domingo. 05.05.2024

El resultado de las recientes elecciones en Argentina provoco una fuerte conmoción. Parece difícil de entender como un candidato de las características de Milei pueda conseguir el apoyo de una mayoría importante de los votantes argentinos. Los antecedentes, en votaciones anteriores no predecían en modo alguno un resultado tan aplastante. Corresponde a todos buscar la explicación al vuelco electoral. El comentario de que los votantes se han vuelto “locos” o se han dejado engañar no es suficiente. 

Reflexionando y charlando con amigos, en busca de una explicación, creo que se puede entender el voto mayoritario, no como un cambio ideológico sino un voto desesperado. Para justificar esa desesperación hay que considerar el enorme esfuerzo de desgaste que representa, para los sectores medios y populares, vivir durante más de 10 años sometidos a una inflación creciente, que crea una inseguridad permanente y una angustia constante. La promesa fundamental de MIlei es que terminaría con la inflación, y que lo haría a costa de lo que él denomina “la casta” que vendrían a ser los políticos y todos aquellos a los que esa inflación perjudica en menor modo, ya sea porque tienen capacidad de actualizar sus ingresos a través de revisiones salariales o mantener su capacidad adquisitiva bien invirtiendo en bonos a altos intereses, bien mediante la compra de dólares.

El comentario de que los votantes se han vuelto “locos” o se han dejado engañar no es suficiente

El gobierno del Dr. Fernández o bien no fue consiente del enorme desgaste, o bien no fue capaz de enfrentar la situación en forma creíble para los votantes. Es cierto que el peronismo no puede adoptar una actitud antiinflacionaria en base al recorte de prestaciones públicas en subsidios, educación o sanidad. La única alternativa entonces es, o bien disminuir los gastos con el impago de la deuda pública, o el aumento de los ingresos, con el consiguiente aumento de la presión fiscal sobre los sectores más ricos de la economía. Perseguir el fraude, controlar las exportaciones, aumentar las retenciones, gravar los ingresos extraordinarios, limitar la exportación de beneficios de las multinacionales son algunas de las medidas que podrían haber dado credibilidad a la lucha contra la inflación. Desgraciadamente, estas opciones fueron descartadas, apostándose únicamente por una mejora de los ingresos a través de futuras mejoras de la exportación de petróleo, y minerales, una mejora de los ingresos de las exportaciones a través de la mejora del control de las mismas por el Paraná y una presunta futura negociación con el FMI que disminuyera los pagos de la deuda. Todo ello sumado a un contra del fraude, cuyo ejemplo apareció en plena campaña con actuaciones policiales contra las cuevas, después de años de inacción al respecto. Todas medidas a futuro que precisaban de la paciencia de aquellos que la habían perdido, acogotados con los aumentos permanentes de los costos de los gastos primarios. Entonces, la promesa de una solución inmediata sea al coste que sea, no dejaba de tener un gran atractivo, aun desconfiando de quien la hiciera. Sintiendo la inflación como el problema principal, cualquier precio a pagar para resolverla puede ser aceptado, máxime cuando se promete que ese precio la pagaría un sector como el dedicado a la política, desprestigiado por una larga campaña de descredito. 

Por más que el candidato Massa desplegara una formidable campaña, no podía convencer a un electorado que ya estaba pensando en una onda distinta. A saber, que se haga lo que sea para terminar con esta situación de inseguridad económica diaria. A ello sumar la sensación de inseguridad, aumentada de manera brutal por los medios, pese a las estadísticas que la desmienten, y a las que nadie presta atención, la actuación de las iglesias protestantes, de la derecha del sionismo y del integrismo católico, que suman su voz al panorama de confusión y desesperación. En fin, a cartas vistas es fácil opinar. Pero la explicación no es que los votantes se volvieron locos, sino que no se supo medir el alcance del desgaste provocado muy principalmente por la inflación y la necesidad de buscar una solución inmediata al mismo. Ahora, consumado el desastre, habrá que repensar la política y las soluciones, evitando soluciones y explicaciones falsas como responsabilizar a los votantes y no a los errores nuestros. 

El voto desesperado