sábado. 27.04.2024
Víctor Manuel 3
Imágenes Aleix Sales.

Aleix Sales | @Aleix_Sales

Cuando uno ha concebido su propio universo artístico desde cero, es decir, encontrando inspiraciones, dándoles formas mediante la composición y luego acompañándolas de la mano en la producción, ya tiene mucho ganado a la hora de montar un espectáculo sólido. Porque casi todo tendrá una historia, una anécdota o un pensamiento detrás que dará empaque y vigor a lo que cuenta la pieza por sí sola. Víctor Manuel se ha ido contando y definiendo a través de sus canciones, plasmando sus vivencias, inquietudes e intereses, y aprovecha la celebración de sus 75 años (76 a fecha de hoy) para mirar atrás en esta gira, cuyo título simple y claro reúne el espíritu de un proyecto que se ha mantenido en pie a lo largo de 6 décadas: “La vida en canciones”. Esta noche, ha sido el turno del Gran Teatre del Liceu de Barcelona.

En plena época de estímulos visuales y efectismos en la puesta en escena para, a veces, maquillar lo azaroso del contenido, Víctor Manuel no se deja arrastrar, siendo fiel a su discreta y solemne esencia. El asturiano se planta en el escenario solamente junto a su banda y un juego de focos. Y le basta de sobras, porque este es un show guiado y vehiculado por la palabra –tanto en el discurso como en la armonía junto a la música- el cual certifica que, con fondo y fundamento, se es capaz de sostener un show durante 2 horas y cuarto sin pirotecnias. Un lujo al alcance de pocos.

Puntual como un reloj, a las 21:00 h entraban los músicos para invocar aquella folclórica Danza de San Juan, que daba paso a Víctor Manuel entrando iluminado por un foco. Como reza la canción, la fiesta empieza de forma sencilla y efectiva para hacer un salto a principios de los años 70 de la mano de Quiero abrazarte tanto, exponente del despertar sexual en tiempos de represión moral. Acto seguido, pasamos a otros deseos polémicos (ya en tiempos de democracia) con la enérgica Bailarina, una de las concesiones a sonidos más rockeros que ha hecho el de Mieres. Tras este encadenado inicial de temas, Víctor Manuel nos advierte que la noche mantendrá esta tónica de brincos de atrás hacia adelante y viceversa, pero que no habrá lugar para el futuro porque no estrenará ninguna canción nueva. Un anuncio que no parece desolar a nadie, ya que hay mucho donde escarbar y el tiempo es finito. Como será finito el hecho de que los humanos veamos la Luna, ya que, según cuenta el artista, cada año se aleja 38 milímetros de la Tierra. Con esta introducción, inequívocamente suena la bellísima Luna, que permite el lucimiento de los excelentes vientos que acompañarán a lo largo de la velada.

En otro parlamento confiesa sus motivaciones para estudiar francés, que no era otra que hablar con su crush del momento, Brigitte Bardot, en caso de encontrársela por la calle. Nunca fue el caso, pero le sirvió para impresionar a otras muchachas de su entorno y escribir la melancólica A dónde irán los besos en 1993, una imprescindible en su repertorio. Sigue Sube al desván, que podría leerse como una revisión más directa y explícita de Quiero abrazarte tanto, alejada de los corsés de la censura franquista. De lo carnal a lo sublimado, llega el turno de la inmensa Ay amor, cuya apasionada interpretación (como si fuera la presentación del single en 1981) se gana la primera gran ovación de la noche. La glucosa bien administrada y nada empalagosa prosigue con la siempre simpática Nada sabe tan dulce como su boca, para luego abrir una pequeña sección enfocada en miembros de su familia. Primero, a su padre, ferroviario, con esa canción a medio camino entre el reggae y el country que es El hijo del ferroviario. Después, a su abuelo paterno, fusilado en la Guerra Civil que no llegó a conocer, de quien le gustaba indagar en tiempos de silencio en Me gusta saber de ti. El cantante la tilda de “canción desgraciada”, donde se inscriben aquellos temas que él considera buenos, hechos con mimo, pero a los que luego el público no presta atención. Su hija Marina es el objeto de Nada nuevo bajo el sol, nacida de una demanda de la niña para que le compusiera un tema más nuevo. Cerró el primer bloque la estremecedora La madre, con el escenario teñido de rojo y una ceremoniosa interpretación que le valieron un sonoro aplauso. Víctor Manuel admitía que él habría sido incapaz de escribir una tragedia así de no haberla leído en el periódico a mediados de los años 80, donde una madre italiana dio a su hijo una dosis para acabar con su vida, debido al sufrimiento inexorable que vivía el vástago fruto de la droga.

