domingo. 28.04.2024
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Argentina recordó este lunes los 40 años de democracia, con la victoria de Raúl Alfonsín en las elecciones.

@jgonzalezok |

En distintas plazas de toda la Argentina se celebró este lunes, 30 de octubre, el 40 aniversario del triunfo de Raúl Alfonsín, el presidente que trajo de nuevo la democracia al país, después de la más terrible de las dictaduras en toda la historia argentina. Han sido 40 años en los que el país mantuvo el sistema democrático, a pesar de momentos muy difíciles, incluso de hastío de la mayor parte de la población con la clase política. Años en los que hubo crisis sociales y revueltas militares -venturosamente superadas- que amenazaron con la vuelta de la dictadura.

La figura de Raúl Alfonsín, que dejó la presidencia en 1989 muy desgastado, hace años que viene siendo crecientemente valorada. Venció en unas elecciones en las que todo el mundo daba por hecho que ganaría el candidato peronista, Ítalo Argentino Lúder. Creían en la victoria peronista incluso los que tuvieron en sus manos encuestas que decían lo contrario, pensando que estaban equivocadas. El encuestador del peronismo, Federico Aurelio, le entregó resultados adversos a sus contratantes, dando la victoria a Alfonsín, pero no le creyeron. La revista Somos tituló una de sus portadas, a comienzos de octubre, “Gana Lúder”. Este cronista, que cubrió la elección para el desaparecido diario Pueblo, también tituló su crónica del día de la elección: “Ganará el peronismo”.

Los peronistas habían puesto la mayor parte de las víctimas de la dictadura, mientras los radicales habían aportado en número importante cuadros políticos al gobierno militar. Pero en 1983, los radicales presentaban un líder que había sido uno de los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y había sido uno de los pocos políticos que no se sumaron a la locura bélica de la dictadura, con la guerra de las Malvinas.

Alfonsín ya era un líder conocido. En el momento de las elecciones hacía ya un par de años que había muerto Ricardo Balbín, su histórico rival dentro del partido, que tenía una posición mucho más conservadora. Alfonsín se había relacionado con la socialdemocracia europea y su campaña se basó en una defensa intransigente del sistema democrático. En el cierre de su campaña, el 26 de octubre, junto al emblemático obelisco, Alfonsín afirmó: “Se acaba la dictadura”. Repitió su convicción de que con la democracia “se come, se cura y se educa”, y recitó nuevamente el preámbulo de la Constitución Nacional, con que acababa todos sus actos de campaña: “Marchamos y luchamos para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino”.

Faltando seis meses para las elecciones, Alfonsín hizo una denuncia que le daría un crédito importante ante un sector progresista del electorado. Reveló un pacto sindical-militar contra la democracia: los militares habían iniciado conversaciones con Lorenzo Miguel, el todo poderoso jefe de la CGT (Central General de Trabajadores), tratando de conseguir que no se revisara lo actuado en la guerra sucia. Miguel, el 17 de octubre anterior, se había pronunciado contra el ala “filomontonera” de su partido, reflotando la idea de que el peronismo era la mejor valla contra la izquierda. Y los militares ofrecieron a estos sindicalistas beneficios en el proceso de normalización gremial que llevaba a cabo el ministerio de Trabajo. Pero estos sindicatos corruptos no estaban solos: el candidato peronista avalaba la autoamnistía de los militares, advirtiendo que eran derechos adquiridos que no podían ser removidos.

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Cartel campaña electoral de 1983.

La dictadura terminaba con la derrota en la guerra de las Malvinas, por tanto políticamente debilitada. La movilización social fue intensa, con los partidos políticos, los sindicatos y los medios tomando el protagonismo. Se dio un fenómeno excepcional por el que millones de argentinos se afiliaron masivamente a los distintos partidos. Al peronismo se incorporaron 3 millones de personas y al radicalismo (UCR) un millón y medio, con números también importantes en otros partidos menores.

El peronismo efectuó su cierre de campaña en el mismo sitio que Alfonsín y llevó más gente para escuchar al candidato, Ítalo Lúder, que fue el único orador. Confiaban en el viejo slogan “Los años más felices fueron peronistas”. Éste estuvo acompañado en el escenario por algunos de los peores rostros del peronismo, fundamentalmente dos: Herminio Iglesias, candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, cuyo amplio prontuario policial por estafa y robo había aparecido poco antes en la revista Gente; y su secuaz Norberto Imbelloni, candidato a diputado, poseedor de otro historial delictivo no menos importante.

