sábado. 27.04.2024
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Decía Alexandra Kollontai que los objetivos de las feministas burguesas eran la consecución de derechos políticos que facilitasen la conquista de sus intereses de clase dentro de “un mundo basado en la explotación de los trabajadores”, afirmando a su vez que “a la mujer trabajadora le es indiferente que su patrón sea hombre o mujer”. Es el caso de Christian Lagarde, máximo exponente de la patronal global desde la presidencia del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo. Nada diferencia su gestión de la de cualquiera de sus antecesores y, seguramente, nada de la que lleven a cabo sus sucesores. Todos ellos, con la anuencia del Foro de Davos, del Club Bilderberg, de la Reserva Federal norteamericana, con el aplauso de las corporaciones y personas más ricas e insolidarias del planeta y de los grandes grupos mediáticos, tienen comportamientos similares, razonan del mismo modo, aplican las mismas recetas, sean cuales fueren las causas de la crisis, y viven apartadas del mundo real sin importarles un bledo las calamidades que sus repetidas y manidas decisiones ocasionen a cientos de millones de personas, que no tienen la menor responsabilidad en las crisis financieras que cíclicamente asolan al mundo sin que ni los bancos centrales ni el FMI hayan sido capaces, ni una sola vez, de preverlas y evitarlas, como sería su obligación.

En el mundo de las grandes corporaciones y organizaciones internacionales se produce un proceso de selección que poco tiene que ver con la inteligencia o la capacidad de generar respuestas imaginativas y justas ante los momentos críticos, mucho menos con la preparación del candidato para poner en marcha medidas que atajen la desigualdad y fomenten el progreso social. Por el contrario, hay por lo menos tres requisitos imprescindibles que han de cumplirse con suficiencia y soltura: El primero, la falta de escrúpulos del candidato. Nadie pude llegar a presidir un organismo cuyas decisiones van a hacer pasar hambre y miseria a millones de personas si tiene remordimientos de conciencia, problemas morales o conflictos éticos. El segundo, sin duda alguna, es la capacidad para corromperse sin el menor recato. El tercero, la capacidad ilimitada para arrodillarse ante los más poderosos y defender sus intereses ante cualquier auditorio con la mayor naturalidad y desparpajo.

Viven apartados del mundo real sin importarles un bledo las calamidades que sus repetidas y manidas decisiones ocasionen a cientos de millones de personas

No viajaremos mucho hacia atrás en el tiempo, basta con echar una ligera ojeada a la trayectoria de tres de los últimos presidentes del Fondo Monetario Internacional, organización que nació en 1944 con el objetivo armonizar las políticas monetarias mundiales y corregir los desequilibrios de las economías regionales. Rodrigo Rato accedió al cargo de Director del Fondo en 2004, tras la destrucción de Irak, como una recompensa del amigo americano por los servicios prestados. Poco se puede decir de él que no avergüence: Autor junto a José María Aznar de la gran burbuja ladrillero financiera al calor de la desregulación del mercado bancario y de la liberalización del suelo, ha sido procesado y condenado por corrupción, ha vivido en la cárcel y está pendiente de varios juicios en los que se le acusa de todos los delitos que puede cometer un mal representante del pueblo, un pésimo gestor, en el ejercicio de sus cargos.

Dominique Straus-Khan, un buen estudiante que consideraba que las mujeres eran un objeto de consumo similar al que se puede comprar en la estantería de cualquier supermercado, sucedió a Rato al frente del primer organismo económico mundial. Propenso a la corrupción desde el primer momento, Strauss-Khan consintió que el sueldo de su secretaria lo pagase la multinacional Elf que dirigía Alfred Sirven, un tipo enredado en sobornos de todo tipo que construyó una enorme red de corrupción y malversó cientos de millones de euros. La carrera de Strauss-Khan, que no hizo nada desde su cargo para aliviar la situación de los países más pobres, acabó cuando en 2011 fue acusado en Nueva York de violar a la trabajadora de un hotel.

Rodrigo Rato accedió al cargo de Director del Fondo en 2004, tras la destrucción de Irak, como una recompensa del amigo americano. Poco se puede decir de él que no avergüence

Por último, y en parecidos términos, aparece Christine Lagarde, buena estudiante, excelente abogada de multimillonarios en el Baker & McKenzie, ministra de Dominique de Villepin y, sobre todo, consejera aúlica de Bernard Tapie, empresario especulador a quien el Crédit Lyonnais, banco privatizado en 1999, favoreció con enormes cantidades de dinero en tiempos en que la abogada francesa ocupaba la cartera de Economía. Además de una flagrante ausencia de ética, el paso de Lagarde por el Gobierno francés y por la jefatura del FMI se caracterizó por la puesta en práctica de medidas ultraliberales y el consiguiente deterioro de los derechos económicos, sociales y laborales de los trabajadores, política que sigue defendiendo y aplicando desde el Banco Central Europeo pese a que muchos afirman que el modelo económico de la Escuela de Chicago está acabado. No para ella ni para quienes la mantienen.

Tanto Rato, como Stauss-Khan como Christine Lagarde cumplieron de sobra con los requisitos que exigen empresas y organismos internacionales para captar a sus máximos dirigentes. No hay en ellos ni una pizca de humanidad, ni un atisbo de empatía social, ni una chispa de creatividad solidaria, ni un resquicio de grandeza. Son los jardineros fieles, la voz de su amo, inasequibles al dolor ajeno, al sufrimiento de millones de seres humanos, a la desesperanza, a la agonía del Planeta. En tiempos de crisis suben los tipos de interés, exigen recortes sociales y conminan a los gobiernos a llevar a cabo privatizaciones que conviertan los servicios públicos esenciales en patios de Monipodio donde los grandes capitalistas practiquen el agio, la especulación y el robo, contribuyendo de ese modo al desprestigio de la política y al deterioro de la democracia, que gracias a su gestión deja de ser el gobierno del pueblo para convertirse en un sistema al servicio de los grandes fondos de inversión.

Son los jardineros fieles, la voz de su amo, inasequibles al dolor ajeno, al sufrimiento de millones de seres humanos, a la desesperanza, a la agonía del Planeta

Al igual que los ejecutivos extraordinariamente pagados de cualquier empresa, sus decisiones nunca se dirigen a crear riqueza y hacer que llegue a todos, sino en despedir a trabajadores, obligar a los que continúan a trabajar más horas y desempeñar tareas que no les corresponden, extorsionar a los proveedores para que a su vez hagan lo mismo con los suyos y abaratar gastos disminuyendo calidades, es decir en llevar a cabo estrategias para las que no hay que tener ninguna preparación, sino solamente la maldad del egoísta y el cinismo necesario para que el daño causado no te cree el menor malestar.

¿Para qué sirve Christine Lagarde? Para ella misma y para que el mundo sea cada día menos habitable, una pocilga en la que sólo sobrevivan los más despiadados y quienes les limpien las alfombras, para perpetuar el sistema de vida depredador creado por los hombres y en el que solamente es posible ascender a lo más alto ateniéndose a los modelos de conducta creados por los machos. Al mundo, al progreso, a la justicia, a la libertad, no le sirve para nada.

¿Para qué sirve Christine Lagarde?