viernes. 26.04.2024

Disertación sobre Nozick. Tiempo, Estado y (falsa) libertad

mundo

“Ninguna libertad para los enemigos de la libertad”
Louis de Saint-Just.


El Estado es en muchas ocasiones la última frontera que tienen las clases más populares para defenderse de los que más tienen

Decía un antiguo profesor mío que leer a un autor con el que no estás de acuerdo y, sin embargo, encontrar en él cosas comunes a tu pensamiento era una forma de evolución intelectual. Algo que se alejaba de maniqueísmos doctrinales y se acercaba más a algo semejante a la madurez. Yo no llegaría tan lejos, pero aún hoy no consigo quitarme el sabor amargo que encuentro en estas situaciones. El filósofo estadounidense afirma dos cosas de las cuales no puedo estar más en acuerdo a pesar de, como digo, auto-ubicarme en posiciones diametralmente opuestas.

La primera de ellas es cuando habla de los impuestos. Para Nozick hablar de impuestos es, en último término, hablar de tiempo. Imponer que paguemos al Estado es otra forma de decir que este mismo nos está requisando tiempo nuestro. Por tanto, hablar de dinero es hablar de tiempo y esto es algo que está en plena actualidad. La diferencia radica en que el autor se detiene en cuestionar únicamente el tiempo que viene “usurpado” por el Estado, mientras que aquella imposición temporal natural que surge de la competencia del libre mercado no. No nos engañemos, la unidad de poder siempre ha sido el tiempo; hablar de fuerza de trabajo es hablar de tiempo humano en producir algo.

Y hoy día esta se deja ver en muchos sitios diversos: en el tiempo de vida –decenas de estudios demuestran que los que más tienen viven más-, en el tiempo de estancia vacacional –semanas en hoteles o una suerte de “nomadismo” utilizando AirBnB- o, incluso llevándolo al paroxismo, el tiempo para viajar de un punto A hasta un punto B –avión, transporte privado…-.

Esto Aristóteles lo entendió perfectamente. Cuando hablaba de distintas morales y felicidades lo que estaba haciendo era apuntar a un distinto reparto del tiempo. ¿Por qué la moral de los filósofos se diferenciaba de la de las mujeres o esclavos? Porque estos últimos trabajaban –vendían su tiempo- para que aquellos tuvieran TIEMPO para pensar.

Esto se relaciona con la profunda crisis de la sociedad del empleo –el empleo como constructo socio-económico para ser parte de la sociedad- surgida a partir de las grandes guerras mundiales y que daría para otro tema mucho más largo –paradigmático para entender esto leer el inicio de la Constitución Italiana-. Pero que dejaré a un lado para centrarme en lo que importa ahora.

Mi segundo “encuentro amargo” es cuando Nozick afirma que “no hay distribución justa pautada sin una intervención en la vida de las personas”. Me interesa sacar a colación esta frase porque ambos estamos de acuerdo. Sin embargo, mientras que para Nozick esto es perjudicial, para mí es la principal defensa. Para nuestro protagonista esta intervención –el Estado- coarta nuestra libertad mediante la imposición porque para él “cualquier pauta de distribución igualitaria es derrocable por las acciones voluntarias de las personas”. Esto quiere decir, pues, que la libertad subvierte las pautas de justicia, por lo que da igual que estemos ante la sociedad socialista perfecta, ya que nuestras decisiones libres acabarán volviendo ineficaces las acciones del Estado que, por otra parte, no hemos “consentido explícitamente”.

Consentimiento que se encarga de denostar por esa ausencia de condiciones mínimas y objetivas para que se presente como justo y explícito. Nozick parece obviar interesadamente que esa autorización no es necesaria en ningún caso para acumular algún nivel de obligación por y para la sociedad. De nada sirve recibir y no dar, siendo esto no solamente natural, sino además bueno per se. Debería recordar, sin movernos mucho de su ámbito competencial, la teoría de juegos, donde hay “no-éxito” al dilema del prisionero sin contrato previo. Sea este implícito o explícito, la colaboración es necesaria para ayudar a esa falta de incentivos para la resolución de problemas.

