sábado. 27.04.2024
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Lo primero es reconocer que este libro me ha desvelado una intrahistoria, la del alpinismo en la URSS durante las primeras décadas de la revolución soviética, de la que poco o nada sabemos en “occidente”, incluso entre los mundillos del alpinismo y el de los interesados en la historia de lo que fue la URSS.

En el año 1987 —gobernaba Gorbachov—, estuve en Moscú y San Petersburgo —aún llamado Leningrado por aquel entonces—, junto con mi padre, que fue de los niños evacuados allí durante la guerra civil española y en donde vivió durante unos cuantos años. Gracias a él, que hizo de traductor y guía, pudimos movernos fuera de los circuitos habituales, frecuentemente acompañados por españoles que allí seguían viviendo, antiguos amigos suyos de la infancia y primera juventud.

En una de las incursiones por barrios periféricos entramos en una de las escasas tiendas de deportes. Me quedé atónito por los materiales de montaña expuestos de cualquier manera; tablas de esquís, recias pero muy pesadas, seguramente del doble de peso que las que aquí se utilizaban; el material impermeable y de abrigo, tampoco se quedaba atrás, fabricado con gruesas lonetas acolchadas; los crampones carecían de puntas delanteras y los piolets eran muy largos, semejantes a los antiguos. Eso, sí, los precios eran irrisorios, asequibles para su poder adquisitivo. Seguro que el material de élite sería mejor, pero aquello daba una idea de con qué se manejaban. Lo cierto es que, entrando en la década de los noventa, los alpinistas rusos, ucranianos, kazajos…, pero también polacos, checos o eslovacos, empezaron a prodigarse, en montañas fuera de sus fronteras, antes inaccesibles para ellos; llamaban la atención por el espartano material que utilizaban y por sus gestas. ¿De qué escuela salían aquellos aguerridos montañeros que tanto contrastaban?

Es sabido que durante la primera mitad del pasado siglo, los soviéticos alcanzaron las cumbres más relevantes del Cáucaso, el Tian Shan, el Pamir…, nombres sonoros de picos salvajes, el Elbrús, el Pobeda, el Kan Tengri, el Pico Lenin, y el más elevado de las Repúblicas y también el que más veces ha cambiado de nominación al albur de los cambios políticos: el Pico Stalin, antes Gormo, luego Comunismo y actualmente, Ismail Samani, tras independizarse Tayikistán.

Leyendo este libro me he enterado, sorprendido, de que, durante los primeros años de la Revolución de Octubre, se impulsó la práctica del alpinismo. La respuesta del porqué ese interés está en que algunos de los históricos líderes bolcheviques, durante los últimos años del zarismo, tuvieron que exiliarse durante largos periodos —como el propio Lenin— a países centro europeos, recalando sobre todo en Suiza. No pocos de ellos, pletóricos jóvenes entonces, se incorporaron a las emergentes corrientes alpinísticas en auge, no solo como aficionados, algunos se ganaban la vida como guías de montaña titulados. Tras la toma del poder, dirigiendo la política soviética, increíblemente encontraron tiempo para continuar con su pasión deportiva, fundaron la Sociedad de Turismo Proletario, con su sección de “alpinizm”. Entre ellos estaban nada menos que Nicolái Kirilenko, comisario de justicia o Nicolái Gorbunov, que había sido secretario de Lenin y luego secretario de los Comisarios del Pueblo. No eran meros burócratas “federativos”, sino que participaban en expediciones de altura. A este grupo, se incorporaron, en un viaje recíproco de exiliados, revolucionarios con experiencia alpina que huían de sus países dominados por emergentes gobiernos fascistas, italianos, alemanes, austriacos, estos últimos los más numerosos, militantes de la Liga de Defensa de la República (austriaca) Las nuevas autoridades animan a ir a las alturas para que estas dejan de ser “terreno exclusivo para la aristocracia y pasen a ser del pueblo”. Incluso se fomenta que, los atrasados nativos de las lejanas Repúblicas, suban a las cumbres para que no albergan dioses.

Tras ese primer periodo, ya en los años treinta, emergen dos jóvenes líderes, indiscutibles desde el punto de vista deportivo, los hermanos Abalákov: Vitali y Yevgueni. A medida que avanzan los años y el estalinismo va inundándolo todo, resulta obligatorio diferenciarse de las tendencias pequeñas burguesas; el alpinismo no puede ser “la conquista de lo inútil”, tiene que prevalecer el fin científico, instalando estaciones meteorológicas o realizando prospecciones minero metalúrgicas. Otras veces con objetivo “patriótico militar”, compañías militares enteras tratan de llegar o llegan en grupo a las cumbres. Se conocen como las “alpinadas”, propiciadas por Vorosilov, otro dirigente histórico, le siguen colectivos de fábricas o centros de enseñanza que salen a conquistar masivamente las alturas.

