domingo. 28.04.2024

Uno de los países más castigados por la crisis económica que asola a Latinoamérica es Guatemala, en donde uno de cada dos niños sufre desnutrición; el 46,5%, según la última Encuesta Nacional Materno Infantil, del 2014-2015. En esos años Guatemala se ubicaba en el sexto puesto de países con mayores tasas de hambre del mundo, y el primero en Latinoamérica. 

Desde 2015 hasta la actualidad la situación ha ido empeorando. La desigualdad y la pobreza extrema se han disparado debido a las políticas neoliberales y a la dependencia externa y la falta de orientación nacionalista. Es una cadena de desigualdades que viene desde la época colonial, base de las injusticias que, en Guatemala, se han arraigado y naturalizado. 

Al flagelo de la pobreza extrema se le agrega el de la desnutrición infantil. Los niños de las zonas más empobrecidas del país no tienen la capacidad de aprender como otros, de otras regiones más beneficiadas que sí han tenido una buena alimentación. Muchos menores están condenados a realizar trabajos de carga, pesados, mal pagados, perpetuando de este modo el círculo de la pobreza.

El 60% de la población de Guatemala es indígena. Entre la comunidad indígena, las que más sufren la desigualdad son las mujeres

Guatemala es un país muy desigual y los indígenas son los peor parados en todas las estadísticas, a pesar de que son prácticamente la mitad de la población. En torno al 40% de estas comunidades vive en extrema pobreza y cerca del 80% está excluida socialmente. 

Durante una entrevista para el programa radial “Cenizas de Babilonia, Diáspora Española”, Max Cabrera, Académico y Analista político, e Integrante y participante y colaborador en el foro de Sao Pablo, habló de los factores que determinan la desigualdad en la que vive Guatemala. Los “males endémicos”, tal como afirma. 

¿Cómo es la situación actual Guatemala?

Es importante resaltar que Guatemala es un país que no está dentro de la órbita de los medios de comunicación, y lo poco de lo que se habla es de cuestiones desastrosas y muy negativas de un país que ha vivido situaciones adversas en diferentes épocas”. 

A pesar de ser uno de los países más ricos y diversos de América Central, Guatemala padece de uno de los niveles de desigualdad más altos del planeta. “El crecimiento económico no ha ido a reducir la pobreza y la extrema pobreza porque detrás hay un problema estructural histórico de gran magnitud. La mayoría de los países de América Latina están caracterizados por el subdesarrollo, por la marcada dependencia externa y por la falta de una orientación nacionalista que tienda a fortalecer el desarrollo de nuestros países. Siendo uno de los países más grandes de Centro América tiene una población en su mayoría rural y una economía basada principalmente en la agricultura. La producción ha estado en función del mercado internacional y el producto ha sido mayoritariamente para los beneficios de un reducido grupo de personas poderosas”.

La corrupción y la impunidad que prolifera se ha vuelto endémica, ya que no solo se trafican drogas, sino recursos naturales no renovables

Cabrera destaca que “este sistema económico mercantilista que ha funcionado en este país se caracteriza por la exclusión y la marginación. Este sistema no ha promovido la inversión en condiciones de equilibrio ni la adecuada inversión de los recursos productivos. Este mercantilismo ha permitido y posibilitado los beneficios y ventajas para reducidos grupos económicos privilegiados, generando un sistema en donde no se observa el principio de igualdad ante la ley y que atenta contra la dignidad del ser humano. El carácter hegemonizante, excluyente, autoritario, clasista, etnocentrista y patriarcal en la conducción del estado guatemalteco, se expresa en un sistema político y económico carente de legitimidad, basado más que en coyunturalismos, desde el modelo estatizante hasta la tendencia neoliberal actual que agudiza la crisis generalizada y que se debate actualmente en nuestro país”.

