martes. 30.04.2024

Sobre “iglesias” y “Pablos”, o lo viejo de “los nuevos”

Con mente crítica he leído varias veces la carta de Pablo Iglesias, líder de Podemos, titulada “Defender la belleza”.

“Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala”.
Cervantes, cap. XXVI del Quijote


Captura de pantalla 2016-04-16 a las 10.53.34

Con mente crítica he leído varias veces la carta de Pablo Iglesias, líder de Podemos, titulada “Defender la belleza”. Con el estilo epistolar de otro Pablo, el de Tarso, dirigiéndose, ya a los creyentes de la Iglesia de Éfeso, ya a la de los Tesalonicenses o a la de los Romanos…, Pablo Iglesias dirige su carta a los Círculos y a su militancia. Y con parecida elocuente autoridad, como el de Tarso, la encabeza con una solemne y grandilocuente apología: “Nacimos para cambiar el curso de la historia social y política de nuestro país, para devolver la dignidad a nuestro pueblo, para tomar la palabra…” Ambos, para multiplicar la militancia de sus fieles, tanto el apóstol de cristianos como el político de votantes, les prometen “alcanzar fácilmente los cielos”. Incluso, a semejanza de Pablo de Tarso en sus cartas a los Corintios, en las que “se presenta como ministro de la nueva alianza y heraldo de la verdad”, en las que “hace valer su autoridad” y les “exhorta al amor y la caridad”, “a estar firmes y unidos en la fe”, “a mantenerse unidos contra los que les persiguen”, el Pablo de Podemos pide a los suyos “no ponérselo fácil a los que les critican”, pues “hay quienes quieren acabar con ellos y desgastarles al atacar aquello que les diferencia del resto de actores: la unidad y la belleza de su proyecto político”; también les exhorta a “mantenerse unidos pues entre ellos no hay fisuras” y “a responder con la belleza y la dignidad que les es propia”, para “acallar los abucheos de los viejos partidos”, ya que “esa belleza y el brillo en sus ojos, es la fuerza de Podemos”, pues “ninguna formación cuenta hoy con el tesoro con el que cuenta Podemos: la ilusión por la belleza de lo que están construyendo”. Y como Pablo de Tarso al despedirse de los corintios, “según la autoridad que el Señor le confirió para edificar su iglesia”, les pide que se saluden con el ósculo santo y les desea que el amor de Dios esté con todos ellos…, el otro Pablo, como Secretario general de Podemos pero, ante todo, como compañero, no quiere acabar su carta con un saludo, sino diciéndoles a los militantes que “les quiere”. Estas semejanzas en ambas epístolas de los dos “Pablos”, como se ve, son cristiana y empalagosamente tiernas y un género literario casi olvidado.

¡Cuántos lugares comunes y grandilocuentes frases ha desarrollado el señor Iglesias en sus intervenciones del 22 de enero, 30 de marzo y 8 de abril, por referirme sólo a las últimas!. Es evidente que después de esa reunión tripartida (PSOE, Podemos y Ciudadanos), tras la rueda de prensa del viernes, día 8, arropado por su escolta pretoriana, con su característico y frecuente chasquido de labios que, como mecanismo inconsciente esconde siempre segundas intenciones, ha roto todos los posibles consensos; su objetivo de siempre ha sido, desde el 20D, por mucho que lo quiera disfrazar (¡ay los disfraces trabajados del señor Iglesias!), no facilitar la constitución de un gobierno, sino mantener intacta la moral de sus seguidores, en la perspectiva de una repetición de elecciones que les facilitarían el sorpasso al PSOE; esta ha sido siempre su principal preocupación y su legítima pero oscura ambición. Su insistencia formal en un pacto con el PSOE, apoyado por las mareas y los grupos independentistas catalanes, sabía que era prácticamente imposible desde el primer momento.