Pero el autor, además de profundizar en los entresijos deportivo-montañeros de aquellos años, indaga también en los archivos policiales y saca a la luz, en lo que no deja de ser una denuncia de la represión de la época, que uno de los dos hermanos, Vitali, sería detenido y torturado durante más de dos años acusado de traición, terrorismo y espionaje. Fue uno más de las decenas de alpinistas detenidos, procesados, enviados a gulags o fusilados durante los años del terror. En la lista de los fusilados están los citados Kirilenko o Gorbunov, caídos en desgracia, todos ellos acusados de los mismo y de estar en relación con espías extranjeros, lo mismo sucedería con los tantos refugiados provenientes de Italia, Alemania…, gran parte de ellos también fusilados por espías, como el luchador antifascista Tsak, compañero de fatigas de los hermanos, activista de la Liga de Defensa de la República (austriaca), decenas de compañeros, militantes de esa Liga, siguieron sus pasos frente al pelotón.

Ya en el cuarenta y uno, cuando Alemania invade la Unión Soviética, miles de supervivientes de los “campos de trabajo”, son liberados y se incorporan “a la defensa de la patria”, entre ellos Vitali —Yevgueni, que se libró de la represión, ya lo había hecho desde el inicio de la guerra—, pero es enviado a la retaguardia ya que, entre las amputaciones previas, por congelaciones, y las torturas es declarado inválido. Muchos de los alpinistas, como también otros deportistas de élite son incorporados, paradójicamente, a la NKVD, responsable de su represión, para formar las unidades de élite de defensa del Kremlin, con los alemanes a las puertas de Moscú. Y, aquí añado yo —no está en el libro—, que el último cinturón de defensa, en el propio Kremlin, se formó mayoritariamente con un batallón de exiliados republicanos españoles veteranos de la guerra civil española.

Carátula libro Los Alpinistas de Stalin

Tras la victoria, sobre todo Yevgueni, vuelve a la montaña, conquistando sus más altas cumbres y es ensalzado como héroe de la Unión Soviética. Pero el “invalido” Vitali, también realiza ascensiones de gran nivel, dirige las expediciones más punteras por décadas e implanta el método de alpinismo soviético que se rige por sus férreos conceptos de austeridad y ante todo seguridad, colaboración y solidaridad de los equipos. Pero, además, Vitali es Ingeniero e inventor, desarrolla técnicas de aseguramiento en hielo e instrumentos de escalada. De las primeras, el “Abalákov”, como se conoce en el mundo de la escalada en hielo al sistema de aseguramiento de fortuna que lleva su propio nombre. De los segundos, el más conocido y muy utilizado en la actualidad entre los escaladores, el “friend”, un aparato mecánico que, mediante levas, se expande y se utiliza como seguro en grietas y fisuras; muy pocos saben que su invención se adjudica y reconoce a Vitali, ya que por la denominación del artilugio: “friend”, muchos creíamos, erróneamente, que era invento americano. Eso sí, con unas modificaciones lo patentó el estadounidense Jeff Lowe, cofundador de Lowe Alpine.

La autarquía territorial y los conflictos geopolíticos impidieron que los hermanos pudieran acceder a los ochomiles del Himalaya o Karakorum, pero sus herederos alpinos de las antiguas repúblicas soviéticas, emergieron con sus técnicas peculiares, con fuerza sorprendente, en los noventa con Anatoli Bukveyev, a la cabeza.

Lo que aquí escribo no resume el libro, cada página de Cédric Gras revela no solo los pasos biográficos de los hermanos, sino la peculiar concepción del montañismo en la Unión Soviética, así como la inusitada represión de los años del terror impactando con brutalidad en los mejores escaladores que, buscando la libertad en la naturaleza, acabaron entre los muros de la cárcel o del paredón. Los que sobrevivieron, con determinación y vigor lucharon por la vida, volvieron a las montañas sin que los deterioros físicos fuesen suficientes para impedirlo.

Un canto a la resistencia, la resiliencia y la vida.

La hoz y piolet. 'Los alpinistas de Stalin'