viernes. 03.05.2024
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Este 12 de abril se ha celerbado el día mundial de la Atención Primaria (AP) y en España tenemos poco que celebrar. Los servicios del nivel primario de salud en España están en crisis. No sólo por las barreras de acceso a los centros de salud y las listas de espera para médicas/os de familia y enfermeras/os o la creciente hegemonía de consultas no presenciales sin evaluar su impacto. Se ha repetido hasta la saciedad que esta situación, que ha puesto al borde de la desaparición a uno de los mejores sistemas sanitarios públicos de AP del mundo, es el resultado de los continuos recortes presupuestarios en las últimas décadas. Es cierto, pero pasa algo peor, se puede hacer AP con muchos menos recursos de los que hay en este país.

Lo más grave es el desencanto y la resignación de muchos profesionales de primaria que esperan la jubilación, las vacaciones o el cambio del puesto de trabajo como única salida a su frustración profesional.

Muchas veces se acusa a los médicos de actitudes omnipotentes, y es verdad, pero es difícil manejar una relación con pacientes que depositan su confianza (que se entregan). Cuanto más grave perciban la enfermedad más fuerte es la entrega, más grande la responsabilidad, mayor es el desencanto si no respondes a sus expectativas.

No es buena política para ganar una guerra abandonar a los soldados que están en el frente de batalla: tareas imposibles conducen al desencanto.

Pese a la teoría formulada en Alma Ata, la AP en España no es el eje del sistema sanitario público y los centros de salud mantienen un papel subalterno que, mayoritariamente, está centrado en las actividades curativas.

En este momento la AP no tiene la capacidad de afrontar los retos en salud que el cambio climático y demográfico impone ni tampoco la incorporación segura y evaluada de los nuevos desarrollos tecnológicos y profesionales. Sin embargo, los principios de accesibilidad universal, continuidad de la asistencia, integralidad de los servicios y coordinación con otras partes del sistema sanitario y social siguen plenamente vigentes (¿quién se opone a unos servicios accesibles, continuados, integrales y coordinados?).

En la reciente reunión de la OMS en el Ministerio de Salud el 11 de marzo pasado (La transformación de la Atención Primaria de Salud en España: retos actuales y oportunidades) se ha reiterado la vigencia del modelo, las pruebas científicas que lo sustentan y se han señalado 17 líneas estratégicas para sacarla de su situación actual.

¿Un documento más? Como dice el refrán “la cura va bien, el ojo lo pierde”.

No podemos dejar morir la AP. Y la palabra “podemos” no está usada retóricamente. No es responsabilidad de “los otros” (la administración, los políticos, los sindicatos, la población, los profesionales).

Porque un sistema sanitario sin AP genera sufrimiento social: ¿Quién escuchará las quejas de los que buscan ayuda profesional? ¿Quién hará lo posible por adelantar una cita con el especialista de un paciente que lo necesite?, ¿recibir un paciente al que dan el alta del hospital? ¿Quién atenderá a los enfermos que tienen muchas patologías? ¿Dónde se encontrará ayuda para dejar de fumar, comer mejor, llevar una vida activa…? ¿Qué pasará en el caso de una futura pandemia?

Necesitamos una AP empoderada, porque solo desde la fortaleza y la inteligencia se pueden afrontar los retos sanitarios del futuro: el envejecimiento, las influencias del cambio climático en la salud, el uso de nuevas tecnologías, la incorporación de nuevos profesionales, la salud mental, la salud global… ¿Puede acaso ser la AP objeto de una política partidaria o corporativa?

La mayor parte del presupuesto de los servicios de salud se gasta en Capítulo I, es decir, en personal. Eso quiere decir que los servicios de salud son, sobre todo, profesionales capacitados con los recursos suficientes (el resto del presupuesto) para que puedan realizar su trabajo. Si el compromiso de los profesionales de la salud con sus pacientes (su profesión) se debilita o desaparece, el sistema quiebra. Por eso este mensaje va sobre todo dedicado a ellos. No dudamos de la satisfacción del cirujano plástico cuando comprueba lo bien que ha hecho la reconstrucción de una mama… pero es en todo punto comparable al efecto de una sonrisa cómplice del paciente al que el médico o la enfermera está ayudando a dejar de fumar cuando le cuenta sus dificultades.

La atención familiar y comunitaria (ustedes nos perdonarán) es la especialidad más bonita y gratificante que puede ejercer un profesional de la salud. Y aunque seamos pesimistas con la razón, cada momento vivido en la práctica nos hace ser optimistas con el corazón.

José Manuel Aranda Regules, Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública

Ante la situación de la Atención Primaria