domingo. 28.04.2024
Pedro Sánchez Presidente del Gobierno de España  en la Cumbre de Acción Climático en en marco de la 78 cumbre de las Naciones Unidas. New York  FOTO EFE/Ángel Colmenares

Rechazo, por hastío, la tentación de repasar la semana que ha quedado atrás, y aprovecho el momento de respiro, este momento extraño en el que aún no tenemos fechas, para intentar mirar hacia el futuro. El futuro, nuestro gran déficit. Tenemos pasado en abundancia -y además vuelve con regularidad-, una gran inflación de presente, pero se echa de menos el futuro.

Pensar hacia delante no garantiza en absoluto que algún día vayamos a avanzar, pero es la única forma de intentarlo. Y hay tareas pendientes. Tareas que tendrá que afrontar un Gobierno de coalición desde el día después de la investidura, y que serán las que justifiquen su existencia y su continuidad.

Por ejemplo, ahora que al fin estamos llegando a un acuerdo en pasar página respecto al procés, tenemos que pensar qué escribir en la página siguiente. Fue lo que intentó el presidente Rodríguez Zapatero con aquel Estatut que reventaron entre Rajoy y algunas voces internas, de las que ahora vuelven a dejarse oír, y que hubiera dado estabilidad al sistema durante los años que son necesarios para que el sistema evolucione.

El objetivo de los progresistas no debe ser mejorar las cosas, sino cambiarlas. El problema no está en Waterloo, está en Davos

Porque el sistema va a evolucionar, y no estoy pensando solo en el problema federal o autonómico. Una de las tareas fundamentales del nuevo Gobierno es seguir abordando el fracaso de un concepto económico centrado en el individualismo, la explotación laboral y la progresiva renuncia a la idea de bienestar común. Veníamos de un mundo basado en un proyecto colectivo -el estado del bienestar, que dio a Europa sus décadas más esplendorosas- y hemos pasado a otro en el que los teóricos del sálvese quien pueda, autodignificados con el eufemístico epíteto de “neoliberales”, convencieron a grandes segmentos de la población de que el objetivo era hacerse ricos y estaba en sus manos alcanzarlo. Mientras el territorio de la política está ocupado por la necesidad de apagar los fuegos causados por las fiebres nacionales, el capital continua exportando su ideología supranacional, que no conoce más que el beneficio. Mientras discutimos sobre la polarización política, es una misma empresa la propietaria de las cadenas más representativas de las televisiones “de izquierdas” y “de derechas”, y vamos todos a ver una película que bate récords en las pantallas mientras multiplica las ventas de muñecas e incrementa el valor de las acciones de su fabricante.

Es preciso abordar la manera de oponer ideas a las ideas, volver a convencer, la verdadera esencia de la democracia, sin olvidar nunca que el objetivo de los progresistas no debe ser mejorar las cosas, sino cambiarlas. El problema no está en Waterloo, está en Davos.

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