Escribe Iglesias en su carta que “no hace falta leer a Weber y Michels para saber que toda organización padece, por definición, vicios y tendencias inevitables”. Es cierto, pues no existe organización en la que no podamos descubrir sombras, miserias, enfrentamientos, sectarismos y corrupción. Pero sí hace falta recordarle, y a cuantos como él en sus círculos han surgido de las facultades de Políticas, lo que tanto Weber como Michels han escrito sobre los partidos políticos y los riesgos oligárquicos de sus rápidos liderazgos. Entre los muchos gestos que dan pie a plurales interpretaciones, no ha sido difícil descubrir, en el fulminante cese de su secretario de Organización Sergio Pascual y proponiendo (más bien imponiendo) como sucesor a Pablo Echenique, el perfil autoritario -hay quien lo tilda de stalinista- teñido de ínfulas redentoras del líder de Podemos, a pesar del repetitivo mantra que él y su cúpula directiva han ido vendiendo: “Nosotros somos diferentes, defendemos la decencia y el empoderamiento de los ciudadanos”. No debe ignorar el señor Iglesias que “empoderar” a los ciudadanos es, sobre todo, facilitarles aquella información sincera, plural y compleja que el poder suele escamotear. Pero en las actuales circunstancias esa transparente información no la está ofreciendo Podemos. Exigen ellos a los demás “luz y taquígrafos” en todas las negociaciones, pero ellos lo incumplen. ¡Con qué facilidad se arrinconan la memoria y las promesas!

En su obra “Cronicón”, Alberico de las Tres Fontanas atribuye a la Sibila de Cumas la respuesta dada a un soldado que le consultaba a punto de ir a la guerra acerca del éxito que tendría en ella. Aquélla le contestó: ibis redibis non morieris in bello (traducido: irás volverás no morirás en la batalla). La frase, como todas las respuestas de los oráculos, es ambigua (“sibilina”) pues ofrece dobles interpretaciones dependiendo de dónde se sitúe la coma en la frase; si las comas se colocan así: ibis, redibis, non morieris in bello, el significado de la respuesta es: “irás, volverás, no morirás en la batalla”; es decir, tendrás éxito en la misión. Si por el contario las comas se colocan de este otro modo: ibis, redibis non, morieris in bello, el sentido resulta todo lo contrario: “Irás, retornarás no, morirás en la batalla”. La Sibila en cualquier circunstancia siempre acertaba. De ahí que una expresión, ambigua, oscura o ambivalente es considerada “sibilina”.

Esta es la forma (sibilina) con la que, en tiempo de pactos y tacticismos, algunos de los políticos que en ellos intervienen se manifiestan. Pero es el momento ya de abandonar la ambigüedad, la ambivalencia y mostrar una actitud abierta y transparente que genere confianza. Es hora de decirles a todos los partidos que en las elecciones los ciudadanos no damos a los elegidos el manual de instrucciones; pero sí les exigimos sensatez y la solución a los problemas. Esta obligación no le corresponde al ciudadano sino a los partidos. No sería un despropósito mantenerles encerrados hasta que “alumbren un gobierno”. Ya sucedió en la historia; si en estos momentos de nuevo los partidos políticos fueses incapaces de llegar a acuerdos debería hacerse con ellos lo que en el siglo XIII hizo el gobernador de Viterbo (Italia) con los cardenales: llevar a cabo el primer cónclave (“cum clave”: con llave), es decir, encerrarlos con llave, pues trascurridos más de 32 meses aún no habían elegido Papa. Encerrados los cardenales a pan y agua se dieron prisa en encontrar solución y así fue elegido finalmente el papa Gregorio X.

