domingo. 28.04.2024
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Cuando vemos que desde el inicio de los tiempos, los irracionales fueron adquiriendo un cierto grado de relación con lo que representaba la noción causa-efecto, con esta adquisición fueron aprendiendo que para superar la indefensión que implicaba la singularidad, necesitaban acogerse a la seguridad que podrían encontrar en una agrupación, en la que tenían que sacrificar algunas de las autonomías que disfrutaron en aquella singularidad; unas agrupaciones que a lo largo de los tiempos se convirtieron en un clan, una tribu, una colectividad y hasta en una sociedad; unas asociaciones que teniendo necesariamente que ser excluyentes, posteriormente, como consecuencia de aquella "fulguración" que describió Konrad Lorenz en su obra "La otra cara del espejo", llegaron a la personificación representada como identidad. Aunque lo dicho no es óbice para que, retrocediendo hasta aquella agrupación en la que hubo un macho que veló por lo que siendo la representación de la fuerza, supuestamente aseguraba la defensa de su tribu, podamos ver que a través del ejercicio de esa fuerza, ese macho o ese líder ejecutaba su poder, apropiándose de los derechos de las singularidades que se habían acogido a aquélla agrupación.

Hace ya tiempo escribí un artículo que titulé "Yo he tratado de ser yo, a pesar de lo que intentaron los demás", en el que analizando la proyección nacionalista que desde el siglo XI se ha venido produciendo en las colectividades vasca, gallega y catalana, dije que, desde que tuve uso de razón tenía que defender lo que yo soy; y en consecuencia, que lo que haya de ser mi identidad, no sea un algo manejado por otros. Un "lo que yo soy" que es un desarrollo personificado como una identidad. Un desarrollo que no empecé lo que fueron y siguen siendo mis orígenes como ser primariamente instintivo.

Desde el siglo XI (aunque sus orígenes fueron muy anteriores), en lo que constituyeron las colectividades catalana, la vasca y con menor intensidad la gallega, según Gustave Le Bon señaló que:

"La opinión política de las masas no contaba casi nunca"

En este contexto, los nacionalismos adquiridos con posterioridad fueron desarrollándose en función de una transformación de aquel "lo que yo soy", por un "lo que yo soy" que teniendo unos rasgos de exclusión, ha dejado de ser aquel "lo que yo soy" y se ha convertido en un "lo que yo soy" colectivo.

Con ello no estoy diciendo que la nacionalidad sea más representativa que un nacionalismo que por ser aún más excluyente, provoca unas situaciones con las que no se sabe cuál de los dos es más objetivo. Y no puedo decirlo porque en este planeta se han formado cerca de doscientas nacionalidades. Todas ellas con el mismo grado de exclusión. Lo que sí puedo afirmar es que como consecuencia de la pluralidad que implican estas nacionalidades y estos nacionalismos, no sólo nos tenemos que enfrentar con lo que representa esta pluralidad de lenguas y de religiones, sino y sobre todo con la defensa de unos intereses que, por conllevar una desvinculación de las lenguas y de las religiones ha provocado que entre ellas no se comparta lo que fueran sus idiosincracias y peculiaridades. Y como prueba de este aserto podemos ver la afinidad que existe entre los países de habla anglosajona y los de habla hispana. Y no digo latina, porque más del 50% del vocabulario anglosajón tiene raíces latinas.

Las lenguas, al igual que las religiones (y en función de una exclusión aún más evidente, por la xenofobia a otras razas), en lugar de servir para entendernos, constituyen instrumentos con los que enfrentarnos. Y esto nos lleva a tener que indagar sobre las razones por las cuales estas situaciones se generan.

Según sostuvo Gustave Le Bon en su obra "Psicología de las masas"

"Hace apenas un siglo, la política tradicional de los estados y las rivalidades de los príncipes constituían los factores más importantes de los acontecimientos. La opinión de las masas no contaba casi nunca. Hoy día pesan poco las tradiciones políticas, las tendencias individuales de los soberanos, así como sus rivalidades. La voz de las masas se ha convertido en preponderante. Dicta a los reyes su conducta. No es ya en los consejos de los príncipes, sino en el alma de las masas donde se preparan los destinos de las naciones."

