domingo. 28.04.2024

Y no hubo nada

Tampoco es para tanto. La indecisión de Esperanza Aguirre sobre la posibilidad de presentarse como alternativa a Mariano Rajoy en el próximo congreso del PP no es como para hacer de ello la noticia del año. Otra cosa es que el Partido Popular se haya distinguido siempre por una sucesión a dedo, pactada y atada, que rompe clamorosamente sólo la posibilidad de que haya alguien que aspire a gobernar el partido. Y, por eso, es noticia.
Tampoco es para tanto. La indecisión de Esperanza Aguirre sobre la posibilidad de presentarse como alternativa a Mariano Rajoy en el próximo congreso del PP no es como para hacer de ello la noticia del año. Otra cosa es que el Partido Popular se haya distinguido siempre por una sucesión a dedo, pactada y atada, que rompe clamorosamente sólo la posibilidad de que haya alguien que aspire a gobernar el partido. Y, por eso, es noticia.

Lo que habría que plantearse, tal vez, es que lo que tradicionalmente ha ocurrido en el Pp no encaja, precisamente, con una organización abierta y democrática. Hasta ahora se ha aceptado como algo normal que el PP decidiera sucesores, dirigentes y hasta militantes sin cuestionar que una de las bases de la democracia es el debate, la igualdad de oportunidades para todos y la elección libre de sus líderes.

Más que un partido presidencialista, el PP, bajo esta óptica, ha sido una monarquía absolutista que ha elegido, de acuerdo con la voluntad de su líder, quién había de recoger el cetro y la corona. No me parece malo que una persona como Esperanza Aguirre quiera ser presidenta del PP. Está en su derecho. Lo mismo, por cierto, que estaba en su derecho Alberto Ruiz Gallardón para aspirar a un escaño en el Parlamento.

El Partido Popular no es un modelo de democracia interna, por mucho que ahora se nos intente hacer creer lo contrario. Pero tampoco lo son del todo otros partidos de izquierdas, proclives a practicar el culto al líder por encima de cualquier razón. Sabido es que en política no son los mejores los que llegan a la dirección, sino los que mejor manejan los oscuros recovecos de las alcantarillas del poder.

A nadie se le oculta, sin embargo, que en todo esto tiene mucho que ver el interés de algunos grupos mediáticos que quieren dirigir la política en la creencia de que sólo ellos están en posesión de la verdad y sólo ellos saben lo que conviene no sólo al común de los mortales, sino a sus representantes democráticamente elegidos. Nunca se presentarán a unas elecciones, pero sí quieren dirigir con el chantaje y las amenazas a quienes sí han arriesgado su vida y su prestigio en el tablero.

La apuesta de Esperanza Aguirre, su calculada indefinición, el revuelo creado, son elementos que parecen apuntar a un nuevo modelo de PP. Que no es malo si con él se consigue abandonar resabios del pasado de un partido que surgió por necesidad y sin abandonar del todo viejos espejos dictatoriales.

No tiene mucho sentido que, todavía en el PP, siga teniendo el extraordinario predicamento del que goza José María Aznar. Y que, aún, sus opiniones y estrategias se miren con lupa desde la dirección de los populares. Ni tampoco que el presidente actual tenga que celebrar comidas privadas para arreglar desaguisados públicos que, a lo mejor, no son tales.

De todas formas, este envite de Esperanza Aguirre no irá mucho más allá de lo que ha ido. En el PP falta cultura de la disidencia y del debate. Y todo, al final quedará en nada. Como en los versos cervantinos, Aguirre, hará como aquel bravucón: “se caló el chapeo, requirió la espada / miró al soslayo, fuese y no hubo nada”.

Y no hubo nada
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