Sin llegar a estos extremos, que evidentemente no comparto ni propongo, si hubieran de repetirse las elecciones sería interesante, más aún, imprescindible que los partidos acudieran a ellas explicando qué van a hacer en caso de una repetición de bloqueo y que se ahorren, si se diese el caso, la interpretación de lo que el “pueblo” ha dicho o ha querido decir. Si van a insistir por la vía hermenéutica mejor que pregunten directamente a los ciudadanos cómo salir de ese impasse. Pero sin preguntas “trampa” como las preguntas propuestas por el señor Iglesia a sus bases para estos días: 1ª "¿Quiere un gobierno basado en el pacto Rivera-Sánchez?". 2ª. "¿Estás de acuerdo con la propuesta de gobierno de cambio de Podemos-En Comú Podem-En marea?". Y digo preguntas “trampa” porque en la propia pregunta (como en las preguntas retóricas) va incluida la respuesta. Sin ser augur, a la primera pregunta, el 90% de su militancia responderá NO y dirá SÍ el 90% a la segunda. No debe tener miedo a dimitir el señor Iglesias si las respuestas no saliesen según lo previsto: saldrán así. Podremos comprobarlo en estos días.

Para emocionar y seducir a los propios pueden valer las frases gruesas y los mítines populistas, pero para gestionar el poder y el gobierno, es necesaria la moderación y el sentido común: poseer el perfil de estadista. Bien explica Manuel Vicent en su artículo “Resonancia” que a veces sucede que uno cree manifestar cólera contra la injusticia pero que en el fondo solo es fruto del cabreo contra uno mismo por no alcanzar lo que mucho anhela. En estos tiempos, el nivel de indignación o agravio sólo se mide por la capacidad de incendiar las redes sociales; redes en las que los círculos de Podemos están muy trabajados.

¡Cuánta palabra encendida, cargada de vehemencia y no poca cólera, está escupiendo el señor Iglesias, ya en el Parlamento, ya en los mítines a sus parroquianos!; utiliza los viejos argumentos; ya no hay “arriba y abajo”; ya no se sitúan en “el centro del tablero”; emplean de nuevo la vieja dicotomía “derecha e izquierda” que decían superada; hasta lo nuevo suena ya a viejo: “No somos como ellos -dice-, y yo no estoy dispuesto a que Podemos se convierta en lo que quieren los adversarios de la gente”. Pero ¿quiénes somos los que no son ellos?, ¿todos los españoles menos los cinco millones doscientos mil que les han votado?; ¿tan malos somos los demás?; ¿quiénes son los que están contra la gente?, ¿quiénes son los adversarios del pueblo? Pablo Iglesias manifiesta vehemente intemperancia y excesiva demagogia; y ni la soberbia, ni la intemperancia ni la demagogia casan bien can la buena política.

En su carta “Defender la belleza” repite más de 20 veces “dijimos”, con el fin de recordar a los demás, en especial al PSOE, lo que ellos han ido proponiendo y exigiendo; pero si los demás no deben olvidar, tampoco él puede caer en la desmemoria de lo mucho que ha dicho y criticado, porque el futuro -también para él- no pasa por despreciar e ignorar el pasado. Son muchos los “dijimos”, que de él y del grupo de sus líderes podríamos traerles a la memoria, recordando sus numerosas intervenciones en tantas tertulias, “fort apaches” y “tuerkas”.

Como expongo más arriba, Iglesias enfatiza en su carta que “no hace falta leer a Weber y Michels para saber que toda organización padece, por definición, vicios y tendencias inevitables, pero debemos seguir demostrando que la unidad de nuestro proyecto y el compañerismo están siempre por encima de las lógicas que pudren los partidos y el alma de sus dirigentes”; sin embargo, -parece haberlo olvidado-, es bueno recordarle, sin ironía, las teorías que Weber en su ensayo La política como vocación de 1919 y el propio Michels en su obra principal Los partidos políticos escrita en 1911, desarrollan sobre las elites, que Michels considera como la ley de hierro de las oligarquías; ya que, a mi juicio, la cúpula de Podemos, por las actuaciones y manifestaciones con las que están gestionando la presente situación, actúan como una auténtica oligarquía, como bien describen Max Weber y Robert Michels.

