domingo. 28.04.2024

La rentabilidad del miedo

El miedo no puede ser una excusa para resignarse, como el recorte no debe ser la medida de todos los desmanes que empresas o administración decidan acometer...

Escribe Isaac Rosa en su novela El país del miedo que el miedo se tiene o no se tiene, pero que si se tiene no desaparece, únicamente cambia de estado.

Comparto esta reflexión como testigo, en mi condición de sindicalista, de que el miedo, puede que razonable y hasta lógico, también nos condiciona, nos bloquea y nos sitúa ante el eterno dilema de callar, asumir y resignarse.

Cuando esta tormenta económica que nos castiga desde hace años haya sido superada, alguien deberá investigar sobre los retrocesos sociológicos que ha ocasionado y su efecto narcotizador sobre aspiraciones y derechos que pensábamos irrenunciables no hace tanto tiempo. 

Soy el secretario general de una federación de CCOO, la de Servicios Privados, particularmente vulnerable a la crisis y a la restricción de fondos públicos. Una parte de nuestros sectores depende de un modo directo de licitaciones casi siempre municipales en limpieza viaria, limpieza de edificios y locales, seguridad privada, ayuda a domicilio o jardinería entre otras.

Estamos asistiendo a un recorte dramático en condiciones de trabajo, reducciones de plantilla y deterioro de servicios esenciales. La cadena comienza en la propia administración, que pretende idénticos servicios a precios sensiblemente más bajos. El siguiente eslabón son las empresas, forzadas a competir con ofertas cada vez más económicas para obtener la concesión. El tercer engranaje de esta cadena es el trabajador o trabajadora, víctima pasiva de un dilema esencial: no trabajar o trabajar más por bastante menos. He ahí el miedo. La cadena se ha tensado al límite.

CCOO es un sindicato de clase que suele conciliar con inteligencia sus reivindicaciones y la responsabilidad social. Somos conscientes de la crisis, de sus efectos y de las dificultades económicas que sufrimos. Somos igualmente portadores de propuestas, de alternativas, que creemos necesarias, tanto en Europa como en España.

Ahora bien, se han traspasado ya varias líneas rojas. Estamos consumiendo las reservas de un estado del bienestar anémico al que en lugar de insuflarle nutrientes le estamos dejando agotarse por inanición.

La sistematica reducción del gasto público, indiscriminada y fundamentalista, no sólo deja de ser una herramienta eficaz de gestión, sino que además es injusto socialmente y se convierte en el  sistema más rápido para generar desigualdad social y retrocesos laborales. Este escenario ya está ocurriendo y forma parte de nuestra realidad cotidiana.

A diario asistimos a propuestas de la administración o empresariales que representan un retroceso no ya respecto a convenios anteriores, sino un salto en el tiempo hacia la desregulación y la precariedad más absoluta. Pero juegan con ventaja. Saben que existe el miedo, y ninguno tan convincente como perder el trabajo en un contexto de millones de desempleados. Miles de personas resuelven el dilema que antes mencioné del mismo modo: trabajan como sea. Ese es el significado que para la  mayoría adquiere la palabra ajuste.

Si situamos esa perversión semántica en sectores donde el salario medio apenas llega a los mil euros y muchos no superan los 850 euros, fraccionado en muchos casos esas cantidades a causa de las jornadas a tiempos parcial, o donde se amenaza la propia existencia de colectivos enteros por falta de recursos como ocurre con la Ayuda a Domicilio, estaremos en el centro de la tormenta perfecta. Perfecta singularmente para quienes se aprovechan de la crisis y la agitan como excusa para justificar recortes adicionales que no se corresponden con su actividad económica ni con su cuenta de resultados. Pero hay miedo.

En Madrid, por ejemplo, vamos a comprobar en las próximas semanas la tensión a la que se va a abocar al sector de limpieza viaria, jardinería o vigilancia de seguridad del metro. En el caso del Ayuntamiento de Madrid las contratas de saneamiento urbano se adjudicarán con un presupuesto casi un 40 por ciento inferior. Dicho sin eufemismos: las contratas se están convirtiendo en una subasta de puestos de trabajo donde no prima la calidad ni la prestación del servicio sino el ahorro de costes con independencia de sus consecuencias.

La lectura no debe ceñirse al ámbito únicamente laboral. La otra consecuencia alarmante de estas políticas es el deterioro evidente de servicios públicos esenciales. Estamos refiriéndonos a la dependencia de nuestros mayores, a la limpieza de nuestras calles, a la higiene del colegio de nuestros hijos, a la calidad de vida que nos permiten las zonas verdes debidamente atendidas, a la seguridad en el transporte público. De eso hablamos cuando hablamos de recortar.

El miedo no puede ser siempre una excusa para resignarse, como el recorte no debe ser la medida de todos los desmanes que las empresas o la administración decidan acometer. No a cualquier precio. Hay recortes que están resultando ya terriblemente caros en términos sociales. Cuando nos demos cuenta de poco nos servirá el miedo. O quizá, como describe Isaac Rosa, tan sólo se transformará en otro temor. 

La rentabilidad del miedo