Pero nada más lejos de la realidad. El Estado es en muchas ocasiones la última frontera que tienen las clases más populares para defenderse de los que más tienen. Es una colchoneta bajo sus pies que impide que se hundan aún más en el subsuelo de la exclusión social y económica. Y en ningún caso las políticas de igualdad fomentan la envidia como afirma. El problema aquí no es la envidia, sino la codicia, y estas políticas públicas deben de entenderse como su contención. Desterremos ya la idea de que atentan contra el mérito y el trabajo de muchas personas.

Por último, destacar lo más preocupante de toda la ingeniería filosófica de Nozick. Cuando afirma que lo importante es, junto con lo que inicialmente se tiene, la justa transferencia entre las partes, es decir, lo fundamental es la decisión personal y que esta sea justa y libre –notamos que nada dice sobre la capacidad que algunos tienen de imponer transferencias, como en el ejemplo de Chamberlain-. Por tanto, encontramos que el núcleo ético que resumiría la tesis libertaria sería el de “yo soy el dueño de mí mismo”. Si quiero darle 1 euro a alguien por verle jugar, se lo doy. Si quiero gastarme todo mi dinero en el hipódromo, lo hago. O, llevándolo al extremo, si quiero vender un útero o un riñón, lo vendo.

Huyamos de la falsa dicotomía entre libertad o no libertad y preguntémonos algo mucho más trascendental: ¿libertad para quién y para qué?

Lo que en ningún momento explica Nozick es que al constituirnos como dueños de nosotros mismos –algo que se asemeja a un pleonasmo filosófico, ya que somos nosotros mismos en tanto que nuestro cuerpo nos pertenece- no solamente adquirimos plena libertad de decisión, también viene con el pack la imposición del sistema de responsabilidades. Una serie de compromisos en la que no todos aparecen libres de constricciones sociales y/o económicas. Si te caes, te viene a decir un libertario, es porque no sabes andar, no porque la calzada esté rota. Del mismo modo, si te arruinas jugando al hipódromo o vendes un órgano y te mueres, es porque quieres, no porque el sistema te haya abocado a una situación de extrema pobreza donde no haya ninguna otra opción más que las anteriormente citadas.

Decía Robespierre que el primer derecho que se tenía que asegurar era el de la existencia, no porque entendiera la política o la vida como una suerte de tautología metafísica, sino porque sabía que la libertad, sin condiciones de aseguración, no era libertad. Sin opciones dignas y reales, hacer uso de tu “libertad” es caer en una trampa desde su propuesta; es intentar jugar a las libertades sin tener ninguna carta en tu mano.

Todo lo que no sea respetar esta última máxima es estafarnos a nosotros mismos y llevarnos a una situación como la actual, donde familias canadienses acomodadas pagan para que una empresa haga de intermediario para llevarles bebés gestados en Ucrania. Como si fuesen bienes importados y acercándonos cada vez más a una distopía. O donde padres desmotivados gastan parte de su prestación por desempleo en casas de apuestas no porque sean libres, sino porque es la única forma de escapar de una realidad que les asfixia y no les deja alternativa sólida.

Huyamos de la falsa dicotomía entre libertad o no libertad y preguntémonos algo mucho más trascendental: ¿libertad para quién y para qué? Porque muchas veces los que abogan por una ampliación de esferas de libertad no lo hacen por filantropía, sino para lucrarse unos a costa de otros. Siendo estas dos partes siempre monolíticas a lo largo de la historia.

No aspiro a prohibir –la historia nos deja patente que esto nunca funciona y, por lo general, consigue el efecto opuesto- sino a concienciar. Un trabajo en la superestructura que se debe de hacer en el “mientras tanto” y que escapa de posiciones infantiles y dogmáticas. La clave no es prohibir, apoyándome en el ejemplo de Nozick, que quien pueda se permita tener una Biblioteca Widener, sino asegurar que haya Bibliotecas Widiner abiertas a la sociedad.

Debemos, pues, cumplir dos objetivos. Entender que una sociedad rica y más justa es una sociedad que reparte su tiempo entre todos en la sociedad y asegurar que la “lotería natural” debe estar subordinada a la igualdad social. Una vez que aseguremos lo público, discutiremos lo privado. Todo lo demás será no hacer caso a Saint-Just y darles libertad a los enemigos de la libertad.

Disertación sobre Nozick. Tiempo, Estado y (falsa) libertad