domingo. 28.04.2024
Tony Judt.
Tony Judt

Decía el conde Romanones en un pequeño libro titulado Breviario de política experimental: “De joven hay que leer mucho; en la madurez, lo bastante; de viejo, poco. Cuando los años pasan, aprovecha mucho más el dedicarte a rumiar las lecturas pasadas, reflexionando sobre ellas, analizándolas y contrapesándolas. Labor entretenida y provechosa”.

En una entrevista realizada a Juan Goytisolo, este señaló que él no busca lectores, sino que quiere relectores, y que por eso su objetivo nunca ha sido mimar al lector. “A mí no me ha preocupado nunca eso, he buscado siempre tener el mayor número de relectores, y no un mayor número de lectores.

Si recurro al conde Romanones y a Juan Goytisolo no es por el afán de hacer un alarde de erudición. Está más que justificado. Voy a releer y recurrir a un libro y autor al que me referiré hoy, Algo va mal (2006) de Tony Judt. Lo tengo siempre al alcance de mi vista en mi escritorio, y lo he rumiado y lo he releído y además, lo he recomendado a mis alumnos de 4º de la ESO y de 1º de Bachiller en Historia del Mundo Contemporáneo. Realiza un análisis muy certero de lo que nos está pasando, explica sus causas, y nos da una vía de salida a este túnel neoliberal. La solución es la socialdemócrata, alejada de la práctica política de los actuales partidos socialistas, que precisamente en esta renuncia radican muchos de nuestros males. Sólo me referiré a algunos fragmentos, que por su calado podemos intuir la trascendencia de esta obra. 

En el libro “Algo va mal”, Tony Judt realiza un análisis muy certero de lo que nos está pasando, explica sus causas, y nos da una vía de salida a este túnel neoliberal

Mi fijaré en algunas citas bibliográficas de Tony Judt. Hay historiadores que dejan una huella imborrable. Muy comprometido, al estar impregnado de profundos valores éticos. Lamentablemente desaparecido en 2010 con 62 años, víctima de la brutal esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Mi primer conocimiento de su obra fue el libro Sobre el olvidado siglo XX, en el que denuncia nuestra entrada engreída en el nuevo milenio, olvidando de dónde venimos y la falta de compromiso de los intelectuales.

En cuanto a la falta de compromiso de los intelectuales la reafirma Franco Bifo Berardi en su libro Después del futuro. Desde el futurismo al Cyber-punk. El agotamiento de la modernidad, cuando nos dice: “Nunca han estado tan callados los intelectuales y los militantes, tan incapaces de encontrar la manera de mostrar una nueva dirección posible”.

De Tony Judt tanto me impactó su Sobre el olvidado siglo XX que ya anduve presto para leer cualquier publicación suya. Luego disfruté con su monumental obra Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, la mejor historia de la segunda mitad del siglo XX de nuestro continente. Proseguí con un librito Algo va mal, en el que me detendré. Cuando la enfermedad ya le impedía moverse, dictaba sus libros a colegas. Así con la ayuda de Timothy Snyder publicó Pensar el siglo XX, un libro autobiográfico publicado dos años después de su muerte.

 Entro ya en el libro Algo va mal. Ya en los Agradecimientos expresa lo siguiente, que como padre y educador me impactó: “Mis hijos, Daniel y Nicholas, son adolescentes con vidas ajetreadas. Sin embargo, han encontrado tiempo para hablar conmigo sobre los muchos temas de estas páginas. De hecho, gracias a nuestras conversaciones me di cuenta de lo mucho que a la juventud de hoy le preocupa el mundo que le hemos legado y los medios tan inadecuados que les hemos proporcionado para mejorarlo”. Más adelante nos dirá que durante 30 años ha oído a los universitarios quejarse: “Para ustedes fue fácil: su generación tenía ideales e ideas, creía en algo, podía cambiar las cosas”. Nosotros, los hijos de los 80, 90 o 2000 no tenemos nada.” No les falta razón a Judt. Los jóvenes están desorientados no por falta de objetivos, están ansiosos y preocupados por el mundo que van a heredar; de ahí una gran frustración: “Nosotros sabemos que algo está mal y muchas cosas no nos gustan. Pero, ¿en qué podemos creer? ¿Qué debemos hacer?” Esta actitud es el reverso de la de la generación anterior. Nosotros, los que rondamos los 60, 70 u 80, en nuestra juventud sabíamos, estábamos plenamente convencidos de cómo arreglar el mundo. Otra cosa es que lo consiguiéramos.