Esta crisis se refleja en el presente deterioro del nivel de vida de la mayoría de la población, con una clara tendencia hacia la pobreza, y a profundizar todavía más la concentración de la capacidad de producción, la capacidad de compra y generación de oportunidades de desarrollo personal que, según asegura Cabrera, es para ese reducido grupo de guatemaltecos.

“Es preciso remarcar que determinados grupos han sufrido con mayor crudeza esta situación. Y estas han sido las poblaciones indígenas y las mujeres, que han sido excluidas sistemáticamente de los beneficios del desarrollo”.  

Guatemala tiene una población de 19 millones de habitantes. El 60 por ciento de la población es indígena. Entre la comunidad indígena, las que más sufren la desigualdad son las mujeres. Cabrera sostiene que podría incluso hablarse de una feminización de la pobreza. 

El elemento central que ha deteriorado la situación política y social de Guatemala es la profunda corrupción de las instituciones del Estado que han formado una relación simbiótica con la criminalidad. 

“En los últimos años se ha formado y fortalecido una alianza entre las élites tradicionales con grupos del crimen organizado y una parte de la institucionalidad pública y política para mantener la impunidad. Para los Estados Unidos somos un país estratégico. Es el país fronterizo con México, el penúltimo país para llegar a Estados Unidos”, 

Guatemala es uno de los países con más tráfico de estupefacientes, porque es un corredor importante para los capitales de las transnacionales de la droga. “La corrupción y la impunidad que prolifera aquí se ha vuelto endémica, ya que no solo se trafican drogas, sino recursos naturales no renovables. Pero lo más grave es el tráfico de seres humanos que genera ganancias ilícitas de millones de dólares”.

Esta situación de miseria y exclusión que remarca Cabrera, ha llevado a enormes injusticias, ya que el sistema migratorio está quitándole la vida a miles de personas que emigran hacia los Estados Unidos. “Estamos hablando de millones de niños, niñas y adolescentes que se suman al drama humano; muchos de ellos muertos en la ruta migratoria”.

Para los guatemaltecos, salvadoreños y hondureños, la palabra emigración se ha vuelto duelo. Los ahogados de Rio Bravo, las muertes en el muro, las palizas policiales, la presencia militar, son sinónimos de un constante duelo.

“Las tragedias han marcado la historia de esta nación”, asegura Cabrera. Las desapariciones de migrantes son hechos comprobables, aunque no se transforman en titulares de los periódicos. 

En ese contexto de violencia migratoria, en contra de los marginados, Guatemala continúa dividida. “Es la miopía y el trauma colectivo, las secuelas de la posguerra”. 

Guatemala sufrió un conflicto armado que duró más de treinta y seis años, y que dejó más de doscientos mil muertos y cuarenta y cinco mil desaparecidos. “Guatemala es el país de Latinoamérica que más desaparecidos tiene como parte de la guerra sucia que vivió durante el enfrentamiento armado”.

Guatemala ha sido un país de silencio asociado con el miedo a la represión. La firma de los Acuerdos de Paz, de 1996, significó apenas un primer paso para superar ese silencio e iniciar una relativa apertura para la expresión ciudadana. “Se inició un proceso de emergencia en esos acuerdos, un proceso de emergencia de pensamiento crítico, desde una amplitud y diversidad de voces y credos, desde puntos de vistas políticos, sociales y económicos, comunicando luchas, opiniones, debates fundamentales, resistencias, acciones que llamaban a la imprescindible transformación social; todo esto gracias a esos acuerdos”.

Sin embargo todos esos avances se vieron frustrados por la intransigencia y la falta de compromiso político de la élite tradicional guatemalteca que no cumplió con lo pactado. “En el momento actual, la violencia no es la única arma como lo fue durante el conflicto armado, sino que las élites han formado filas en este país, poniendo a los tres poderes del Estado a su servicio. Los pocos espacios políticos se cerraron y han comenzado nuevamente a hacer el trabajo sucio, como en los años ochenta, de criminalizar para infundir miedo y callar las voces opositoras”.  

La crisis endémica