No es por tanto de extrañar que durante la ocupación de España por los musulmanes (al igual que en el resto del país que no había sido saqueados), aún perviviendo la política tradicional de los estados, tanto en los territorios invadidos por los árabes como en los mantenidos por los sucesores de suevos, vándalos y alanos, comenzara a forjarse, aquel alma de las masas donde se preparan los destinos de las naciones.

Fue en aquellas fechas que como consecuencia de la necesidad de que se mantuviera la fidelidad a sus gobernantes en cada uno de estos territorios ocupados durante la Reconquista, que éstos se vieron obligados a ceder un poder que anteriormente había sido absoluto, cuando el pueblo fue adquiriendo una representatividad significante que se plasmó como "el el alma colectiva de las masas".

Entre otras muchas divisiones, en lo reconquistado se formaron la monarquía asturiana, el reino de Asturias, el de Castilla, el de León y los condados  que conformaron la Marca Hispánica. Antes del siglo XI, la idea de Cataluña no existía. Al unificarse los condados de Aragón y Cataluña, por ser sus condes descendientes de Ramón Berenguer IV, los pobladores de los territorios formados por la Marca Hispánica, compartían una cultura y una lengua común.

Ante esta realidad, como consideramos que no todos nuestros prójimos forman parte de nuestra progenie, saco a colación un párrafo de la primera parte de la obra ¿Es posible otra economía de mercado? en la que podemos leer lo siguiente:

"Es curioso observar cómo un desacreditado ex jesuita pudo llegar a sostener la especificidad y la pureza de una sangre que perdura únicamente entre los vascos. Cómo pudo llegar a afirmar que los antígenos del factor RH de una comunidad justifica y encomienda una disociación del resto de las comunidades."

Con lo cual, aquella función de relación con la que pretendimos forjar nuestra propia identidad, se ha conformado como una identidad de grupo. Algo que modifica un tanto la representatividad que pretendemos conferirle a lo que primariamente hemos definido como identidad. A este respecto saco a colación el primer párrafo del artículo anteriormente mencionado. Dice lo siguiente:

"Sé que para llegar a ser; es decir, para alcanzar una identidad, tenemos que forjarnos a través de la información que cristaliza en lo que denominamos como conocimiento empírico".

Es decir, no podemos ser reos de una información que en función de unas inducciones simpático-primitivas generadas por los intereses de lo que otrora fuera un macho, volvamos a convertirnos nuevamente en masa.

En concordancia con el dicterio de Hobbes, y a tenor de nuestras dependencias biológicas no podemos evitar a nivel personal enfrentarnos. Lo demencial es que determinados por unas identidades inducidas que nos han sido introyectadas en la busca de unos intereses y en función de la exclusión que esto conlleva y representa, lo personal lo sacrifiquemos inmolándolo a unas colectividades que, comunitarias, nacionales e internacionales podrían desarrollarse de una manera muy distinta a la que como homo hominis lupus nos ha sido conferida por la Naturaleza.

Hoy se habla del derecho a decidir asumiéndolo como una verdad absoluta. Sin entender que este derecho solo puede ser esgrimido como tal si lo que con el mismo se defiende ha sido el resultado de un proceso en el que ni ha intervenido una catequización ni una visceralidad.

A mi entender, los derechos (y entre ellos, el derecho a decidir), solo pueden ser expresión de lo que éstos puedan ser con respecto al de los demás.

Un derecho unilateral a decidir conlleva una modificación de la distribución de los recursos; y cuando vemos que una gran parte de las mayores riquezas relativas que hay en Cataluña y en el País Vasco se deben al trabajo realizado por una emigración de otras comunidades, que conjuntamente con las transferencias de riquezas que los empresarios de éstas traspasaron a aquélla en aras a mantener en la indigencia los niveles salariales de sus trabajadores, el derecho a decidir no puede invalidar el derecho a decidir de aquéllos que han sido utilizados.

La España invertebrada de Ortega continúa