En el primer capítulo, Cómo vivimos ahora, sus características son: un aumento desde los 70 de la desigualdadun expansión de los sentimientos corruptosya que idolatramos a los ricos y poderosos; y el dominio del economicismo. Desde finales del XIX hasta la década de 1970, las sociedades avanzadas de Occidente se volvieron cada vez menos desiguales gracias a la tributación progresiva, los subsidios del gobierno para los necesitados, la provisión de servicios sociales y garantías ante situaciones de crisis. Siguió habiendo grandes diferencias, pero se fue extendiendo una creciente intolerancia a la desigualdad excesiva. En los últimos 30 años hemos abandonado todo esto. Varía en cada país. Los mayores extremos de desigualdad han vuelto a aflorar en Estados Unidos y en el Reino Unido, epicentros del entusiasmo por el capitalismo de mercado desregulado.

Los mayores extremos de desigualdad han vuelto a aflorar en Estados Unidos y en el Reino Unido, epicentros del entusiasmo por el capitalismo de mercado desregulado

En el segundo, El mundo que hemos perdido, nos advierte que hemos tirado por la borda: el consenso keynesiano, el mercado regulado, y la confianza mutua, sin la que no puede funcionar una sociedad. Sobre la necesidad de la confianza mutua para construir una sociedad fuerte hace Judt una profunda reflexión, de gran actualidad en esta España nuestra. Nos dice que toda empresa colectiva requiere confianza. Desde los juegos infantiles hasta las instituciones sociales complejas. La tributación es un claro ejemplo. Cuando pagamos impuestos, damos muchas cosas por supuestas sobre nuestros conciudadanos. Primero, suponemos que ellos también pagarán sus impuestos; de lo contrario, pensaríamos que la nuestra es una carga injusta y acabaríamos dejando de pagar. Segundo, confiamos en que aquellos a los que hemos dado un poder temporal sobre nosotros recauden el dinero y lo gasten responsablemente. Tercero, la mayoría de los impuestos se destinan a pagar deudas pasadas o futuros gastos. Por consiguiente, hay una relación implícita de confianza y reciprocidad entre los pasados contribuyentes y los beneficiarios actuales, los contribuyentes actuales y los futuros receptores, y, por supuesto, los futuros contribuyentes, que cubrirán nuestros desembolsos actuales. Así estamos condenados a confiar no solo en personas que no conocemos hoy, sino en personas que nunca pudimos conocer y que nunca conoceremos, con las que mantenemos una compleja relación de interés mutuo. 

En el tercero, La insoportable levedad de la política, denuncia el culto injustificado a lo privado y el déficit democrático. Tony Judt nos dice ya en su libro Pensar el siglo XX:

“El agua constituye un ejemplo particularmente llamativo para mí, porque muestra hasta qué punto puede degenerar la civilización y no obstante creer que se avanza haciéndolo todo privado. La ética de que si entras en un sitio y pides un vaso de agua te lo deberían dar ha quedado añeja. Y la versión moderna de esto, que durante casi toda mi vida ha prevalecido en este país, era que había fuentes en lugares públicos. Unas fuentes que poco a poco van desapareciendo.”  

En el cuarto, ¿Adiós a todo esto?, .reflexiona sobre el desconcierto que supuso para la izquierda la caída del socialismo real. 

