sábado. 04.05.2024

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Si seremos brutos que no entendemos lo básico y necesario para afrontar la vida hasta muy tarde (a veces demasiado tarde). Si seremos brutos que aún no hemos aprendido a deshacernos de cuanta iniquidad nos asola. Si seremos brutos que no reconocemos estar cegados por una niebla artificial llamada prejuicio. Si seremos brutos que repetimos el error en la confianza de que esta vez sí va a funcionar… Estamos tan brutalmente desfasados que no advertimos que el desenfoque que nos nubla e impide la corrección de nuestras ofuscaciones es el mismo: el modelo educativo. Que por un lado intenta difundir y socializar lo que resulta relevante para vivir, pero por otro siembra nuestras vidas de falacias que perpetúan el desenfoque de partida.

Y hay que abordarlo. La revisión crítica del modelo educativo es una pista de hielo en la que uno puede partirse la crisma a la primera, pero asumiendo el riesgo de caída estrepitosa hay que hacerlo porque en el dispositivo social que conocemos como educación se encuentra lo mejor y lo peor de nuestras posibilidades como seres humanos. La sociología de la educación viene denunciando desde hace décadas que las realizaciones históricas en materia educativa han ido debilitando el fundamento humanista de la misma en favor de un utilitarismo técnico que poco favorece el florecer del humanismo ilustrado, aquél que iguala la educación con el derecho universal. Esa deriva no es una cuestión de más lenguas clásicas o más tecnología, no es la conformación del currículo lo que importa, no es algo que esté vinculado a qué es lo que enseñamos, sino cómo lo hacemos. El error y el equívoco que nos ofusca está en el diseño del propio sistema, es algo relacionado con la interpretación que hacemos de la experiencia de la vida y del papel que juega en ella la trasmisión de los principios y de los valores.

Si seremos brutos que inducidos por la actitud del mercado arrinconamos a las personas justo en el momento en el que son más útiles para la corrección de los desmanes

La escuela debe enseñar a vivir, no importa si entre sabios del pasado o talentos de hoy, la vida no hace distinciones tan solo plantea opciones. Y nuestro sistema educativo debería predisponernos a ello, a obtener hasta el último gramo de felicidad encapsulada en las formas de la vida. En lugar de tener una red de instituciones enfocadas a sacar el máximo partido a la vida, tenemos procedimientos de evaluación del rendimiento escolar (PISA) que solo nos advierte de que estamos muy por debajo de los estándares y que no vamos por el buen camino, ¡vaya novedad! Los exámenes, todos los exámenes incluido el súper PISA no son sino instrumentos de mercado para maximizar la excelencia de lo producido, no importa si lo que generamos son pazguatos, crédulos e infelices seres humanos.

Y lógicamente suspendemos, todos los países y en todas las cohortes formativas. No importa el nivel del logro, siempre se puede elevar y una vez más estar por debajo de lo que cabría esperar. Es posible mejorar la posición relativa de unos y de otros pero jamás obtener el pleno, eso sería como saltar la banca y la banca siempre gana, porque es el mercado quien diseña y ordena el sistema educativo y sus mecanismos de garantía, y el mercado nunca está satisfecho, siempre desea más, su espíritu le pide arrollar toda iniciativa no monetizable. Y la vida no lo es, la vida es una infinidad de posibilidades cargadas de respectivas dosis de felicidad, la antítesis de la actitud castrante del mercado. Por ello el sistema educativo se ha convertido en una especie de juego de cuchillas con las que el mercado destroza las expectativas que la vida pone en la naturaleza de todos nosotros.

Cuando las personas llegan al estadio de mayoría o vejez, son sabios per se, han aprendido lo suficiente de la vida como para paladearla de múltiples formas

Si seremos brutos que inducidos por la actitud del mercado arrinconamos a las personas justo en el momento en el que son más útiles para la corrección de los desmanes que las biografías graban en la vida. Cuando las personas llegan al estadio de mayoría o vejez, son sabios per se, han aprendido lo suficiente de la vida como para paladearla de múltiples formas, los mayores son repositorios de las claves de la vida. Por ello el mercado les aparta, son peligrosos como han demostrado las mujeres mayores de Suiza en su contencioso frente al estado por sus dejaciones en materia de lucha contra el cambio climático. Los mayores son peligrosos porque como cantan los yayoflautas¡somos mayores, no tenemos miedo!

Si el sistema educativo es una escuela de vida, debería estar poblado de personas mayores en las aulas y en los despachos pues son ellas quienes conocen por experiencia propia dónde se encuentran las claves de la vida feliz. Y si esto suena a una cierta gerontocracia he de decir que sí, que es una apelación a recuperar el valor de la experiencia, siquiera limitada a la educación, en la confianza de que los ciudadanos instruidos bajo la mirada experta y compasiva de los mayores traerán a nuestro mundo una actitud más próxima a la paz perpetua que la loca carrera de llegar el primero y aplastar a los demás. 

Si el sistema educativo es una escuela de vida, debería estar poblado de personas mayores en las aulas

Hay que ser brutos para no entender esto, aunque la guerra que es el mercado por otros medios, embrutece aniquilándolo todo con su siembra de horror y dolor.

Si seremos brutos que no lo entendemos hasta el final