domingo. 28.04.2024
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Alemania nazi 1932

El 23 de noviembre de 1932, a poco del acceso de Hitler al poder, que se produjo el 30 de enero de 1933, Carl Schmitt pronunció una conferencia invitado por una organización patronal, la Lagnane Verein, “la asociación de Nombre Largo”, apodo de la Unión para la Conservación de los Intereses Económicos Comunes de Renania y Westfalia. Teniendo en cuenta la solvencia académica en el ámbito jurídico y político de Schmitt, su conferencia tuvo una gran trascendencia, no sólo para el futuro inmediato de Alemania, ya que cumplió un papel determinante para que el mundo de la gran empresa alemana se adhiera a la opción nazi; sino que también para un futuro más lejano en el tiempo, no en vano, algunos la han considerado como una anticipación y legitimación del neoliberalismo. El título de la conferencia es el mismo que encabeza este artículo.

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Carl Schmitt

Para la redacción de este artículo me he servido del capítulo En las fuentes del liberalismo autoritario del libro La sociedad ingobernable. Una geneología del liberalismo autoritario de Grégoire Chamayou, investigador en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) y está adscrito al Institut d’Histoire des Représentations et des Idées dans les Modernités, en la École Normale Supérieure de Lyon. Y del artículo Carl Schmitt, ¿neoliberal autoritario? Un acercamiento a su conferencia “Estado fuerte y economía sana” publicado en la Revista El Banquete de los Dioses. Revista de filosofía y de políticas contemporáneas de la Universidad de Buenos Aires de Nicollas Fraile, Licenciado en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (FSoc-UBA). Becario doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), radicado en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG, FSoc-UBA).

Si el Estado interviene en la economía, se debe a que la sociedad interviene en el Estado

Según Chamayou, Schmitt en la conferencia citada hacía una distinción, o por lo menos trataba de hacerla, entre las dos versiones de “Estado total”: una, que el rechazaba, y la otra, por la que se inclinaba sin ambages. A la primera la denominaba “Estado total cuantitativo”. Lo llama total en el sentido que interviene en todos los aspectos de la sociedad. El Estado benefactor extiende sus prerrogativas a todo un conjunto de cuestiones sociales y económicas que hasta entonces no correspondían al poder público; su esfera se vuelve total y engloba todos los ámbitos. Es una situación en la que el Estado y la sociedad devienen idénticos e inseparables; “ya no es posible distinguir las cuestiones políticas y, como tales, conciernen al Estado y las sociales y, por tanto, no políticas”. Cuando todo es político, no hay nada fuera del Estado.  Esta situación de Estado total contemporáneo la genera la democracia, “o más exactamente en la politización total del conjunto de la existencia humana”. Si el Estado se expande, se debe a que constantemente se conmina a un gobierno democrático a “responder a las exigencias de todas las partes interesadas”. Si el Estado interviene en la economía, se debe a que la sociedad interviene en el Estado. La estatización de la sociedad no es más que el efecto de la “socialización” del Estado.

Para Fraile, insistiendo en el concepto de “Estado total cuantitativo” aquellas formas que delinean los contornos propios de la sociedad –partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, entre otros– ocupan el Estado y se funden en él. Con ello, Estado y sociedad se vuelven idénticos y los problemas sociales y económicos se vuelven inmediatamente problemas estatales. Todo se vuelve político y esta esfera se infecta “con las necesidades complejas de la administración económica y la organización social”. En otras palabras, al no haber distinciones entre lo estatal y lo societal, todo es estatal y, con ello, el Estado deviene total.

Según indica Schmitt, un Estado total en sentido cuantitativo es aquel que tiene carácter total en función de su volumen y extensión. Ahora bien, si se lo mira más de cerca, más que un Estado que interviene sobre todos los ámbitos de la sociedad, lo que se ve es un extendido conjunto de organizaciones societales que ocupan los espacios estatales y los instrumentalizan para sus propios fines. En particular, quienes llevan adelante esta ocupación del Estado son, para Schmitt, los partidos políticos de masas. Tal como dice en la conferencia: “Visto más de cerca, de ninguna manera tenemos un Estado total, sino una cantidad de partidos totales”, esto es, de partidos que surgen en el seno de la democracia de masas y cuya organización se sirve del Estado para su expansión. El volumen y extensión de esta estatalidad total de carácter cuantitativa está dado, entonces, por el volumen y extensión de los partidos políticos.

