sábado. 27.04.2024

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@Montagut5 | El vehículo político de la burguesía catalana en los primeros decenios del siglo XX fue, como es bien sabido, la Lliga Regionalista de Catalunya. El partido, una de las formaciones más modernas en España cuando se creó, basculó entre dos sensibilidades, la más puramente catalanista y la eminentemente burguesa. Por la primera, sin llegar a plantear la independencia buscó la autonomía y el respeto a la identidad catalana, siendo su mayor éxito la puesta en marcha de la Mancomunitat en 1914. Eso no significaría que la Lliga no intentara influir en la marcha política de España, tanto desde posiciones avanzadas como en la Asamblea de Parlamentarios de 1917, donde se planteó junto con otras fuerzas políticas la necesidad de un cambio profundo que debía por una profunda reforma constitucional, teniendo en cuenta la diversidad territorial, como de una forma más clásica o conservadora, participando en los Gobiernos de Concentración como último intento de salvar el sistema constitucional del reinado de Alfonso XIII. Cambó, sin lugar a dudas, ejemplifica esta dualidad.

La Lliga no vio con malos ojos el golpe de Primo de Rivera en septiembre de 1923 porque suponía una solución contundente frente al movimiento obrero, tan intenso en Barcelona y en su área metropolitana. Se liquidaba el constitucionalismo, pero se restablecía el orden, por lo que el alma burguesa se impuso a la catalanista. El problema surgió cuando la Dictadura con sus reformas administrativas terminó por liquidar la Mancomunitat y eso disgustaría a la Lliga, pero lo que es más importante, hizo que el pueblo catalán que defendía posiciones catalanistas se alejara considerablemente de lo que había significado el partido, atendiendo a otras sensibilidades catalanistas con contenidos más intensos y de izquierdas.

El fracaso del golpe de julio de 1936 en Barcelona desató una dura represión de los componentes de la Lliga por sus posiciones políticas conservadoras y por considerar que habían sido colaboradores de los sublevados

El intento de recuperar la normalidad constitucional a partir de la caída de Primo de Rivera provocó que la Lliga se pusiese de nuevo en marcha. Pero la política desarrollada en la Dictadura, la enfermedad del propio Cambó, y el auge que comenzó a tener desde el primer momento la Esquerra Republicana de Catalunya planteaban un escenario no muy propicio para el catalanismo conservador. 

En primer lugar, la Lliga volvió a participar en la vida política nacional cuando en el último Gobierno de la Monarquía entró el político Joan Ventosa Clavell. La otra opción era influir de otra forma para ocupar un espacio político de cara al futuro. En este sentido, se crearía en marzo de 1931 el Centro Constitucional.  Esta formación política surgió de la convergencia de la Lliga Regionalista, el Partido Maurista y de otros grupos regionalistas. El Centro Constitucional estuvo dirigido por Cambó y Gabriel Maura. Defendía la Monarquía parlamentaria, y un programa político reformador y descentralizador. Podría haber sido una baza importante para el mantenimiento de la Monarquía, pero llegaba muy tarde, apenas semanas antes del final de la misma.

Las elecciones de abril de 1931 dejaron muy claro que en Cataluña el papel político fundamental pasaba a la Esquerra. Eso provocó un nuevo cambio de táctica política, y Raimundo de Abadal, que adquirió un evidente protagonismo en la Lliga, y que había sido perseguido en tiempos de la Dictadura, ofreciera a Macià su apoyo para conseguir la autonomía catalana, es decir, ahora imperaba el alma catalanista. La Lliga, en consecuencia, aceptó la llegada de la República. Eso sí, no consiguió más que tres escaños en las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931, un fracaso evidente.

El fracaso de la Revolución de 1934 y de la proclamación del Estado Catalán por parte de Companys trajeron la suspensión de la Generalitat

La Lliga colaboró en el referéndum a favor del Estatuto. Esa posición, el hecho de que los radicales de Lerroux estuvieran en baja en Cataluña, y las divisiones en Acción Catalana, favorecieron un resurgimiento electoral en las elecciones para el Parlamento de Cataluña. Consiguió aglutinar el voto conservador catalán, y se convirtió en la primera fuerza de oposición con dieciséis escaños.

En el año 1933 el partido cambió su nombre por el de Lliga Catalana, como símbolo de una nueva época, en la que se esperaba que se recuperase un mayor protagonismo político. Y así fue, porque en las elecciones generales de noviembre de 1933, al calor de la victoria nacional del centro y de la derecha, la Lliga consiguió veinticuatro escaños en las Cortes, superando a la Esquerra en representación en Madrid. Fue el momento del retorno a la primera línea política de Cambó. La Lliga se entendía bien con la CEDA, aunque siempre desde posiciones mucho más dialogantes y menos extremas. En todo caso, en las elecciones municipales en Cataluña no revalidó su primera posición como en las generales frente a la Esquerra. 

La Lliga estuvo en el centro de la polémica en relación con la Ley de Contratos de Cultivos de 1934. La Ley de Contratos de Cultivo fue aprobada por el Parlamento de Cataluña el 21 de marzo de 1934 por unanimidad, aunque con la ausencia de los diputados de la Lliga. La ley buscaba corregir los abusos contractuales, especialmente en la rabassamorta y preconizaba de manera moderada, aunque reformista, el acceso de los campesinos a la propiedad de la tierra cultivada. 

La ley reforzaba la propiedad privada de la tierra frente a cualquier intento de colectivizarla. En este sentido, estaba en línea con lo defendido por la Unió de Rabassaires y Altres Cultivadors del Camp de Catalunya, el poderoso sindicato agrario catalán de campesinos no propietarios. La Unió quería una profunda reforma agraria, pero rechazaba también las pretensiones anarcosindicalistas sobre la colectivización de la tierra.  Por su parte, los grandes propietarios catalanes no estaban de acuerdo con dicha ley. Se organizó una intensa campaña en contra organizada por el Institut Agrícola Català de Sant Isidre en relación con la Lliga.  La impugnación de la ley ante el Tribunal de Garantías Constitucionales de la República polarizó el clima social y político en Cataluña, ligando las reivindicaciones de los payeses a las nacionalistas de autogobierno, junto con las sociales de los trabajadores. La propia Unió se radicalizó.

El fracaso de la Revolución de 1934 y de la proclamación del Estado Catalán por parte de Companys trajeron la suspensión de la Generalitat. La Lliga fue llamada a participar en el Consell de la Generalitat, que había sido designado por el Gobierno central. La victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936 restauraría la Generalitat y a Companys como presidente. En todo caso, en dichas elecciones la Lliga obtuvo veintitrés escaños, un resultado no muy alejado del anterior conseguido. Se colocaría en el Bloque Conservador en las Cortes.

El fracaso del golpe de julio de 1936 en Barcelona desató una dura represión de los componentes de la Lliga por sus posiciones políticas conservadoras y por considerar que habían sido colaboradores de los sublevados. La Lliga terminó por disolverse en la Guerra Civil. Algunos de sus miembros entrarían en el partido único puesto en marcha por Franco, y los principales líderes, empezando por Cambó, apoyaron al bando sublevado sin lugar a dudas. Hubo una clara colaboración en relación con el espionaje y en el ámbito de la propaganda. Al final, primó más el alma burguesa que la catalanista.

La derecha catalana en la Segunda República