El fenómeno que Weber consideraba más importante para analizar el devenir político de las sociedades de su tiempo era la creciente burocratización del aparato del estado y la progresiva oligarquización de las organizaciones políticas. Al organizarse éstas pasan a depender de los que constituyen ya de forma continuada el nuevo aparato político: los políticos profesionales, es decir, los líderes, que son las máquinas de partido hasta convertirse en centros de lealtad para sus bases; éstas, como llegó a afirmar Weber, “se vuelven por lo general unos borregos, votantes perfec­tamente disciplinados impermeables al buen juicio del debate”.

Como buen discípulo, también Michels sostenía que toda organización implica y necesita la especialización de sus líderes, los cuales se hacen expertos en conducir a las masas. Cuando las democracias han conquistado ciertas etapas de desarrollo experimentan una transformación gradual, adaptándose al espíritu aristocrático y, en muchos casos, también a formas de gestión aristocráticas contra las cuales, cuando estaban indignados, en sus inicio lucharon con tanto fervor. Aparecen entonces en sus bases nuevos indignados denunciando a los traidores; después de una era de críticas y manifestaciones contra el poder establecido, una vez que ellos lo consiguen, terminan por fundirse con la vieja clase dominante (la que llamaban casta), tras lo cual deben soportar, a su vez, el ataque de nuevos indignados que apelan a una nueva democracia pues los actuales “ya no les representan”. Es probable que este juego cruel se perpetúe indefinidamente a lo largo de la historia; ha pasado, pasa y pasará.

Partiendo de la premisa de que es inherente a la naturaleza del hombre anhelar el poder (el empoderamiento del que permanentemente habla Podemos) y que, una vez obtenido, trata de perpetuarse en él, la democracia exige una organización que conduce de manera necesaria a la oligarquía; es decir, a marcar de forma cada vez más inequívoca la distinción entre la masa (ellos dicen “la gente”) y sus dirigentes (a los que llaman “la casta”). Entonces, la organización que es el instrumento de unos pocos pasa a hacerse con la voluntad de los muchos: esto conduce a la oligarquía, ya que propicia cambios importantes en la masa organizada, e invierte completamente la oposición respectiva de los conductores y los conducidos. Como consecuencia de ella, todas las agrupaciones (o círculos) llegan a dividirse en una minoría de directivos y una mayoría de dirigidos. Y con el avance de la organización la democracia interna de la misma, tiende a declinar. En el inicio, todo se consulta a las bases (a los círculos); pero conseguido el poder se prescinde de ellas. De este modo, sostiene Michels, la democracia y los partidos políticos terminan, convirtiéndose en una forma de gobierno de los más listos (en todos sus significados, positivos y negativos) en una “aristocracia” a la que las masas, o las bases, como también sostenía Weber, se someten dócilmente; y se someten con una “servidumbre voluntaria”, al ser considerados los más capaces y, por tanto, incuestionables.

En el fondo esta servidumbre recuerda las teorías que en el Discurso de la servidumbre voluntaria desarrollara Étienne de La Boétie. El escritor y político francés del siglo XVI formula una pregunta que perturba: ¿Cómo es posible que tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soporten a veces un tirano que no dispone de más poder que el que el pueblo le otorga? La originalidad de la tesis de La Boétie está contenida en la paradoja de los términos que asocia “servidumbre” y “voluntaria”. Contrariamente a lo que imaginamos la servidumbre no sería forzada, sería totalmente voluntaria. ¿Si no es así, cómo se puede comprender que un pequeño número obligue al conjunto de los otros ciudadanos a obedecer tan servilmente? Aunque la respuesta de La Boétie es extensa, merece la pena citarla: “Es verdad que al comienzo uno sirve obligado y vencido por la fuerza; pero los que vienen después sirven sin disgusto y hacen de buen grado lo que les precedían habían hecho por obligación”. Y continúa: “los estragos, las desgracias y la ruina no os llegan de la mano de los enemigos, sino del llamado amigo, de aquel al que vosotros habéis convertido en lo que es, en amo, aquel para el que marcháis valerosamente hacia la guerra y por cuya grandeza no rechazáis echaros en brazos de la muerte… ¿Qué poder tiene sobre vosotros, salvo a vosotros mismos?... Tomad la resolución de no servir y seréis libres. Entonces veríais como el gran coloso, al que se le ha roto su base, se derrumba por su propio peso y se destruye… ¿No resulta deplorable que… no haya quien tenga el coraje de decirle al amo, como el zorro de la fábula al león que se hacía pasar por enfermo, "iría con gusto a visitarte a tu cubil, pero veo muchas huellas de los animales que entran en ella, pero ninguna de los que salen"

