jueves. 02.05.2024

La guerra es un atavismo, un vestigio del pasado más remoto que subyace en el interior más recóndito de los seres humanos menos evolucionados, que son aquellos que estiman la fuerza bruta como la máxima demostración de su personalidad y de su poder. La guerra la declaran dirigentes y la ejecutan generales, coroneles y capitanes enviando soldados a morir y matar, muchas veces sin que sepan siquiera por qué lo hacen. Es algo testicular aunque en las últimas décadas se hayan incorporado mujeres a esa espantosa orgía de sangre que nos degrada y nos hunde en los lugares más bajos de la escala animal. Ningún animal mata por matar, ninguno aniquila a cientos ni arrasa sus territorios, el hombre sí, y cada vez lo hace con más profesionalidad, con más eficacia, con más brutalidad, olvidándose que la vida de los demás, de los hijos y los padres de los otros es tan importante como la nuestra. El hombre nunca guerrea de forma desinteresada, siempre hay un motivo económico al que se ponen mil vestidos según la época, defensa de la civilización occidental, de las libertades, del comercio mundial, de la seguridad, pero todos saben que el verdadero origen de todas las guerras es conquistar riquezas y territorios, matar a los malos y repartirse el botín. No hay nada de idealismo en la guerra, sólo salvajismo y barbarie, en todos los casos.

Oigo los noticiarios. Habla un voluntario de Médicos sin Fronteras: “He estado en muchas guerras, todas son atroces, pero en ninguna he visto lo que en Gaza. No tenemos anestesia, operamos a los heridos en el suelo, entre mierda y sangre, cortamos piernas, brazos tal como se hacía hace mil años. No creo que pueda superar esto en el resto de mi vida. Volveré si así me lo piden, pero nadie se puede imaginar lo que están haciendo con aquella gente”.

Ningún animal mata por matar, ninguno aniquila a cientos ni arrasa sus territorios, el hombre sí, y cada vez lo hace con más profesionalidad, con más eficacia y con más brutalidad

¿Hay una guerra en Gaza? Para que exista una guerra se tienen que enfrentar dos estados, con sus ejércitos, sus generales, sus soldados profesionales o de reemplazo, con sus respectivas máquinas de matar. Aquí no hay una guerra. Hamás perpetró un brutal atentando en octubre y mató a cientos de personas. Alá se lo ordenó, y Alá cada vez tiene más poder en los territorios bombardeados, humillados y masacrados desde hace décadas. Alá es el rey, el que dice lo que hay que hacer y la gente cree en Alá ciegamente porque no tiene otra cosa en la que creer, porque a base de destrucción continuada han dejado de esperar nada de este mundo y lo fían todo al otro. Si Israel hubiese sido alguna vez un Estado democrático, que no lo ha sido por la propia naturaleza de su nacimiento, habría tratado de capturar a los terroristas, juzgarlos y en su caso hacerles cumplir la condena dictada por tribunales independientes de cualquier confesión. Pero nunca ha hecho eso, como Estado belicista que es, como experto en terrorismo desde su fundación, ha decidido utilizar el terror como arma disuasoria. Matamos sin tasa, como, cuanto y dónde nos de la gana. Movemos a dos millones de personas de norte a sur y de sur a norte, destruimos más del 60% de las viviendas e infraviviendas de los palestinos, torturamos a destajo sin que nadie nos vea, perpetramos la mayor matanza de niños del último siglo, destruimos cultivos, prohibimos la pesca y la entrada de ayuda humanitaria. Luego, hablamos de libertad, de valores democráticos, de civilización y de derecho a la integridad y la seguridad nacional. Llenamos Cisjordania de colonos armados hasta los dientes, les ponemos militares de apoyo a la puerta de casa, matamos impunemente sin que nadie en el mundo sea capaz de llamarnos por nuestro nombre. Es lo que tiene la Biblia, el mayor compendio de brutalidad de la historia, un compendio tan utilizado por ellos como por sus amigos americanos que siguen jurando el Viejo Testamento su cargos políticos, judiciales y empresariales. El Dios del Sinaí, el de las Tablas, el de Moisés, Lot y Abraham sigue mandando en la era de la revolución digital puesta al servicio de los más brutos.

Si Israel hubiese sido alguna vez un Estado democrático, que no lo ha sido por la propia naturaleza de su nacimiento, habría tratado de capturar a los terroristas, juzgarlos

Habla Sudáfrica y habla de genocidio, lo que es, lo que está haciendo Israel con el pueblo palestino en Gaza y Cisjordania. También hablan los tertulianos de las diferentes empresas. Algunos con razón, la mayoría intentando ponerse en el fiel de la balanza, intentando ver las razones de unos y de otros. Y no las hay, no asiste ninguna razón a quien lleva a cabo el extermino de una población, de sus moradas y de sus medios de subsistencia. Sólo una razón les asiste, la sinrazón que alimenta el odio y el supremacismo. Somos mejores, más ricos y más guapos. Nuestro Dios, que todavía no nos ha visitado, es el más verdadero y el que mejor asesora. No hay remordimiento, hacemos lo que nos mandan las leyes de nuestros padres, sin reconcomio, sin pesar, con la satisfacción del deber cumplido, sabedores de que realizada la misión que nos ha sido impuesta, nuestros hijos vivirán cada día un poco más cerca de la Tierra Prometida.

El Dios del Sinaí, el de las Tablas, el de Moisés, Lot y Abraham sigue mandando en la era de la revolución digital puesta al servicio de los más brutos

Calla Europa, calla América, aunque las calles de algunas ciudades clamen contra los asesinatos masivos perpetrados con premeditación y alevosía, decididos en grandes despachos llenos de ordenadores y de inteligencia artificial que proporcionan datos irrefutables sobre causa y efecto, el mal mayor y el mal menor, la solución final. Nadie toserá, nadie será capaz de dar un golpe en la mesa y mandar parar. Por mucho que nos pese a muchos, cada vez son más los ciudadanos partidarios de soluciones de fuerza, de la bestialidad, de gente como Netanyahu, Trump o Meloni. Las imágenes, parciales porque no se puede entrar en Gaza, ya no asustan a nadie, la muerte, la sangre, el horror ya no escandaliza ni estremece a nadie. Son un capítulo más de esa serie que comenzamos a ver cuando Estados Unidos y las fuerzas del bien decidieron bombardear Irak y televisar aquello que les convenía. Fantásticas imágenes nocturnas de las explosiones, unos fuegos artificiales como pocas veces habíamos visto, un espectáculo único y gratis ofrecido a todos los habitantes del planeta para su deleite y regocijo. Aquella fue la primera parte de esta serie que no tiene fin y que en Gaza ha alcanzado uno de los puntos máximos de envilecimiento.

Entre tanto, mientras cientos de miles de palestinos vagan por el desierto de Gaza viendo como sus hogares han sido destruidos y sus familiares asesinados, torturados y mutilados, algunos, no muchos, nos preguntamos qué está pasando, por qué de nuevo los más crueles, la gente sin alma, vuelve a gobernar los designios del mundo, por qué sus dioses rigen los destinos de todos, por qué somos tan bestias de ni siquiera percibir que tanta barbarie está provocando que el mundo, ahora sí, de verdad, se divida en dos partes irreconciliables: Oriente y Occidente. Nos odian, con sus dioses, con su pobreza y su riqueza robada, con nuestro silencio infame, con nuestros dioses. El mundo está reorganizándose, la matanza de palestinos sólo puede contribuir a acrecentar ese odio y al agrupamiento anti-occidental de buena parte de África y Asia. Nos lo estamos ganando a pulso.

Cien días asesinando palestinos