Al final del acto Herminio Iglesias quemó en el escenario un ataúd simbólico, con las siglas y los colores del partido de Alfonsín, la Unión Cívica Radical. Aunque hoy se pone en duda que este episodio tuviera una influencia decisiva en el voto -no existían redes sociales, tampoco las ahora habituales pantallas gigantes en los actos masivos y solo días después de las elecciones la instantánea de la fechoría apareció en una revista-, quedó en el recuerdo como la gota que colmó el vaso para inclinar el voto de mucha gente de clase media progresista.

Con una participación electoral récord, Alfonsín ganó con el 51,75% del voto popular, frente al 40,16 % de Lúder. Los medios hablaron de 'Alfonsinazo' y 'Argentinazo'

Con una participación electoral récord, Alfonsín ganó con el 51,75% del voto popular, frente al 40,16 % de Lúder. Los medios hablaron de Alfonsinazo y Argentinazo. En aquél entonces el sistema era indirecto, se elegía un colegio electoral, como es todavía en los Estados Unidos. El partido de Alfonsín, la UCR, sacó mayoría en la Cámara de Diputados, mientras el peronismo se impuso en el Senado. Los radicales vencieron incluso en la estratégica provincia de Buenos Aires, donde se concentra casi la mitad de los electores y que es considerado un reducto tradicional del peronismo. 

Al asumir la presidencia, el 10 de diciembre, el país que recibió Alfonsín como herencia era un país devastado en todos los sentidos. Bernardo Grinspun, que sería su primer ministro de Economía y que era amigo personal del nuevo presidente, le dijo: “Cagaste (sic), Raúl, ganaste”. El salario real era la mitad de lo que había sido en 1975. La participación de los asalariados en la riqueza nacional, rondaba el 24%, el más bajo desde 1950, que era el doble. La deuda externa, que en 1976 era de 7.000 millones de dólares, llegaba a 44.000 millones. Y el índice de pobreza alcanzaba el 25%.

Las primeras medidas de Alfonsín fueron impactantes: cinco días después de asumir creó por decreto la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas); doce días después anuló la autoamnistía que se habían otorgado los militares; y poco más de un mes después firmó el decreto 280, que disponía la detención de los máximos jefes militares de la dictadura, Videla, Massera, Agosti, Viola, Lambruschini y Camps, entre otros, por los crímenes cometidos durante el gobierno militar. También en esos primeros días se firmaba en el Vaticano una Declaración Conjunta de Paz y Amistad con Chile, en la que los dos países se comprometen a alcanzar una solución “justa y honorable” para el conflicto del Beagle, “siempre y exclusivamente por medios pacíficos”, después de años en que los militares venían negándose a rubricar el acuerdo logrado mediante la mediación del papa Juan Pablo II.

Alfonsín dejó el gobierno anticipadamente, derrotado por una hiperinflación que hacía inviable esperar los cinco meses que mediaban entre la elección de su sucesor, Carlos Menem, y la fecha prevista para que éste asumiera el cargo. Salió de la presidencia sin ninguna denuncia en su contra por corrupción. Volvió a vivir en el piso que tenía en la Avenida Santa Fe, una vivienda de clase media alta, que ya tenía antes de ser presidente. Nunca tuvo automóvil particular y la imagen de decencia y honestidad lo acompañarían siempre.

Cuando Alfonsín cerraba su campaña electoral en el obelisco, fines de octubre de 1983, pronosticó: “Se acaba la corrupción, se acaba la Argentina del desamparo y llega la Argentina honesta que quiere a su gente”. No acertó en el vaticinio, como tampoco en la aseveración de que “con la democracia se come, se cura y se educa”. Hoy la corrupción es incluso mayor y los niveles de pobreza son casi el doble que hace 40 años.

Pero, hasta ahora, la institucionalidad estuvo a salvo, la democracia fue un valor universal para los argentinos. Sin embargo, los cuarenta años de democracia se conmemoran en un momento sumamente complicado para el país, con una crisis comparable a la del 2001-2002, cuando el gobierno de Fernando De la Rúa acabó en medio del caos dos años antes de terminar su mandato. La victoria en la segunda vuelta de las elecciones del candidato de ultraderecha Javier Milei es una posibilidad que coloca al país ante la incertidumbre. Si Milei es comparable a Bolsonaro o Trump, sus inspiradores, ahora sí la democracia estaría en peligro si las urnas lo convierten en presidente el próximo 19 de noviembre.   

Los 40 años de democracia en Argentina