Según Chamayou, ahora bien, aquí aparece según la visión de Schmitt, una sorprendente paradoja. Esa extensión del campo del Estado no es en absoluto una manifestación de fuerza: “no es por vigor ni por potencia, sino por debilidad, que un Estado de partidos, pluralista, llega a hacerse “total”. Debilidad, en primer lugar, porque crece de manera pasiva y se vuelve rehén de intereses sociales que se apoderan de él por lo bajo; debilidad, luego, porque cuanto más se extiende su esfera más se debilita su fuerza. Cuanto más omnipotente parece este Estado, realmente se va haciendo más impotente.

Según Fraile, la nota más característica del Estado total cuantitativo no es la extensión, sino la debilidad que adquiere en virtud de esta ocupación partidaria. De acuerdo con Schmitt, en estas condiciones no puede haber vínculos directos entre Estado e individuos, sino que la relación entre uno y otros está mediada por un entramado de partidos políticos que envuelven de manera total a los hombres y mujeres. Desde el momento en que nacen hasta que mueren, los individuos se funden en una masa indiferenciada cuya lealtad responde a los lazos partidarios: la educación, el trabajo, la cultura y todas las manifestaciones de la vida social se encuentran administradas por los partidos a los que pertenecen. Por lo tanto, al carecer de una subjetividad estatal-nacional con la cual los ciudadanos puedan identificarse, y al existir en su lugar una pluralidad de subjetividades partidarias que le brinda a las masas de hombres y mujeres una cosmovisión total, el Estado se debilita por la pérdida del monopolio más importante, el de la mediación y decisión política:

Entre el Estado y su gobierno, por un lado, y la masa de los ciudadanos, por el otro lado, se ha metido hoy un sistema de partidos mayoritarios firmemente organizado que maneja el monopolio de la política, el más admirable de todos los monopolios, el de mediación política, el monopolio de la selección de intereses que deben darse por supuestos en la voluntad estatal.

La pérdida de este monopolio político se produce, entonces, con el surgimiento de los partidos de masas que, valiéndose de la confección de listas de candidatos, deciden qué intereses representar en el parlamento. Así, el Estado se convierte en un Estado débil, en un Estado incapaz de apelar directamente a sus ciudadanos, representarlos y decidir los agrupamientos de amistad y enemistad. El Estado total cuantitativo, entonces, es un Estado cuya dimensión se extiende a lo largo de la trama de organizaciones partidarias, organizaciones que lo ocupan y lo reemplazan en su función representativa.

A este Estado total “cuantitativo” es posible oponerle un Estado total “cualitativo”. ¿En qué se diferencia un Estado total cualitativo de un Estado total cuantitativo? En principio, el carácter “total” de este Estado total cualitativo no está dado por el hecho de que todo es político, sino únicamente por la incorporación y utilización de los nuevos medios técnicos. Esto es, por un lado, la incorporación y utilización de las nuevas armas y avances militares; por otro, la utilización de los instrumentos para “sugestionar a las masas” y dominar la opinión pública: la radio y el cine, principalmente. Ahora bien, ¿a qué fin sirven estos medios e instrumentos? La respuesta la da Schmitt inmediatamente: al perfeccionamiento y acrecentamiento del poder estatal. Si el Estado total cuantitativo se extendía a manos de los partidos políticos de masas, el Estado total cualitativo, en cambio, incrementa su fuerza a través de los nuevos medios técnicos y, consecuentemente, debilita el rol de los partidos. Teniendo en mente el ejemplo del Estado fascista, Schmitt señala que esta forma estatal es “total en el sentido de su cualidad y su energía”.

El Estado total cualitativo utiliza la violencia y la sugestión para dominar por sí mismo a las masas, en lugar de dejar que sean los partidos políticos quienes las dirijan

La pregunta es, entonces, si estos medios técnicos le permiten al Estado total cualitativo conservar o no el monopolio de lo político. La respuesta, por supuesto, es afirmativa. La diferencia más clara entre los dos tipos de Estado total es que este último “puede distinguir entre amigo y enemigo”, mientras que el que describimos previamente lo perdía a manos de las organizaciones partidarias. El Estado total cualitativo, entonces, utiliza la violencia y la sugestión para dominar por sí mismo a las masas, en lugar de dejar que sean los partidos políticos quienes las dirijan. Al ser la autoridad estatal quien lleva adelante la dirección de la sociedad, puede representar a los ciudadanos y conservar su monopolio específico.

