sábado. 27.04.2024

Mario Regidor | Las ideas de justicia y venganza en no pocas ocasiones se nos manifiestan como palabras sinónimas a tenor de quien las invoca y que suele justificar acciones que ocasionarán consecuencias que no solo afectarán al invocante y a quien pueda sufrirlas, sino, y eso es lo más lamentable, a terceras personas, que “pasaban por ahí…”

A lo largo de la historia hemos tenido probadas muestras de lo que puede suponer el uso y abuso, además del enaltecimiento de estos conceptos que tanto daño han hecho a lo largo de la historia de la humanidad.

No obstante, ¿es lícito o moralmente aceptable recurrir a la venganza cuando creemos que la situación lo requiere? Permítanme aventurar ya lo arriesgado de contestar afirmativamente a esta pregunta. Vamos a recurrir a algún ejemplo histórico.

Puede resultar manido, pero todos sabemos cómo, cuándo y por qué se originó la segunda guerra mundial y, centrándonos en el escenario bélico del Pacífico, como finalizó la contienda.

Los días 6 y 9 de agosto Estados Unidos arrojó dos bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki que causaron en los momentos más inmediatos después del lanzamiento más de 200.000 muertos sin distinguir hombres, mujeres y niños.

Las ideas de justicia y venganza en no pocas ocasiones se nos manifiestan como palabras sinónimas a tenor de quien las invoca

Muchas han sido las teorías que han ilustrado esta acción desde 1945: desde que era la única salida ante la negativa de Japón a rendirse o, más bien, a resistir hasta la práctica aniquilación del país, o bien que no era necesario tal despliegue ya que Japón estaba a punto de rendirse, o que lo único que necesitaban los japoneses para rendirse era simplemente que se les asegurara el mantenimiento de la forma de gobierno existente de monarquía, cuasi divina en la persona del emperador Hirohito, como finalmente se accedió una vez se negoció la paz.

En cualquier caso, seguramente lo que anidaba en el espíritu estadounidense, más que un ansía de justicia o de venganza propiamente dicha, era tratar de acabar el conflicto, que ya duraba casi 6 años, a la mayor brevedad posible y, sobre todo, con los menores costes en dinero y soldados.

Es cierto que el ser humano se ha “dulcificado” o, más bien, se ha sofisticado en su forma de afrontar los problemas. Lo que no ha variado es el sentimiento de presentar la venganza como una forma de ejercer la justicia. El problema de todo esto, además de las consecuencias indiscriminadas que puede suponer el proceder de la forma más dura posible para calmar dicha sed de venganza, estriba en el hecho de que, a medida que nos hemos convertido en seres más sintientes o empáticos, también es cierto que, los avances tecnológicos y logísticos han permitido la creación de inventos, artilugios y nuevas armas que han podido cambiar la forma de entender este concepto y, sobre todo, el daño que causa a los que nos rodean. Vayamos a otro concepto, también algo trillado, pero igualmente ilustrativo de lo que estamos hablando: la pena de muerte.

En nuestro país, la pena de muerte no se contempla, en gran medida porque la propia Constitución más que prohibirla, directamente determina que las penas privativas de libertad estarán orientadas a la reinserción social del preso en una de las sentencias con la que, particularmente, estoy más conforme de todas las expuestas en la Carta Magna.

El caso es que otros países desarrollados o no, como Estados Unidos, permite la adopción de penas de muerte en delitos diferenciados en función de los estados que la aplican, que no tienen por qué ser los mismos. Lo que nos plantea una cuestión que considero capital para trata de contestar la pregunta que titula esta plancha: ¿cómo convertimos la venganza en justicia? O más concretamente, ¿es posible hacerlo?

El problema principal es que la persona agraviada tiene su propio sentido de la justicia y, por ende, del castigo a aplicar a la persona que le ha causado dicho agravio

Creo que el problema principal es que la persona agraviada tiene su propio sentido de la justicia y, por ende, del castigo a aplicar a la persona que le ha causado dicho agravio, pero el hecho de vivir en sociedad nos obliga a “canalizar” dicha injusticia por medio de un corpus de leyes penales, civiles y administrativas que logren efectuar la correspondencia necesaria entre la gravedad del hecho causante y la necesaria reparación del mismo con las correspondientes penas o castigos, pero ¿cómo calibramos dicha correspondencia?

Creo que el concepto de justicia y su correspondiente venganza, en caso de que pueda considerarse pertinente, es una cuestión que depende de la propia subjetividad del ser humano. Y tratamos de equilibrar el sentido de la justicia particular que cada uno tiene por medio de la adopción de unas normas lo más objetivas posibles que nos damos de la forma más democrática posible (representativa o directa) y sujeto a las modificaciones pertinentes motivadas por los cambios políticos o, en muchas ocasiones, por las oleadas de emoción y sentimentalismo capaces de modificar normativas al albur de hechos luctuosos, pero aislados, que se puedan ir dando en la actualidad diaria.

Es curioso que lo arriba reseñado pueda entrar en colisión con la necesaria y obligatoria reinserción social del preso porque, ¿cómo puede garantizarse dicho derecho con la prisión permanente revisable, por ejemplo?

Otro ejemplo, en este caso, de rabiosa actualidad: el reciente ataque de Hamás a Israel. ¿Qué es lo que puede mover a un grupo terrorista a realizar una ataque que se parece más a algo que podría suceder en Ucrania entre dos ejércitos de países soberanos, en vez de a un conflicto que engloba a un país con uno de los mejores ejércitos del mundo y uno de los más laureados y sofisticados sistemas de defensa con los rudimentarios medios que antepone un grupo terrorista que, además, es el que inicia una ofensiva que toma por sorpresa a Israel? Es algo inaudito, pero lo más importante, ¿es justicia o es venganza? No olvidemos que en lo que va de año, más de 200 palestinos han muerto por acciones israelíes y que, desde que acabó la segunda Intifada, en 2005, ha habido acciones de ofensiva de Israel, generalmente desproporcionadas en sus consecuencias para ambos bandos y parece que Hamás se toma la justicia o la venganza por su mano.

Creo que el concepto de justicia y su correspondiente venganza, en caso de que pueda considerarse pertinente, es una cuestión que depende de la propia subjetividad del ser humano

No es cuestión de hacer ni un tratado político ni moral acerca de este hecho concreto, pero creo que en muchas ocasiones, bien sea por lecturas interesadas o por hechos objetivos, se suele equiparar justicia a venganza y, sinceramente, creo que los motivos para esa distinción equitativa, pueden resultar plausibles.

No obstante, en nuestra búsqueda incesante de la fraternidad entre personas y pueblos, a veces, con dificultades territoriales, ideológicas o religiosas de calado, todo ser humano en los diferentes roles que pueden llegar a desempeñar a lo largo de la vida, a nivel profesional o personal, creo que tenemos una obligación, esta sí de carácter moral, a la hora de aunar voluntades, establecer puntos de acuerdo y crear sinergias y posibilidades de diálogo entre partes antagónicas en pos de una humanidad mejor. Las generaciones futuras así nos lo demandan y es el momento para cumplir nuestro cometido como seres que habitamos un mundo en sociedad.

El camino es complicado, empedrado de trampas, conflictos y sinsabores y necesitado de una dosis de paciencia encomiable, pero el reto es apasionante y con unas posibilidades ingentes de sentar las bases de una mejor armonía entre sensibilidades políticas, religiosas e ideológicas diferentes. 

¿Es la venganza una forma de justicia?