partieron al exilio

Lo que más preocupaba a los militares era el ambiente de desorden en las propias Fuerzas Armadas, porque en los rangos inferiores se habían producido varios episodios de ruptura de la jerarquía, un hecho considerado por la mayoría de los estudiosos como uno de los factores más importantes que condujeron al golpe. 

Goulart había asumido la presidencia al renunciar Jânio Quadros, del que era vicepresidente. Quadros había dejado el poder solo siete meses después de haber asumido, sin avisar a nadie y con una escueta nota manuscrita dirigida al Congreso, anunciando que dejaba la presidencia. 

La decisión tomó por sorpresa a Goulart, que estaba de visita oficial en China y que era resistido por los militares, que lo consideraban un peligroso izquierdista. Amenazaron con detenerlo si volvía al país e incluso hubo la propuesta de derribar el avión en que regresaba al país. El gobernador de Rio Grande do Sul, Leonel Brizola, avisó que habría una rebelión armada si no se cumplía la Constitución, lo que dejaba al país al borde de la guerra civil. La solución de compromiso fue negociar en el Congreso la adopción del sistema parlamentario, que lo debilitaba políticamente. Pero un plebiscito posterior, en enero de 1963, aprobó la vuelta al presidencialismo. 

En las vísperas del golpe, el país vivía una importante crisis política, con una gran polarización. La crisis era también económica, con una inflación alta (el año acabaría con un 92%), déficit fiscal, desempleo y muchas huelgas. 

El golpe comenzó con la decisión del general Olympio Mourão, entonces jefe de la 4ª Región Militar, de movilizar tropas desde Juiz de Fora (estado de Minas Gerais) a Río de Janeiro, a 185 kilómetros de distancia. Importantes sectores empresariales, la gran prensa de la época y parte importante de las clases medias apoyaron. 

El Congreso (Cámara de Diputados y Senado) tuvo un papel importante, al declarar vacante el puesto de presidente de la República, por una supuesta salida no autorizada del presidente del territorio nacional. Una excusa falsa, porque en ese momento el presidente estaba en el país, concretamente en Porto Alegre. Tancredo Neves, en ese momento líder del gobierno en el Congreso y que sería electo años más tarde como el primer presidente de la recuperada democracia (murió antes de asumir), se levantó y gritó dos palabras dirigidas al presidente del Senado Auro Moura Andrade, “canalla, canalla”, antes de que se apagaran los micrófonos. 

El siguiente paso fue nombrar al presidente de la Cámara de Diputados, Ranieri Mazzilli, como presidente provisional. Nueve días después el general Humberto Castello Branco fue electo por el Congreso. Sería el primero de los cinco generales que se fueron sustituyendo en el cargo a lo largo de los 21 años siguientes. 

El golpe comenzó con la decisión del general Olympio Mourão, entonces jefe de la 4ª Región Militar, de movilizar tropas desde Juiz de Fora (estado de Minas Gerais) a Río de Janeiro, a 185 kilómetros de distancia

El Supremo Tribunal Federal tuvo una actitud ambigua frente al golpe. Su presidente Álvaro Moutinho Ribeiro da Costa, participó en la ceremonia que declaraba vacante el cargo de presidente, dando así aval al golpe. Defendió la destitución de Goulart, afirmando que “el desafío a la democracia fue respondido vigorosamente” por medio de las FF.AA. Pero enseguida aceptó habeas corpus a favor de políticos aliados al régimen depuesto. El régimen militar reaccionó aumentando el número de integrantes de la Corte de 11 a 16 para asegurarse su control. En 1969, cuando comenzó el período más duro del gobierno militar con el AI-5 (Acto Institucional nº 5), tres de sus integrantes fueron obligados a jubilarse y otros dos renunciaron en solidaridad, con lo que el más alto tribunal quedó definitivamente al servicio de la dictadura.

El papel de EE.UU.