Retorno a Chamayou. Pero, queda pendiente una pregunta clave: ¿cuál será la relación de tal Estado con la economía? Solo un Estado fuerte puede despolitizar, decretar de manera neta y eficaz que ciertas cuestiones, como los trasportes o la radio, son de su dominio y deben ser administradas por él, que otras esferas corresponden a una gestión económica autónoma y que todo el resto debe dejarse librado a la economía libre. Habrá, por ello, tres sectores: monopolios públicos en ciertos ámbitos estratégicos, mercado libre, y, entre ambos, una forma de autoadministración económica a cargo de las cámaras patronales.

Schmitt pretende seducir y tranquilizar al patronato alemán. Le proporciona un Estado fuerte, propagandístico-represivo, capaz de acallar las oposiciones sociales y políticas, a la vez que le asegura que esa fuerza inmensa se detendrá respetuosamente ante el umbral de las empresas y de los mercados. El autogobierno privado de los asuntos económicos no será cuestionado, sino que, por el contrario, se extenderá y será santificado.

Mientras que la política democrática confunde Estado y sociedad, la política autoritaria total los distinguirá con nitidez meridiana; mientras que la primera politiza la sociedad y socializa el Estado, la segunda despolitizará la sociedad y fortalecerá el Estado, pero dentro de los estrictos límites de una distinción plena entre Estado y economía. Al quedar así sometida la lucha de clases al talón de hierro del Estado, la economía podrá volver a florecer. Estado fuerte, economía sana.

Siguiendo a Grégoire Chamayou, En 1932 el jurista socialdemócrata Hermann Heller conoció el discurso de Schmitt y supo captar perfectamente su significado político. Para Heller, aparece una nueva concepción política, un pequeño monstruo conceptual la quimera de un “liberalismo autoritario”, que no deja de ser en principio una extraordinaria paradoja.

Schmitt, quien hasta entonces había disimulado sus verdaderas posiciones “bajo retóricas denegaciones, nos dice Heller, ha experimentado recientemente la necesidad de expresar un poco más claramente sus ideas delante de los industriales. “Hasta el momento le habíamos oído decir que el Estado actual es un Estado débil, a causa de su carácter pluralista”. Pues bien, Schmitt entrevé ahora su solución: el Estado fuerte, autoritario, “cualitativamente total”.

De lo que realmente abominan los partidarios del Estado autoritario es del Estado de bienestar

Se pregunta Heller, pero ese Estado fuerte, ¿hasta qué punto lo es? ¿Frente a quién será autoritario? ¿Con quién no lo será? La piedra de toque está en relación con el orden económico: “en cuanto se trata de economía, el Estado autoritario renuncia a su autoridad. Sus pretendidos voceros conservadores solo conocen un único eslogan: ¡Libertad de la economía respecto del Estado! Este es un Estado fuerte-débil; fuerte con unos, débil con los otros: fuerte contra las reivindicaciones democráticas de redistribución social, pero, débil en su relación con el mercado. Pues esa consigna, sigue diciéndonos Heller, no implica seguramente que el Estado practique la abstinencia en lo tocante a la política de subvenciones a los grandes bancos, a las grandes empresas y a las grandes explotaciones agrícolas, sino más bien que proceda al desmantelamiento autoritario de la política social. De lo que realmente abominan estos partidarios del Estado autoritario, es del Estado de bienestar.

Como conclusión. En la conferencia de Schmitt  aparecen algunas ideas claramente vinculadas con el neoliberalismo, sobre todo en base a tres argumentos: en primer lugar, la crítica a la democracia de masas y, particularmente, a la intromisión de los partidos políticos y de las organizaciones sociales en el Estado; en segundo lugar, el señalamiento de la necesidad de desvincular la esfera de decisiones políticas de las demandas de las masas; por último, y de manera más contundente, la propuesta de despolitizar la economía e impedir las intervenciones estatales en este ámbito.

Conferencia de Carl Schmitt en 1932: “Un Estado fuerte y una economía sana”