En el quinto, ¿Qué hacer?, nos advierte de la necesidad de la disconformidad, de una conversación pública renovada y de una nuevo relato moral. “Durante 30 años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material. Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un acto político: ¿es legítimo? ¿Es ecuánime? ¿Es justo? ¿Va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Estas solían ser las preguntas políticas, incluso si sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlas. El estilo materialista y egoísta de la vida contemporánea no es inherente a la condición humana. No podemos seguir viviendo así. La crisis de 2008 fue un aviso de que el capitalismo no regulado es el peor enemigo de sí mismo: más pronto o más tarde está abocado a ser presa de sus propios excesos y a volver a acudir al Estado para que lo rescate. Pero si todo lo que hacemos es recoger los pedazos y seguir como antes, como ha ocurrido, nos aguardan crisis mayores en los años venideros. Sin embargo, parecemos incapaces de imaginar alternativas. Esto también es algo nuevo. Naturalmente que las hay”.

En el sexto, ¿Qué nos reserva el porvenir?, en este mundo globalizado que nos impone un miedo aterrador, se hace necesario repensar el papel del Estado, ya que es una institución que nos puede defender de las fuerzas desbocadas de los mercados. Ya tenemos datos suficientemente contundentes a dónde puede conducirnos un mercado sin regulación alguna. De ahí, es muy oportuno el que Judt haya recurrido a Edmund Burke, el cual en sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa ya nos advirtió: "Toda sociedad que destruye el tejido de su Estado no tarda en desintegrarse en el polvo y las cenizas de la individualidad. Al eviscerar los servicios públicos y reducirlos a una red de proveedores subcontratados hemos empezado a desmantelar el tejido del Estado. En cuanto al polvo y las cenizas de la individualidad, a lo que más se parece es a la guerra de todos contra todos de la que hablaba Hobbes...”

La crisis de 2008 fue un aviso de que el capitalismo no regulado es el peor enemigo de sí mismo: más pronto o más tarde está abocado a ser presa de sus propios excesos

En el último, ¿Qué pervive y qué ha muerto de la socialdemocracia?, defiende su vigencia. El pasado tiene mucho que enseñarnos. No deberíamos olvidar que la socialdemocracia junto con la democracia cristiana después de la II Guerra Mundial, para evitar la repetición de los desastres del periodo de entreguerras se construyó el Estado de bienestar en Europa occidental. Con un impuesto progresivo todos los ciudadanos desde la cuna a la sepultura accedieron a servicios básicos fundamentales, que por sí solos no podrían alcanzar. Estado de bienestar que no ha perdido ni un ápice de popularidad entre la ciudadanía: en ningún país de Europa el electorado ha votado a favor de acabar con la sanidad o la educación públicas. Pero la socialdemocracia no debería contentarse solo con defender estas conquistas, debería ir más allá con un proyecto más amplio. Está a la defensiva. Parece que no tiene un sentido de lo que significaría su propio éxito político, si un día lo alcanzase; no tiene una visión articulada de una sociedad mejor para el futuro. Al faltar esa visión, ser socialdemócrata no es más que un estado de protesta permanente. Y como contra lo que más protesta son los desastres provocados por el cambio rápido, la socialdemocracia se ha vuelto conservadora.

Quiero detenerme e insistir en esta idea del papel vital de la socialdemocracia en el pasado, en el presente y en el futuro. Tony Judten una conferencia impartida en la New York University en 2009, titulada ¿Qué está vivo y qué ha muerto en la socialdemocracia?, nos dijo: "Si la socialdemocracia tiene un futuro, será como una socialdemocracia del miedo. En lugar de tratar de restaurar un lenguaje del progreso optimista, debemos familiarizarnos de nuevo con nuestro pasado reciente". Acertó, porque recurrir a la idea de progreso, si observamos la historia reciente y el mundo actual, parece improcedente. Esa idea de progreso irreversible la han cuestionado muchos autores. En 1991 Cristopher Lasch en El verdadero y único cielo hizo un ataque frontal contra uno de los pilares básicos de la izquierda, la idea de progreso. ¿Cómo era posible la persistencia de la fe en el progreso en personas serias con un siglo XX lleno de calamidades? Si el progreso perdía su núcleo ético y normativo para la izquierda, ¿cómo era posible que tal ideología política pudiera sobrevivir? Tal denuncia era relevante, ya que apuntaba al corazón de la identidad de la izquierda. A conclusiones parecidas, aunque no asimilables a las de Lasch en el ámbito político, llegaron otros dos autores. Ulrich Beck en el libro de 1986 La sociedad del riesgo, señaló que en nuestro mundo, construido en torno al dogma de la seguridad tecnológicamente garantizada, los riesgos a nuestra existencia, y sobre todo su percepción, han aumentado de modo inquietante; y en buena parte esto es fruto directo de la actividad humana, en particular de la tecnología construida para garantizarle un mayor control de la naturaleza; para producir esa seguridad que está cada vez más amenazada. Era otro golpe mortal a la idea de progreso. Anthony Giddens en Más allá de la izquierda y de la derecha de 1994, pone en duda la idea de que el desarrollo histórico, gracias a la disponibilidad de recursos y a la creciente posibilidad humana de controlar las fuerzas de la naturaleza, pueda avanzar de lo peor a lo mejor. Es más, el mundo actual está lleno de incertidumbres y de dificultades, además imprevisible. En definitiva, que la idea de progreso no puede mantener sus promesas, que no existe ningún paraíso en la tierra, como mantuvo la izquierda. Por ello, resulta comprensible que Judtpara reactivar el papel político de la socialdemocracia, hoy en retroceso, recurra al miedo, hay que hacerle frente proporcionando seguridad a la ciudadanía ya que de seguir su marginalidad tendría que surgir en una ciudadanía concienciada. 