Varios de los músicos salen del escenario y se queda el trío de guitarra, teclados y voz para abrir el set de “Canciones prehistóricas”, ubicadas en sus primeros años de carrera y registradas en Barcelona con el sello Belter en el Casino de l’Aliança de Poblenou. Como ha hecho con Danza de San Juan al inicio del concierto, el pistoletazo de salida lo da la festiva La Romería, un fresco de aquellas fiestas religiosas y populares que marcaban el curso de la vida en los pueblos. En la misma estela navegan Paxarinos y Carmina, esta última dedicada a una de sus primeras novias, cuyo padre no dejaba salir de casa en Oviedo porque tenía que estudiar. Uno de los momentos más contundentes de la noche es el rescate de El cobarde, basado en un soldado americano en la Guerra de Vietnam que no entendía por qué tenía que matar. Después de la ovación, Víctor Manuel explicó que, cuando la presentó en el Festival de la Canción del Atlántico en Tenerife, fue la primera vez que se sintió querido en un escenario. Obtuvo el favor del público, pero el carácter antimilitar de la composición irritó al Gobernador de la Isla, quien exigió que se rompieran las actas –donde el asturiano figuraba como ganador- para impedir su triunfo y darle el trofeo a la blanca Tenerife tiene seguro de sol de “Los mismos”. Víctor Manuel quedó cuarto, suficiente para evitar la difusión del tema por televisión, ya que únicamente retransmitían los 3 primeros clasificados. El cobarde no fue prohibida, aunque sí que le causó problemas durante los tiempos de dictadura. La que sí que estuvo guardada en un cajón hasta pasada la muerte de Franco fue la siguiente en el repertorio, la austera y recitada La planta 14, acerca de uno de los múltiples desastres mineros acaecidos en Asturias, donde perdieron la vida 3 hombres. Una historia que parece de otro tiempo, pero que sigue erizando por el enorme detalle que se imprime en la descripción de su escena.

La banda al completo regresa para no abandonar el aire genuinamente asturiano mediante su mitología con la alegre Cuélebre, serpiente alada con escamas de pez que asusta a “los nenos”. Turno para otra “canción desgraciada” con Canción pequeña, una delicada pieza para “la chica a la que llevo más de 50 años dedicándole canciones”, que no es otra que Ana Belén. A continuación, llega el tema que el propio artista considera que le ha dado más alegrías en su vida, Solo pienso en ti, con el que dio visibilidad y normalizó el amor entre personas con diversidad funcional. Después de asegurarnos que la pareja de la que habla la canción se casó y tuvieron 3 hijos (2 de ellos universitarios y uno mecánico), presentó al único invitado de la noche, Johann Sebastian Salvatori, barítono con Asperger becado por la Fundación Sifu, dedicada a la inserción laboral de personas con diversidad funcional. El dueto cobra una fuerza incontestable, particularmente gracias al torrente de voz de Salvatori quien, nada más pronunciar dos frases, recibe calurosos aplausos, marcando el momento álgido de la noche. El silencio vuelve –no es un concierto de público coreando las canciones- para revivir con el mismo sentimiento de hace más de 5 décadas a ese famoso El abuelo Vítor quien, según el asturiano, era un hombre de pocas palabras que nunca mostró especial emoción por la canción, más allá de sentirse avergonzado de que su nieto contara que la abuela le escondía el tabaco. Con el tiempo justo para los elogios, empieza directamente Soy un corazón tendido al sol, que levanta la euforia a más de uno cada vez que se proclama el título y eso de “dejo sangre en el papel” o “cada verso es un girón de piel”. La tan pedida Asturias, oda sin estribillo a la tierra y al hogar de Víctor Manuel, es la encargada de poner el cierre imperial al recital antes de los bises. Un clima de respeto y gravedad bañan el ambiente, como lo hacen los himnos indiscutibles. Y este lo es, ya que es un tema que ya pertenece más al pueblo que al propio artista. Eso se comprueba con ese juego final de luces que acaba enfocando a toda la platea y anfiteatros del Liceu.

Víctor Manuel 2

Cómo voy a olvidarme, probablemente su canción más representativa en este siglo XXI que, como la antes mencionada Me gusta saber de ti, pone en valor la importancia de la memoria histórica, supone el primer bis en la curva final del concierto, el cual prosigue su trayectoria con Esto no es una canción, rock contestatario en contra del patriotismo simbólico y excluyente con el que parece marcar el punto y final del espectáculo a tenor de la multitud de personas que se alzan para empezar a desfilar tras los saludos a las primeras filas antes de desaparecer del escenario. Craso error, ya que al cabo de poco vuelve a aparecer de los bastidores para un regalo de aquella rara avis en su discografía que es El perro del garaje (2004): Para que te quieran y que tú sepas. A piano y voz, Víctor Manuel se despide con una delicada canción con la que hace un balance breve de su carrera (y, por ende, su vida) para quedarse a gusto, sin remordimientos, aguardando un futuro siempre incierto, hacia el cual avanza en el último verso, seguido por ese foco que le ha iluminado cuando ha entrado a escena hace más de 2 horas.

A diferencia de otros compañeros de generación, el retiro no está entre sus planes y, la verdad, mientras la voz aguante con la misma dignidad y garra que lo hace a día de hoy, siga rodeándose de un equipo de músicos tan competente y con destellos de brillantez, puede tener cuerdas, en la guitarra y en la garganta, para rato. Como decía el título de aquella canción junto a su querido Pablo Milanés, a estas alturas Víctor Manuel no tienen intención de inventar nada, porque la riqueza de su bagaje y lo bien que lo cuida son garantías suficientes para mantenerse bien vivo.

Víctor Manuel en el Gran Teatre del Liceu: una vida en canciones defendida con aplomo