jueves. 02.05.2024

Entre Machado, Kavafis y una marmota

Hay días que, como hoy, cuando la condena del juez Garzón por el Tribunal Supremo parece confirmar la absolución de Camps por un tribunal popular, amanecen pesimistas y sombríos a pesar de que luce el sol, porque acontecimientos de muy distinta entidad y procedencia -políticos, jurídicos, económicos, financieros-, llevados por su evolución, coinciden al colocarse en lo que parece ser la misma y fatal lógica de ir a peor.

Hay días que, como hoy, cuando la condena del juez Garzón por el Tribunal Supremo parece confirmar la absolución de Camps por un tribunal popular, amanecen pesimistas y sombríos a pesar de que luce el sol, porque acontecimientos de muy distinta entidad y procedencia -políticos, jurídicos, económicos, financieros-, llevados por su evolución, coinciden al colocarse en lo que parece ser la misma y fatal lógica de ir a peor.

Son días tétricos, oscuros, que invitan a reflexionar críticamente sobre la desventurada historia de este desventurado país, que es España; la de todos, no sólo la finca de Aznar, Rajoy, Gallardón, Aguirre, Rato, Trillo, Cascos, Botella,  Cospedal, Camps, Fabra, Zaplana, Naseiro, Bárcenas, Fraga y Rouco Varela, seguidos de muchos otros, demasiados otros; la España de Franco, en última instancia, porque fue el fundador -manu militari- de este intemporal esperpento, que, apenas reformado y pronto deformado, hoy está unido a los países colistas de la Unión Europea en un desesperado intento de parecer moderno, cuando crujen las cuadernas de un régimen político que parece asentado todavía en el siglo XIX, a pesar de que muchos miembros de la clase política, de la casta togada y de la casta purpurada creen hallarse todavía en el siglo de Oro, que lo fue de las letras y de poco más.

Amanece un día antiguo, vetusto, como la famosa ciudad de Clarín, donde el pasado, del que no nos libramos, nos alcanza y cobra una súbita fuerza con un suceso que parece detener el tiempo: estamos igual, o casi igual, que hace 35 años, que hace 50, que hace un siglo. Hemos vuelto al sistema canovista, donde el caciquismo imponía su berroqueña eficacia sobre un régimen político escasamente representativo. Estamos en una perenne Restauración borbónica, un proceso tres veces repetido (1814, 1876, 1975), como si fuera un modelo del que no podemos prescindir y al que estamos condenados a volver con todas las sevicias que lo nutren y sostienen, y, que como estamos viendo, no se agotan, sino que rebrotan con fuerza como las cabezas de una hidra.

Es un día que se levanta machadiano, porque vuelve a cobrar actualidad la estrofa del poeta sobre la gente andariega: caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Quizá Machado, llevado por cierto optimismo antropológico, creyera que, a pesar de todas las vicisitudes, los caminantes avanzaban en el camino que les llevaba a su destino. Puede que eso ocurra en otros lugares, pero no en España, donde políticamente llevamos décadas caminando, pero pisando la misma senda como si estuviéramos pateando infructuosamente sobre la cinta sin fin de la máquina de un gimnasio; andamos pero no avanzamos, o peor aún, retrocedemos respecto a la meta fijada, que debería ser aquella sociedad democrática avanzada, de la que habla el Preámbulo de la Constitución de 1978, dotada de valores superiores como la libertad, la justicia, la igualdad, con que se abre el Título preliminar.

Kavafis alaba la aventura del viaje, el goce del largo itinerario antes que la llegada a puerto, a Ítaca, pero el nuestro es un viaje sin cíclopes, sin magas, sin fantasía; es un viaje a ninguna parte, donde los seductores cantos de las sirenas se han sustituido por las ásperas prescripciones de la Curia y por los imperiosos dictados económicos de una dama teutónica; es un trayecto ya recorrido y tan aburrido como el repetido día de la marmota; un viaje sin destino -¿a dónde nos llevan?- sólo camino…¡¡”Camino”!!

¡Tengo una cansera…!

Entre Machado, Kavafis y una marmota
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