sábado. 27.04.2024
Foto: Carmen Barrios
Foto: Carmen Barrios

Todos los oráculos pronosticaban la certeza inmutable del gobierno del orden negro. Repetían, como un mantra, que el 23J ya había muerto la esperanza. Nada se podía hacer. Los Cruzados del Imperio con yelmo en la cabeza, traje, corbata y rojigualda en la muñeca habían ganado las elecciones mucho antes de depositar las papeletas en las urnas y recontarlas. Su victoria era una tormenta de meteoritos imposible de frenar en esa Luna del Sur de la Galaxia. 

Los diarios de la mañana describían las siete plagas bíblicas provocadas por las fuerzas coaligadas de la alianza, un grupo de inconscientes obsesionadas con la loca idea de la igualdad, los derechos, la justicia social y la democracia redistributiva. Los informativos de la noche, en cambio, para alertar del desastre, fijaban como ejemplo los horrores descritos en el mismísimo infierno de un tal Dante, que según ellos se había instalado en esa Luna, cuna de tradicionales esencias, que se estaban mancillando, ¿cómo era posible que los hombres blancos, ricos y de buena familia, no pudieran hacer lo que les diera la gana, cuando los diera la gana, dónde les diera la gana y sobre quien les diera la gana? Intolerable, hasta ahí podíamos llegar, gritaban desde tribunas televisivas de reconocido prestigio. Sin duda exageraban, pero ya se sabe que la noche todo lo envuelve, es oscura y alberga horrores. 

Repetían, como un mantra, que el 23J ya había muerto la esperanza. Nada se podía hacer

El caso es que esos días discurrían atronados por el ruido, un ruido mentiroso con ritmos y acordes de danzas regionales de la época de Patas Cortas, que golpeaba las mentes y confundía a los seres, que caminaban temerosos por las veredas, pegados a los muros para evitar despeñarse o se escondían para no ser señalados, porque la amenaza de algo definitivo parecía cierta e ineludible. Nadie en su sano juicio podía escapar a una sensación de fin de temporada. Pero no el fin de temporada que da paso a las rebajas en los centros comerciales, ese que te incita a correr para no quedarte sin tu camiseta preferida. No. Era un fin de temporada mucho peor, porque los periódicos en su obsesión comenzaron a describir un final que en realidad comenzó a parecer un retorno. Una vuelta al pasado. El regreso a un lugar del tiempo en el que más de la mitad de la población debía pedir permiso para poder Ser cada día de su existencia.

Así transcurrió el tiempo. Fueron días marcados por la mancha del odio, por incertidumbres extremas y escasos resquicios por los que un ser cualquiera pudiera escurrirse para escapar por el pasillo de la esperanza. Pero ninguna exagerada impostura puede mantenerse eternamente.

Una mañana hubo un punto de inflexión en la percepción del miedo y el desastre. Nadie sabe muy bien cómo se produjo, pero todo apunta a que el nivel de desesperación y temor que se infundía fue tan pronunciado, y la amenaza de la Ley de los Cangrejos tan evidente, que necesariamente tuvo que comenzar a aflojar un poco. Una tensión prolongada de temor extremo, o explota ya, o tiende a desinflarse. 

Fue tu risa de mujer irreverente y descarada, fue tu risa de mujer libre la que se escuchó por encima del ruido de los Cruzados del Imperio

Y eso fue lo que sucedió. El aire de ese globo de miedo comenzó a escaparse, como casi siempre, gracias a una carcajada. 

Fue la risa. Fue tu risa de mujer irreverente y descarada, fue tu risa de mujer libre la que se escuchó por encima del ruido de los Cruzados del Imperio, que gritaban con odio que eras una mujer peligrosa; fue tu risa contundente, cargada de inteligencia, una risa de reflexión, ese tipo de risa que producen los hallazgos inesperados; fue tu risa de felicidad y fuera de control, que se escapó libre, aleteó como una idea luminosa y se fue a posar sobre el papel de una ilustradora de dominical, que deliraba rematando el boceto que tenía que entregar para el periódico de la mañana. 

Ese tipo de risa fue la que torció el curso de los acontecimientos, porque se propagó como un virus eficaz e incontrolado por el cuerpo social sin contención alguna. 

Fue tu risa de heroína del día a día dibujada en la viñeta del dominical la que voló libre de un ojo a otro, y dio la vuelta a todo; tu risa de trabajadora constante, la tuya y la de las miles y miles, las millones de mujeres conscientes que se contagiaron, que vieron de repente con claridad que iba de ellas, de sus libertades, de sus derechos, de sus trabajos y reconocimientos, de sus cuerpos diversos, de sus quereres, de sus seguridades, de su tiempo, su precioso tiempo…fueron ellas, salieron a las calles a reivindicarse, guapas, ataviadas con los colores de la esperanza fresca, vestidas de arcoíris y perfumadas con la esencia de la tierra recién regada. Fueron ellas con sus abanicos en ristre las que empezaron a espantar los malos humos, fueron ellas con sus frentes muy altas, sus faldas muy cortas y sus ganas las que frenaron el odio y a los odiadores. Fueron ellas.

Como siempre, fueron ellas, que querían follar hasta enamorarse, como un día cantó la poeta Ana Elena Pena, las que lanzaron el grito de guerra definitivo: VAMOS A VOTAR HASTA QUE NOS ENAMOREMOS, vamos a votar hasta enterrarlos en el mar, a votar sin freno, con locura y alegría, con destreza y con compromiso, vamos a votar escuchando a nuestro coño, “ese túnel de estrellas que comunica con el cosmos, alumbrando vidas infinitas desde el principio de los tiempos…”.

Vamos a votar hasta enterrarlos en el mar, a votar sin freno, con locura y alegría, con destreza y con compromiso

Esa risa se descontroló como un bálsamo contra el miedo, como un abanico lleno de colores, como una luz cegadora, como un disparo de nieve en una noche oscura. Esa risa era una risa cultural. Contagió más mentes, sumó miles y millones de mentes, que comenzaron a reír, primero con cierta timidez y hasta disimulo, pero después los rostros, las bocas, las cinturas, las manos y los pies de esos miles, de millones de seres se fueron contagiando de una alegría tal que iba a romper todos los pronósticos. 

Después de aquél 23J nada iba a ser igual. Se terminó el mundo conocido y nació otro diferente, preñado de esperanza. Nació un mundo en donde la dulzura de la risa se oponía al odio con eficacia balsámica. Un mundo tejido con el compromiso y la cooperación de los abanicos de colores, que un día se atrevieron a elevarse en un canto de risas, de sueños, de derechos, de justicia social, de libertades y compromiso. Un mundo de cuidados y de estrecharse las manos. Un mundo para sanar. Nada que ver con el negro pronóstico de los oráculos. 

Aquel 23J se sumaron tantas risas, que estallaron las urnas y esa pequeña Luna comenzó a llamarse Planeta Utopía. 


Carmen Barrios Corredera | Escritora y fotoperiodista.

*Gracias a Ana Elena Pena por sus versos liberadores. Gracias a Jacinta Delgado por conducirme hasta ellos.

Vamos a votar hasta que nos enamoremos