La negación de la evidente crisis interna en Podemos, las divisiones en algunos de sus Círculos y su creciente fragilidad, no sólo en Madrid, sino en otras Autonomías, están dibujando en Podemos un panorama parecido al que sufrió la Unión de Centro Democrático en la Transición. Construir un partido en una etapa de consolidación de cambios plantea problemas muy serios y complejos, y más cuando se parte de fusiones de grupos con distintas sensibilidades y principios políticos, pues no es fácil perfilar con nitidez sus especificidades políticas e ideológicas; en cambio, resulta muy fácil a estos grupos identificarse con el descontento, las críticas y los errores atribuibles a la gestión del gobierno y al partido que lo sustenta. Aglutinar grupos, personalidades o movimientos opuestos y descontentos con los restos de la dictadura franquista, posibilitó la creación de la UCD. Concitar una alianza de fuerzas y movimientos indignados contra las políticas del Partido Popular que ha ido tejiendo una oligarquía de políticos profesionales con intereses propios y toda una serie de redes clientelares, “la casta”, ha posibilitado la creación de Podemos.

Aunque la construcción de ambos partidos se ha llevado a cabo desde distintos supuestos, hay algunos ejemplos y similitudes trasladables a ambos modelos: UCD se construyó desde el poder para llevar a cabo la Transición y Podemos desde las plazas para llegar al poder.

La historia de la UCD fue intensa y como partido inicialmente cumplió su función y conectó bien con los electores. ¿A qué se debió, pues, su desintegración? Carlos Huneeus, Doctor en Ciencia Política de la Universidad alemana de Heidelberg escribe que la clave de la desintegración de la UCD, además de cuestiones de carácter organizativo, tuvo dificultades al pretender insertar el discurso de la modernización en una situación complicada de la historia de España: transitar desde una férrea dictadura a una democracia equiparable a las democracias europeas; pero sobre todo, se situó en “el conflicto permanente entre sus barones, que provenían de ideologías diferentes, entre su cúpula dirigente o algunos de sus miembros y los dirigentes y la organización territorial del partido”. Quiso fusionar las ideologías de sus diversos grupos o partidos en una coalición electoral heterogénea de pequeños partidos consistentes, especialmente, en grupos de personalidades e ideologías, por otra parte, enfrentadas por el poder en algunos países de la Europa de entonces (socialdemócratas, democristianos, liberales, populistas y ex-franquistas reformistas). De ahí que la UCD sufriese siempre serias dificultades de organización interna y las disputas ideológicas llegaron a ser más intensas tras las elecciones generales de 1979; desde entonces afloraron de un modo cainita las diferencias tanto en el gobierno de la política como en la política de gobierno. Desde estas reflexiones se llegó a afirmar que la UCD habría sido, sobre todo, el partido para la transición y que, una vez cumplida su propia tarea histórica, era natural que se disolviese.

