domingo. 28.04.2024
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Heráclito (siglo VI a. C) ya nos advertía de que lo único seguro en el mundo, lo único que se presenta constante, es el cambio. Podríamos pensar que dicha reflexión estaría muy en la línea de la expresión actual de que todo “ha de fluir”, va bien si “fluye”, hemos de dejar que “todo fluya”. Según eso y aun sin saberlo, estaríamos siguiendo las directrices del filósofo presocrático.

Sin embargo, y a pesar de esas expresiones tan de moda, nos produce un sufrimiento un tanto contradictorio el hecho de que nada permanezca igual por mucho tiempo, de que todo esté en un proceso de transformación continua. Este proceso de cambio es a veces imperceptible, pero desde lo más nimio e insignificante, desde lo más microscópico o lento (nuestras propias células, nuestra piel y pelo, los cambios en la orografía del terreno) hasta lo observable de forma más evidente, nada permanece estable, todo está en constante movimiento. Es una idea aterradora, porque muchas veces quisiéramos la certeza de lo que es siempre igual, lo inamovible, tener algo a lo que agarrarnos, pero hemos de aprender a verlo como una fuente de vida y de creatividad, tal y como Heráclito lo entendía.

"No podemos bañarnos dos veces en el mismo río" decía Heráclito y además el cambio es necesario para el crecimiento y el progreso

"No podemos bañarnos dos veces en el mismo río" decía Heráclito y además el cambio es necesario para el crecimiento y el progreso. Sin el cambio, todo se estancaría y moriría, es fundamental para la continuación de la vida. Una vez más, la filosofía nos da la respuesta que nos conduce a evitar el sufrimiento y es que deberíamos abrazar el cambio en lugar de temerlo o de luchar contra él. Es inevitable y no sirve de nada resistirnos.

Lo que ocurre es que el mundo actual avanza en determinados ámbitos a una velocidad vertiginosa y las personas nos sentimos desorientadas, anhelando algunos aspectos del pasado, cuando la mayoría de elementos fundamentales para los seres humanos (lugar de residencia, amigos, pareja, trabajo, familia…), eran mucho más estables, eran “para toda la vida”. La solución para tranquilizar nuestros ánimos y ayudarnos a vivir con plenitud el día a día es más fácil si combinamos ese “todo cambia, nada permanece” de Heráclito (más cierto hoy si cabe que en otras épocas) con las enseñanzas de los estoicos (escuela ética S. III a. C.).

Según el estoicismo, nuestras preocupaciones vienen causadas, no por las cosas externas, no por los acontecimientos, sino por la interpretación que hacemos de los mismos. No podemos evitar que sucedan determinados hechos, hay mucho de lo que ocurre que no está en nuestra mano controlar, pero de lo que sí podemos ser dueños es de nuestra razón, de lo que pensamos sobre aquello que nos pasa. De ahí vendría lo que se conoce como la “sabiduría estoica” y que ha llegado hasta nuestros días como recomendación práctica para alcanzar aquello que todo ser humano desea: la felicidad. Enfoquémonos en aceptar la realidad, en aceptar que no siempre podemos controlarlo todo, que hay aspectos de nuestras vidas que no dependen de nosotros directamente. Esa misma energía la deberíamos utilizar para dominar más nuestras “pasiones”, en regular nuestras emociones, en cambiar nuestros pensamientos sobre lo que sucede y aprender dirigir nuestras vidas más eficazmente. Los estoicos proponían que si cambiamos lo que pensamos sobre algo, eso repercute automáticamente en lo que sentimos al respecto y ahí estaría la clave, porque la persona sabia sí va a llegar a dirigir su razón en la dirección adecuada. Tan buena parecía resultar dicha recomendación, que encontramos la influencia del estoicismo en muchos otros autores posteriores. Por ejemplo, Descartes (S. XVII), en una de sus reglas morales nos decía que había decidido “procurar vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y modificar mis deseos antes que el orden del mundo; y, generalmente, acostumbrarme a creer que no hay nada que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros pensamientos” (Discurso del Método, parte III) Lo beneficioso de cultivar dicho hábito, llega hasta la actualidad por ejemplo como base para la Terapia Racional Emotiva Conductual que se utiliza en psicoterapia.

Escuchemos pues a los clásicos. No hay desperdicio en sus enseñanzas. Si somos capaces de ver lo positivo que puede haber en los cambios y aceptar que hay mucho en ellos que nosotros no vamos a poder controlar, si nos educamos a nosotros mismos en cambiar el punto de vista respecto a lo que ocurre ya que no podemos cambiar el hecho, viviremos mucho más tranquilos, actuaremos con más eficacia y seremos, por tanto, mucho más felices.

Heráclito y el estoicismo nos enseñan a vivir hoy