viernes. 26.04.2024

Barcelona 1919: cien años de la jornada de ocho horas

canadiense

Lo que hicieron los trabajadores de La Canadiense es un ejemplo de lo que hay que hacer ahora, en caso contrario ya sabemos a dónde nos lleva la derecha y la ultraderecha que viene, que nunca se fue pero estaba, agazapada, trincando, esperando su momento

Si hay una cosa clara a lo largo de la historia contemporánea es que el poder tiende, por naturaleza, a derechizarse, sobre todo cuando los ciudadanos consideran que los derechos que fueron arrancados por la fuerza a los poderosos, que nunca fueron concesión graciosa, gozaran eternamente de vigencia. Nada más contrario a la verdad histórica, cuando los pueblos callan, cuando se amansan, cuando creen que sus vidas, las de sus hijos y nietos discurrirán por el lindo trayecto de las conquistas conseguidas, lo que de verdad han iniciado es el camino de la esclavitud, de la explotación y de la supresión de tales derechos. Así ha sucedido con la globalización en Europa, ese pequeño territorio del mundo donde sus habitantes creían que los derechos conseguidos por sus padres y abuelos serían disfrutados por las generaciones venideras sin mayores alteraciones. Se llevaron y se están llevando la industria hacia lugares donde no existen derechos políticos, económicos ni sociales; aumentaron la jornada laboral y precarizaron los empleos hasta impedir que los jóvenes puedan desenvolver sus vidas con un mínimo de autonomía. Como es natural, la desaparición de la industria y la precarización del empleo amenaza gravísimamente al sostenimiento de la Educación, la Sanidad y las pensiones, que hasta ahora se han sostenido con los impuestos y las cotizaciones de trabajadores con buenos sueldos y estabilidad laboral. Se comienza por desconfiar de los sindicatos domesticados en vez de combatir su conformismo, por dejar de votar y al final lo que logramos es el regreso del feudalismo con Internet.

Todo esto sucede porque hemos dejado de tener conciencia de clase, porque hemos querido buscar salidas personales, aunque todo los que nos rodee huela cada vez más a ruina, porque nuestro aburguesamiento y nuestra soberbia indolente nos lleva a despreciar las lecciones de la historia y la enorme valentía de quienes se jugaron el pellejo en otros tiempos para que hoy podamos vivir mejor, al menos hasta hace unos años.

Este año se cumplen cien años de los asesinatos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, dos de los más notables defensores de los derechos de los trabajadores y de la prosperidad de la Humanidad. También, un siglo de la huelga de La Canadiense, hito en la historia del movimiento obrero español y mundial que debe servirnos como ejemplo para combatir la tiranía global neoliberal que nos está machacando.

A finales de enero de 1919, los ejecutivos de La Canadiense decidieron hacer fijos a un grupo de oficinistas, pero bajando su salario de 150 pesetas mensuales a 125. La respuesta de los afectados fue fulminante, negándose a trabajar en esas condiciones en una ciudad carísima como era la Barcelona de entonces -y la de hoy- después de los inmensos beneficios acumulados por los empresarios catalanes dedicados a vender telas, maquinaria y manufacturas a las potencias en conflicto durante la Primera Guerra Mundial. Los trabajadores fueron despedidos y acto seguido todos sus compañeros de oficinas se solidarizaron y se declararon en huelga. Tras diversos intentos para llegar a un acuerdo con la empresa anglo-canadiense que suministraba energía eléctrica a Barcelona y su cinturón industrial, la patronal exigió al Gobierno Romanones protección para sus negocios y para los esquiroles que pretendían contratar. Pese a la intervención del ejército y la policía, a la detención de miles de obreros, la huelga se fue extendiendo, primero a los obreros de otras secciones de la “multinacional”, luego a los tranvías, más tarde a los ferrocarriles, a los comercios y a las empresas de toda la ciudad, llegando a quienes trabajaban en las centrales hidroeléctricas de Lérida. Barcelona quedó completamente paralizada, ni las presiones del Gobierno, ni los matones de la patronal catalana, ni el somatén armado hasta los dientes, ni la cárcel, ni las muertes -que las hubo- sirvieron para amedrentar a unos hombre y mujeres que habían decidido dar un paso adelante en la evolución humana: Paralizada la ciudad y su zona de influencia, con los jornaleros andaluces amenazando con dar fuego a las fincas de los terratenientes y la UGT dispuesta a sumarse a una huelga general en toda España, el gobierno y la patronal claudicaron admitiendo todas las exigencias de los trabajadores. Se readmitieron a todos los despedidos, se dejó en libertad a los detenidos, se prohibió el trabajo a menores y los destajos, se garantizó que no se emplearían esquiroles en caso de huelga, pero sobre todo, el gobierno firmó por primera vez en la historia mundial una ley que decreta que la jornada de ocho hora era la única vigente en toda España.

Después, ante el espectacular triunfo de los trabajadores, la patronal catalana exigió al gobierno medidas drásticas para someter al movimiento obrero, y a tal fin enviaron a Martínez Anido y Arlegui a la Ciudad Condal, dándoles carta blanca para matar sindicalistas allá donde los encontraran. Fue el momento de la Ley de Fugas, artilugio ilegal salvaje que permitía matar a cualquier obrero bajo el pretexto de no haber atendido una orden de detención. Aun así, ni Anido, ni Arlegui, ni Milans del Bosch ni, luego, la dictadura de Primo de Rivera, lograron acabar con los logros inmensos de aquella huelga que por primera vez en el mundo consiguió que la jornada de ocho horas figurase en la legislación de un país. Quienes aquello consiguieron, miles y miles de obreros de todas las clases, no eran personas ilustradas, muchos de ellos ni sabían leer, pero tenían claro que no estaban dispuestos a que sus hijos tuvieran que vivir en la esclavitud, a merced de patronos salvajes y explotadores que creían que los derechos sólo les afectaban a ellos. Fue el triunfo de la solidaridad, del tesón, de la generosidad, de la bondad y el altruismo -por encima de sus vidas- de una generación dispuesta a sacrificarlo todo por el interés general, por el bien común, por la libertad y el bienestar de la inmensa mayoría.

Hoy, cuando se cumple un siglo de aquella huelga histórica, de aquellas conquistas impresionantes por personas con muy escasa formación pero con la conciencia muy clara de quienes eran ellos y quien el enemigo, vemos como todo por lo que lucharon está siendo pisoteado y eliminado sin que apenas se oigan voces, sin que el país se vea sacudido por la furia, la energía y la dignidad de miles y millones de excluidos, explotados, parados incapaces de armar una acción enérgica y solidaria que les diga a los del poder hasta aquí habéis llegado. Lo que hicieron los trabajadores de La Canadiense es un ejemplo de lo que hay que hacer ahora, en caso contrario ya sabemos a dónde nos lleva la derecha y la ultraderecha que viene, que nunca se fue pero estaba, agazapada, trincando, esperando su momento. Han de saber que el camino no está expedito, que en el frente encontrarán a millones de personas, dispuestas no sólo a no dejar que se les arrebate ningún derecho, sino a recuperar los perdidos y a conseguir muchos más: El primero de ellos la reducción de la jornada laboral a 6 horas diarias, declarando el boicot a todas las empresas que deslocalicen su producción.

Barcelona 1919: cien años de la jornada de ocho horas