viernes. 03.05.2024

No hay mal que cien años dure

El año finaliza con las previsiones económicas y, en consecuencia, sociales, más terribles que muchos, aunque atesoremos ya unos cuantos años, podemos recordar. Desde el ya lejano final del 2008, cuando: unos lo pintaban como una crisis pasajera, y otros como una cuestión de grave transcendencia.

El año finaliza con las previsiones económicas y, en consecuencia, sociales, más terribles que muchos, aunque atesoremos ya unos cuantos años, podemos recordar. Desde el ya lejano final del 2008, cuando: unos lo pintaban como una crisis pasajera, y otros como una cuestión de grave transcendencia. Nos hemos situado en las casi vísperas de las fiestas navideñas, en la encrucijada de no saber el camino a tomar, y lo que es peor, el no saber siquiera si éste existe.

También es cierto, y quizá en un país como el nuestro más, pues pasamos de la euforia al derrotismo, más rápido y con menos esfuerzo, que los ciudadanos de nuestro entorno. Que con que se produjeran unas mínimas señales en sentido contrario a las que durante estos tres últimos años se han venido dando, probablemente sería suficiente, para variar la actitud general de la ciudadanía.

Entretanto, y tratando de mantenerme en una posición equidistante, alejada del pesimismo y del optimismo, ambos subjetivos, pero consciente de lo que hay. He reconocer que, a priori, parece bastante difícil encarrilar el asunto. Con el añadido de encontrarnos con un nuevo gobierno, creído estar sobrado de votos, hasta conseguir la mayoría, pero que lejos de esa visión que mantienen, ni están sobrados, ni han conseguido más de los que han tenido siempre, o apenas unos pocos. Y una oposición quemada, chamuscada, como nunca anteriormente lo había estado, y lo peor sin ideas, ni visión, minimamente clara, ante una posible salida.

Así las cosas, y tratando de animarme, aunque consciente de lo difícil y duro de la situación, he decidido agarrarme a aquello que siempre he oído decir a mis mayores: “no hay mal que cien años dure”, y seguramente, como también suele decirse; “ni cuerpo que lo resista”.

Y además deberíamos de descontar ya los tres años trascurridos desde que comenzó la desazón.

Por otra parte, y trátandome de ampararse en lo anterior, también quiero reconocer que las expectativas no son ni minimamente halagüeñas, entre un gobierno sobrado como decía, pero en la realidad, menos de los que ellos piensan o deberían pensar. Ya se sabe, que no es lo mismo, ganar por goleda, a que el contrario se meta los goles en propia meta. Y una oposición, destrozada en el partido mayoritario y fagmentada, el resto, como pocas veces había ocurrido antes. Pocas esperanzas quedan, salvo el refugio al que aludía, en el sentido que nada es eterno, ni lo bueno, ni lo malo.

Nada ayuda a la solución, por contrapartida, el gran número de ciudadanos desencantados, descreídos, desmotivados, por el sistema y sus aledaños, que poco o nada van a intervenir en apoyar una colectiva solución, o algo parecido, si llegara a plantearse.

Empozoñándose uno sin querer en estos pensamientos, debo admitir que lejos de encarar las próximas navidades y el nuevo año, lleno de ilusión y buenos propósitos como es de rigor, me temo lo peor, que seamos muchos, los que deseemos que las cosas no empeoren, pues reconozco que aún siendo díficil es absolutamente posible. Y terminemos hablando todos de la mala salud del muerto.

No hay mal que cien años dure
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