martes. 19.03.2024

¿Un pasaporte discriminatorio y acaso irresponsable?

Las motivaciones que inducen a plantear algo semejante resultan comprensibles. Hay muchos intereses en juego. Algunos países cuya economía depende sobremanera del turismo tiene una motivación adicional y por eso encabezan la iniciativa de propiciar un pasaporte sanitario. Los europeos ya vacunados podrían recuperar la movilidad restringida por las medidas adoptadas para mantener a raya los contagios.

En principio suena como si fuera una música celestial. Hay muchas ganas de volver a viajar. Las compañía aéreas necesitan hacer volar unos aviones muy costosos de mantener varados en tierra y el sector servicios recuperaría su dinamismo, con un aluvión de reservas en alojamientos y hostelera. Un balón de oxigeno para una economía tremendamente asfixiada.

Ver restringido nuestro derecho a la movilidad por no cumplir una condición que resulta imposible satisfacer es demoledoramente discriminatorio y atenta contra el principio de igualdad

Sin embargo, no todo son parabienes. Se podría volver a tropezar de nuevo en la misma piedra. Tras el espejismo de una “nueva normalidad”, disfrutar del verano como si el buen clima hiciera más inofensivo al virus y querer salvar la campaña navideña, volveríamos a suscitar unas expectativas que quizá debieran recortarse después, una vez más.

El efecto psicológico de hacernos abrigar ilusiones que resultan ilusorias es demoledor. Nuestro animo puede adaptarse a ciertos sacrificios y soportar las penurias más tiempo de lo que imaginamos, pero siempre que nos traten como a seres adultos y no de un modo infantiloide, haciéndonos comprender la necesidad del sacrificio. Hacernos abrigar esperanzas para escamotearlas después añade una perturbación nociva e innecesaria

Con esa dinámica de acordeón psicológico acabamos perdiendo fuelle. Se nos puso en canción con un proceso de vacunación que se prometía muy ágil. Dejábamos atrás al perverso 2020 y el 2021 venía cargado de buenas promesas en forma del anhelado antídoto. Pero enseguida hubo que rebajar las expectativas. La logística era muy compleja, hay que tomar decisiones controvertidas y establecer prelaciones discutibles. Eso puede comprenderse.

Sin embargo, cabía suponer que la lógica del mercado no priorizaría el interés público y que las farmacéuticas tenderían a lucrarse cuanto pudieran pese a los compromisos contractuales adquiridos y tras haber obtenido grandes inyecciones de dinero publico. Una prometedora vacuna del CSIC avanza lentamente no precisamente por culpa de sus artífices científicos, sino por una bochornosa falta de presupuesto.

Privatizar la esfera pública es un principio que asume por doquier casi todo el espectro político. Se transfieren a manos privadas servicios tan estratégicos como las comunicaciones y la digitalización, por no hablar de las privatizaciones más o menos encubiertas que se perpetran en la educación y el sistema sanitario. El resultado es desastroso, pero no aprendemos la lección.

Ninguna inversión resulta más rentable socialmente que cuanto se pueda gastar en asistencia, cultura, educación y sanidad. Todo lo relativo a la vacunación contra covid-19 debería haberse mancomunado en un esfuerzo transnacional que obviase las fronteras, porque sólo una inmunización universal evitará reservorios del virus y volver a las andadas cíclicamente cada poco.

Llegados a este punto, los mismos gobiernos europeos que no aciertan a vacunarnos con mayor diligencia, pretenden hacernos percibir con más intensidad nuestra restricción de libertades, al promover una pasaporte de vacunación para reactivar los desplazamientos.

Este salvoconducto podría ser una nueva precipitación irreflexiva que sólo atiende al cortoplacismo, sin ver más allá.  ¿Está comprobado que los vacunados no contagian o podrían esparcir el virus en aras de la reactivación económica? Los beneficiarios de la vacuna parecen poder sortear complicaciones letales, pero al parecer podrían ser portadores asintomáticos.

No sería extraño que un contexto así contribuyese a relajar nuestra mentalización y nos hiciese más laxos a la hora de observar las medidas con que nos hemos familiarizado en los últimos meses: lavarse bien las manos, portar bien una mascarilla que sea eficaz, mantener una distancia prudencial, evitar las aglomeraciones…

¿Podrían verse contagiados masivamente los exultantes receptores de un turismo potencialmente peligroso? ¿Cuántas olas y nuevas cepas podría originar esos movimientos masivos de viajeros provistos con su pasaporte sanitario? ¿Hay garantías de que no se propiciaría con esa medida un desastroso repunte de contagios graves?

Pero las consideraciones sanitarias, con ser las primordiales, no son las únicas invocadas por una medida como esa ¿Sería correcto dar pasaportes en función de nuestra edad, situación laboral, patrimonio, renta o cualesquier otra contingencia? La respuesta parece obvia. Sin embargo, estaríamos dispuestos a concederlos por una circunstancia harto singular e inmerecida tanto en un caso como el contrario.

Quienes no han esperado su turno en las listas para vacunarse obtendrían una gratificación adicional con esta licencia de movilidad, mientras que los más responsables recibirían una penalización inmerecida. Si vacunarse antes o después tuviera un carácter voluntario, la medida no sería problemática. Pero ver restringido nuestro derecho a la movilidad por no cumplir una condición que resulta imposible satisfacer es demoledoramente discriminatorio y atenta contra el principio de igualdad.

Estaríamos ante un agravio comparativo de gran calado y con una repercusión psicológica muy notable. Utilizar la vacuna como salvoconducto transfronterizo, el célebre pasaporte europeo de vacunación, tiene una consistencia jurídica que no resulta muy compatible con los principios de no discriminar a la ciudadanía, por lo que sería aberrante en términos políticos. Y, en cualquier caso, parece reprobable desde una perspectiva ética.

Habrá buenas razones para implantar una medida que podría ser tan discriminatoria como irresponsable, pero sería bueno ponderar con calma sus pros y contras. Si no se quiere incurrir en una precipitada y arriesgada imprevisión para salir del paso. Más valdría rediseñar ciertas estructuras económicas que se cimentan en un mercado laboral con una precariedad insoportable y unos empleos que no merecen ese nombre.

¿Un pasaporte discriminatorio y acaso irresponsable?