La solución es la socialdemócrata, alejada de la práctica política de los actuales partidos socialistas, que precisamente en esta renuncia radican muchos de nuestros males

Judt recurre a las enseñanzas del siglo XX, que las hemos olvidado. Nos dice que estamos inmersos en una nueva era de inseguridad, de ahí el miedo. La última de estas la analizó magistralmente Keynes en Las consecuencias económicas de la paz(1919). Después de décadas de prosperidad y progreso en la época anterior a 1914, merced a la globalización económica, con un comercio internacionalizado, nadie esperaba que esto pudiera finalizar dramáticamente en el periodo entreguerras.. Mas sucedió. Nosotros tras la Segunda Guerra Mundial también hemos vivido una era de estabilidad y seguridad, y la ilusión de una mejora económica indefinida. Todo esto ha quedado también atrás. En el futuro previsible tendremos inseguridad económica e incertidumbre cultural, menos confianza en nuestros objetivos colectivos, en nuestro bienestar ambiental o en nuestra seguridad personal. No tenemos idea del mundo que heredarán nuestros hijos. Debemos volver a las formas en que la generación de nuestros abuelos respondió a desafíos y amenazas similares. La socialdemocracia en Europa, la New Deal y la Great Society en USA fueron respuestas explícitas a las inseguridades y desigualdades de la época. Pocos en Occidente por su edad pueden saber lo que significa observar cómo nuestro mundo se desmorona; ni concebir una ruptura completa de las instituciones liberales, una desintegración del consenso democrático. Pero fue esta ruptura de la que nació el consenso keynesiano y el compromiso socialdemócrata: con los que crecimos y cuyo atractivo se oscureció por su propio éxito. 

La primera tarea de la socialdemocracia de hoy es recordar sus éxitos del siglo XX, y las consecuencias de desmantelarlos. La izquierda tiene cosas que conservar. Es la derecha la que ha heredado el ambicioso afán modernista de destruir. Los socialdemócratas, modestos en estilo y ambición, han de hablar con más firmeza de las ganancias anteriores: el Estado de servicios sociales, la construcción de un sector público con servicios que promueven nuestra identidad colectiva, la institución del welfare como una cuestión de derecho y su provisión como un deber social. No son logros menores. 

 Como dice Tony Judt, es necesaria una socialdemocracia del miedo, que sepa hacerle frente y proporcione seguridad a la ciudadanía, y, por supuesto, que defienda el progreso frente a nuevos retos como el cambio climático, la revolución digital, y sobre todo, a unos niveles desigualdad insoportables. Es algo por lo que vale la pena luchar. Abandonar los trabajos de un siglo es traicionar a las generaciones precedentes y las futuras. La socialdemocracia no representa el futuro ideal ni el pasado ideal. Pero de las opciones disponibles hoy, es la mejor.

Releyendo a Tony Judt