Desde contextos históricos distintos pero con ciertas similitudes, Podemos surge en España intentando horadar la estructura del sistema y sirviendo a su vez de elemento tractor para incorporar alianzas y apoyos sociales; arrogándose el monopolio de la representación de aquella ciudadanía indignada, se autoproclama la voz de quienes hasta ahora no habían conseguido hacerse oír. Se ha nutrido con la aparición de movimientos sociales espontáneos, como los indignados y todas las confluencias del 15-M, que exigían nuevas formas democráticas, una política social diferente y la necesidad de que aquellos movimientos indignados tuvieran una representación institucional. Ha tenido la virtud de canalizar el descontento y la indignación y darle una expresión política. También ha recogido votos de mucha gente de izquierda que no hubiera votado sin su presencia, pero que los puede perder si les desilusiona. Aún estando ya presentes y gobernando algunas instituciones y cuyo programa en muchos aspectos aún se está elaborando, continúa siendo un partido en construcción, mal que les pese a sus líderes; de ahí las contradicciones en las que caen muchos de sus líderes y los cambios permanentes en sus mensajes y prioridades. Se ha convertido en un partido ómnibus, cosido con un tejido político en el que coexisten distintas sensibilidades y mareas, como ellos dicen; es una alianza de fuerzas con un elemento aglutinante: la “indignación y el descontento”, como bandera de reclutamiento. Con la grandilocuente apología con la que Iglesias encabeza su carta, han querido nacer “para cambiar el curso de la historia social y política de nuestro país, para devolver la dignidad a nuestro pueblo, para tomar la palabra…”; pero pretenden acortar las distancias para llegar al poder con excesivas prisas, de forma en exceso acelerada. Contra estas prisas ya alertaba Aristóteles que la naturaleza no funciona a saltos (“natura no fit saltus”). Bien dicen los sabios agricultores que para que la fruta madure no se pueden acelerar los tiempos, su simple vistosidad no la hacen apta para el consumo; y añado: tampoco para el gobierno. Deberían tener en cuenta esa irónica pero aplicable frase de Groucho Marx: "Debo confesar que nací a una edad muy temprana."

Desde estas reflexiones, y como he afirmado de la UCD, Podemos corre el riesgo de que, si mantiene esa pluralidad de sensibilidades, algunas contrapuestas y contradictorias, si acentúa sus ansias rápidas de hacerse con el poder a corto plazo, habiendo sido necesarios en momentos de crisis, acentuados por la mala gestión de Rajoy y del PP, que cumplida su tarea histórica, se convierta en un partido fraccionado, a la larga testimonial y rápida su disolución, como le sucedió a UCD y últimamente a UPyD.

Uno de los mayores valores que tiene un político es su credibilidad y si ésta se pierde, ¿en qué lugar queda su palabra? Después de haber escuchado reiteradas veces a Iglesias: "Nunca formaré parte de un gobierno que no presida", y más, después de exigir la Vicepresidencia e importantes carteras ministeriales, no se me hacen creíbles sus cambiantes propuestas. Me traen a la memoria esa repetida y aguda frase (de nuevo Groucho Marx): “Estos son mis principios, y si no les gustan, tengo otros”. Un partido como Podemos, tan fraccionado ideológicamente y con esa lucha de poder interno, como estamos comprobando últimamente, no está preparado para gobernar; primero tienen que madurar; necesitan tiempo histórico y experiencia suficiente para ser alternativa de gobierno. Los cielos no se asaltan; se consiguen porque el pueblo, la gente, la ciudadanía te da los votos suficientes para ello. Necesitan hacerse creíbles con una sola voz y un programa sólido y único para que el electorado sepa realmente qué vota cuando le elige; pero sin culto a la personalidad carismática de unos líderes indiscutibles, so pena de caer en esa oligarquía contra la que alertaba Michels; se están moviendo en este momento de pactos en el terreno de un engaño consciente, pues una cosa es la propuesta abierta al PSOE de un pacto por un gobierno de progreso y otra, la intención real, de acuerdo con la máxima que Iglesias defiende ante los suyos al otro lado del espejo: “lo importante es ganar”. No se puede terminar la carrera de políticas y, acto seguido, hacer las prácticas en el Congreso.