Para los Estados Unidos, Brasil era un país clave en la región, en aquella época más que Argentina o Chile. El embajador norteamericano era Lincoln Gordon, pero el cargo más importante era el del agregado militar, a cargo del entonces coronel Vernon Walters. Era el hombre de las misiones discretas, plurilingüe, que había hecho amistad personal con militares brasileños en Italia durante la Segunda Guerra Mundial, cuando actuó como oficial de enlace entre el 5º Ejército de los Estados Unidos y la Fuerza Expedicionaria brasileña. Cuando Walters llega a Brasil, la mayoría de esos amigos ya había llegado al generalato. Y entre sus ellos estaba el general Castello Branco, primer presidente de la dictadura militar. 

Al llegar a Brasil para ocupar su cargo de agregado militar, Walters fue recibido en el aeropuerto por un grupo de 13 generales que le dieron la bienvenida. Pero su fama lo antecedía y el diario Novos Rumos publicó un largo artículo en el cual se afirmaba que el coronel era el principal especialista del Pentágono en golpes militares y que acababa de ser enviado a Brasil “con el único objetivo de deponer al presidente Goulart y establecer un régimen títere de los Estados Unidos”. 

Desde junio de 1962, los norteamericanos contemplaban la hipótesis de apoyar un golpe en Brasil. El presidente Kennedy, que sería asesinado un año después, llegó a discutir el tema con el embajador en Brasilia en dos ocasiones. Desde la embajada se coordinó con Washington la Operación Brother Sam, en apoyo a los golpistas, que contemplaba el envío de una escuadra naval al mando del portaaviones Forrestal y que incluía un portahelicópteros, 110 toneladas de munición y cuatro petroleros con 553.000 barriles de combustible. Pero no necesitó implementarse. 

Como sucedería años después en el Chile de Pinochet, este modelo económico se pudo imponer porque hubo una política represiva sobre los sindicatos y sobre la población en general

Walters siempre afirmó que había sido un testigo bien informado, pero no partícipe del golpe. En una entrevista con el diario Folha de S.Paulo en 1998 afirmó: “Los americanos no tienen experiencia en golpes militares. Sería ridículo que yo buscase a generales brasileños para dar un golpe, cuando ellos habían derrotado a Getúlio Vargas. Ellos no necesitaban mis consejos. Pero en una entrevista posterior para la televisión, ese mismo año, implícitamente asumió que tuvo un cometido importante, al declarar: “Me gustaría ser recordado por haber hecho lo que pude, como soldado, para mantener la paz, porque si Brasil se hubiera perdido, no sería otra Cuba, sería otra China (…) En 1964 un gobierno hostil fue sustituido por un gobierno amigable y cooperador, apoyado por los militares”. 

¿Milagro económico o herencia maldita?

En 1968 la economía empezó a mejorar y se empezó a hablar del milagro económico brasileño, con tasas de crecimiento que en 1973 llegaron al 14%. El PIB per cápita pasó de 261 dólares en 1964 a 1.643 en 1985. Pero estos logros también tienen su lado B, con la llamada década perdida, en relación a los 80. La desigualdad social aumentó, como demuestra que el salario mínimo cayó un 50% en términos reales entre 1964 y 1985. 

El modelo económico fue estatista, con grandes obras públicas -como el puente Río Niteroi- y con énfasis en la industria. El control del Estado sobre la economía se manifiesta con la creación de 274 empresas estatales en ese período. Hubo grandes inversiones del exterior, que llevaron a un endeudamiento cuyos costos tuvo que asumir después la democracia. 

Como sucedería años después en el Chile de Pinochet, este modelo económico se pudo imponer porque hubo una política represiva sobre los sindicatos y sobre la población en general. Como afirma el periodista Elio Gaspari, “el milagro económico” y “los años de plomo” fueron simultáneos. Pero el supuesto milagro se desmoronó antes de terminar la dictadura. En 1985 volvió la inflación con fuerza, llegando ese año al 231%; la deuda pública pasó del 15,7% del PIB en el 64 al 54% al fin de la dictadura; la deuda externa se multiplicó por 30 en el mismo período, pasando de 3.400 millones de dólares a 100.000 millones. La crisis de la deuda se produjo en 1982, todavía gobierno militar, pero fue el presidente civil José Sarney el que, en 1987, tuvo que declarar una moratoria, anunciando la suspensión del pago de intereses. 

Brasil: el primer golpe basado en la doctrina de la seguridad nacional