sábado. 27.04.2024

Según Simone de Beauvoire la mujer no nace, sino que se hace y, sin duda, de la masculinidad cabria decir otro tanto. Pues cualquiera de los rasgos que van configurando paulatinamente nuestra identidad personal tiene componentes fisiológicos combinados con otros culturales. La herencia genética y el ambiente social nunca dejan de maridarse. Su mutua interacción nos va moldeando. 

De no mediar imposturas muy artificiosas, nadie responde a un patrón monolítico, porque nuestro maravilloso carácter simbólico no deja de ser un proceso dinámico que va transmutándose con el paso del tiempo y los nuevos horizontes culturales que tenga la suerte de ir conociendo. Somos absolutamente singulares e irrepetibles, pero ciertamente no somos el mero reflejo de una foto estática, lo cual sería tremendamente aburrido por otra parte. Nuestra naturaleza es hibrida por definición.

Es probable que la sexualidad humana no conozca fronteras y que su quintaesencia no se compadezca bien con ciertos convencionalismos restrictivos, ya que su condición parece más bien polimorfa y la curiosidad en general es infinita. Sin embargo, como en tantos otros ámbitos, nos empeñamos en poner puertas al campo y encasillar nuestros gustos, renunciando a transitar sendas que se descartan porque nos asustan sus derroteros o hacer gala de nuestras manías como si tuvieran que ser adoptadas por toda la humanidad. Tendemos a censurar las aficiones ajenas, ya sea por miedo, envidia o ambas cosas al mismo tiempo.

Por descontado, al margen de las causas que nos puedan condicionar transitoriamente, todas las opciones relacionadas con el sexo resultan igualmente respetables, cuando se da un claro consentimiento entre todas las partes implicadas y no concurran asimetrías relacionadas con una situación de poder, inmadurez u otras cosas por el estilo, como la extorsión o el engaño. Esas lindes no tienen vuelta de hoja y es una perversión el no reconocerlas como tales.

Curiosamente, acaso el colectivo más olvidado en este tipo de apresurados inventarios lo compondrían aquellas personas a las que no les interesa en absoluto la practica del sexo por cualesquiera razones o motivos. Burlarse de la castidad voluntariamente asumida como una opción vital es algo tan cruel como vejar otras inclinaciones poco hegemónicas. Como el tema va por barrios, a veces parece dispensarse cierta velada condescendencia incluso hacia el paradigma heterosexual, cual si se tratara de algo trasnochado, porque lo suyo en algún que otro ambiente sería catarlo todo para no ser de otra época.

Nadie se hace melómano por decreto. Los hábitos preceden a las leyes y no al revés. 

Las discrepancias quedan enturbiada por esa beligerante y patológica hostilidad con que los más reaccionarios maltratan cuanto escapa de su escabrosa normalidad, sirviéndose de calificativos absolutamente inaceptables para describir todo aquello que no es de su gusto y atenta contra su peculiar estrechez de miras. Por desgracia esa violencia no sólo es verbal y no faltan las bárbaras agresiones atrozmente salvajes que llegan a causar victimas mortales. Los malhadados epítetos y las obscenas chanzas que circulan por la redes caldean los ánimos hasta que prenden inopinadamente una mecha. 

Cuesta mucho combatir prejuicios atávicos transmitidos durante generaciones. Cambiar nuestra mentalidad no es flor de un día y no deja de ser una conquista cotidiana. La libertad hay que preservarla y tiene que verse amparada por las leyes. Los derechos civiles configuran una esfera que no es inmutable y que debe propender a ir extendiendo sus confines mediante consensos espoleados por el buen disenso. Todavía suele mirarse por encima del hombro a las familias monoparentales o a los matrimonios de parejas homosexuales. Mientras tanto el modelo de familia tradicional amplifica sus ramas y ahora la prole acaba teniendo a veces una red afectiva harto extensa que se recompone de muy diversas maneras.

Quizá llegue un día en que los contratos matrimoniales o de unión civil entre personas adopten geometrías más complejas y variables, porque las circunstancias económicas o los hábitos en materia sentimental vayan dibujando escenarios menos estandarizados. Incluso pudieran resultar más acordes con algunos dictados de la naturaleza y nuestra libido. Puede que no pase tanto tiempo para ver este tipo de mutaciones en el terreno social, si la emergencia climática, las desigualdades de la precariedad y los conflictos bélicos así lo permiten.

Sin embargo, mientras mantengamos en términos administrativos un código civil binario de dos géneros y no lo unifiquemos o complejicemos, el trasvase voluntario de uno al otro sin atenerse a requisito alguno parece algo lo suficientemente controvertido como para meditarlo con más calma. Una cosa es querer liderar la lucha por los derechos civiles y otra muy distinta hacerlo desatendiendo las voces discrepantes entre los compañeros de viaje. Las batallas que merecen la pena son de largo aliento y no se ganan con la toma de una u otra colina. Tampoco se resuelven recurriendo a fórmulas mágicas cuya constante repetición arregle las cosas. 

Una observación entre paréntesis respecto al denominado lenguaje inclusivo que se diría la panacea de un eficaz método pedagógico. Por la misma regla de tres que nosotras incluye al nosotros, cabe imaginar que nosotres cumpla con esa misma función y por ende no sea necesario explicitar “todos, todas y todes”, al englobarse las tres categorías en esta última. ¿O no? Si este comentario tan políticamente incorrecto fuera tildado de frívolo, sería interesante preguntarse por qué se trataría de un anatema.

Seguimos mirando con un condescendiente aire de superioridad a quien osa pensar diferente desde nuestra peculiar atalaya. Y esto vale incluso e inclusive para quienes discrepan respetuosamente desde la ironía por tomarse ciertas cuestiones muy en serio. Dejémonos de fórmulas mágicas. Analicemos los problemas y respetemos las opiniones discrepantes con animo de integrarlas. Por mucho que corramos no amanece más temprano, aunque sí podamos darnos algún trompicón y retrasar los avances dejando posibles aliados por el camino. 

La lógica patriarcal hay que revertirla entre todos, porque sus perversiones no dejan de afectar directa o mediatamente al conjunto de la humanidad. Aunque conviene conocer y reconocer al auténtico enemigo para no intentar derrotarlo repitiendo sus horrorosos errores con la buena conciencia de creer estar erradicándolos. Ningún paradigma social debe pretender imponerse a otro remedando lo que se busca enmendar. 

Nuestras circunstancias y nuestro acceso a la cultura van moldeando nuestra dinámica e hibrida identidad personal. Afortunadamente cualquier miembro de la especie humana tiene rasgos ambivalentes que le hacen estar en continua evolución o involución según las épocas históricas o los periodos vitales. Las improntas más hondas y duraderas ven registrándose de un modo sutil en la interacción social y nuestra selección de los aportes del imaginario colectivo. Nadie se hace melómano por decreto. Los hábitos preceden a las leyes y no al revés. 

Los géneros y las personas