Cercano el 2 de mayo, fecha límite para la formación de un nuevo gobierno o convocatoria de nuevas elecciones, se presenta un magma confuso de declaraciones con las que los partidos políticos ocultan sus verdaderas intenciones y estrategias. Los ciudadanos hemos contemplado durante estos meses a torpes estadistas negados para el análisis y el diálogo; ellos sabían desde el 20D que la única forma de gobernar era mediante el entendimiento y los pactos. Pasados ya casi 4 meses es hora de tomarse en serio lo que el pueblo decidió ese día en las urnas. De no suceder algo inesperado -hay quien no lo descarta- el horizonte que muchos contemplamos son unas nuevas elecciones. De cara a ellas, cada uno de los cuatro partidos que estaban obligados a los pactos elaborará un relato en el que cada uno se considerará inocente y los demás culpables de haber propiciado las mismas. Pero no sería justo medir a los cuatro con la misma medida ante la formación de una coalición de gobierno: hay quienes han planteado desde el primer momento líneas rojas o exigencias inaceptables y quienes han mantenido permanentemente una actitud negociadora de buenas intenciones, aunque infructuosa, por su incapacidad para explicar lo que  proponían y cómo llegar a ese 199 cuya aritmética siempre nos pareció imposible.

El Partido Popular y Rajoy, en total inactividad y “pigritia” (en latín, vagancia) o tumbado en el diván (según las tiras de Peridis); después de declinar la invitación del Jefe del Estado a formar gobierno, ha esperado que le regalen de nuevo la Presidencia porque “él lo vale” y porque ha sido el más (aunque insuficientemente) votado. Con ellos, el diálogo y los pactos han sido inexistentes. Para más “inri”, de que no haya aún gobierno echan la responsabilidad sobre los hombros de Pedro Sánchez, incluso tildándole de “traidor”. No les desagradan unas nuevas elecciones ya que confían, inmersos en la corrupción, en la desmemoria compasiva de sus votantes.

Sánchez y el PSOE, al haber recibido el mandato del Jefe del Estado para formar gobierno, contra “tirios y troyanos” -incluida incomprensiblemente una parte de sus barones- no ha desistido de intentarlo, aunque debía haber tenido claro que, para poder ser investido, es casi imposible la unión de contrarios. Ante la prolongación de esta incertidumbre, no descartan nuevas elecciones, aunque no las desean.

Iglesias y Podemos han venido manifestando que han buscado hasta el «límite» una coalición de progreso “a la valenciana” con el PSOE; tienen absolutamente claro que el acuerdo PSOE-Ciudadanos es inaceptable; intentando allanarse el terreno ante los efectos que podrían ocasionarle unas nuevas elecciones, quieren blindarse con la propuesta de los “20 propuestas”. Han convocado para estos días un referéndum entre sus militantes inscritos; la base de la consulta son las dos preguntas a las que ya he hecho referencia para decidir cuál es su «posición final» de cara a la formación de gobierno. En función de los resultados, iniciarían una negociación bilateral con el PSOE para un posible pacto de investidura o gobierno. En cualquier caso, considero que desde el 20D han tenido presente la ventaja para el “sorpasso” que les proporcionarían unas nuevas elecciones; de hecho, por miedo al fracaso de unos resultados adversos, quieren negociar con Alberto Garzón y Unidad Popular acuerdos para esa posibilidad, pensando en sumar a los suyos propios el casi millón de votos conseguidos por U.P., y en aumento, el 20D.

Rivera y Ciudadanos han mantenido permanentemente una actitud negociadora para llegar a acuerdos entre las tres formaciones nacionalistas; aunque últimamente estarían a favor de la gran coalición si Rajoy no fuese el candidato del PP. Tras la reunión mantenida con el PSOE y Podemos y sus mareas han abogado por mantener como punto de partida el acuerdo firmado entre ellos y el PSOE, aunque han admitido matices y nuevas aportaciones; en ningún caso admitirían el referéndum del derecho a decidir y la entrada de Podemos en el gobierno.

Cuando escribo estas reflexiones, hoy día 14 de abril, día de la República, manteniéndose la incertidumbre sobre si se llegará o no a esos deseados pactos y con el horizonte de que el Jefe del Estado ha convocado de nuevo a consulta a todos los partidos los días 25 y 26 próximos para constatar si hay o no acuerdos, me encuentro dos propuestas nueva, ambas con el fin de evitar las elecciones. Por una parte, el manifiesto firmado por un conjunto de ciudadanos con autoridad intelectual y experiencia probada en el que apuestan, porque es posible y necesario, por un gobierno del cambio, ya que repetir las elecciones no es solución; por otra parte, la propuesta de los sindicatos, bien vista por muchos ciudadanos. Ambas, a mi juicio deben ser tomadas en cuenta. Carecería de sentido que aquellos que tienen el mandato ciudadano de llegar a formar gobierno desoigan, por posturas intransigentes y nada razonables, estas propuestas y nos obligasen de nuevo ir a las urnas. Como dice el manifiesto, la incapacidad de las fuerzas políticas de lograr una investidura de cambio supondría un grave fracaso, un desprestigio de la política y de los partidos e, incluso, un desprecio a la ciudadanía pues sería tanto como decirnos que nos hemos equivocado al votar. Destacan que un acuerdo liderado por el PP, como propone Ciudadanos, en cualquiera de sus formas, excluido Rajoy, no supondría ningún cambio por cuanto significaría la continuidad de las políticas que han conducido a la actual situación y que son las que hay que cambiar. El acuerdo suscrito por PSOE y Ciudadanos, apoyado por 131 diputados, aunque insuficiente, puede significar un inicio para sentar las bases de un programa de cambio que aborde los acuciantes problemas de los ciudadanos. A este acuerdo, mediante las oportunas negociaciones, podía sumarse Podemos, para mejorarlo o ampliarlo con el fin de recabar el suficiente apoyo que haga posible la investidura de un presidente del gobierno. Ese acuerdo debería contener, como mínimo, los elementos que hoy demanda la mayoría de la sociedad española, renunciado para más adelante a aquellas propuestas que hoy distancia a los tres partidos. Sería un gobierno limitado a dos años al menos, del PSOE -como proponen los sindicatos-; pasados esos años, mediante una moción de confianza y en la tranquilidad de unos tiempos más serenos, deberían ir pactando aquellas otras propuestas que consoliden unas políticas de cambio más progresistas.

Para Nicolás Sartorius, uno de los firmantes, este acuerdo no tendría que ser difícil, ya que los documentos de las tres organizaciones dejan patentes y claras muchísimas más coincidencias que discrepancias; por otra parte, el fracaso de estas negociaciones supondría el fracaso de la política, aumentar la incertidumbre en la economía, cambiar de rumbo las política actuales y permanecer descolocados internacionalmente. Esto exigiría de Podemos y de las mareas que le apoyan altura de miras y sentido de Estado

Hay que recordarle a Podemos que no son ellos la única alternativa de progreso y que pretender alcanzar el poder de inmediato (“conquistar los cielos”) es propio de inconscientes o carecer de sentido de la realidad.

Acabo: decía Íñigo Errejón con una de sus metáforas que “no se puede correr y atarse los cordones al mismo tiempo”. Pues nadie más que ellos lo ha pretendido. Han querido acelerar (“correr”) su llegada a la Moncloa mientras estaban consolidando un partido sin experiencia de gestión, fundiendo distintas sensibilidades y redactando un programa sin excesivas contradicciones (“atarse los cordones”). Las prisas no son buenas consejeras. Y puesto que estamos a punto de celebrar el IVº Centenario de la muerte de Cervantes, le recuerdo al señor Iglesias, al que muchos le atribuyen excesiva altanería y soberbia, las palabras de maese Pedro en el capítulo XXVI de la 2ª parte de El Quijote: “Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala”. Pues no debe practicar, pretendiendo ser “de los nuevos” la política de “los viejos”.

Sobre “iglesias” y “Pablos”, o lo viejo de “los nuevos”