viernes. 03.05.2024
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Este es el título de la novela en la que Kurt Vonnegut utiliza la sátira más ácida para arremeter contra el bombardeo aliado sobre la ciudad alemana de Dresde. El autor tiene la mayor legitimidad para describir aquel horror ya que él era uno de los cientos de americanos prisioneros de los alemanes en esa ciudad y que salvó del “fuego amigo” y de la masacre causada por cuatro mil toneladas de bombas explosivas e incendiarias —lanzadas por las fuerzas aéreas inglesas y americanas— gracias a que encontró refugio en los sótanos de lo que era el matadero de la ciudad entonces en desuso por la falta de ganado al que sacrificar en una Alemania en derrota y desabastecimiento.

Estableciendo paralelismos a través del tiempo, la primera parte del título, prescindiendo del guarismo, podría describir igualmente la guerra de Ucrania y tantas otras. Existen múltiples concomitancias entre lo que narra Vonnegut y la actual guerra, por lo que el libro resulta plenamente vigente.

La narración salta a través de los tiempos pasados, presentes y futuros respecto a 1969, cuando fue escrita, y disparata sobre la aberración de laminar una ciudad alejada de las líneas del frente

La narración salta a través de los tiempos pasados, presentes y futuros respecto a 1969, cuando fue escrita, y disparata sobre la aberración de laminar una ciudad alejada de las líneas del frente, por más que las masacres y genocidios del Tercer Reich sean inenarrables. Las víctimas fueron mayoritariamente mujeres, ancianos y niños ya que los varones en edad militar estaban reclutados en el ejército, lejos de allí. Las justificaciones que se esgrimieron para aquello fueron similares a las de los bombardeos atómicos posteriores de Hiroshima y Nagasaki: precipitar la rendición y finalizar la guerra.

La diferencia entre lo uno y lo otro es que en Dresde fueron bombas convencionales y las otras fueron atómicas. Pero esa diferencia es más cualitativa que cuantitativa en número de víctimas. En Hiroshima se calcula en ciento sesenta mil, en Nagasaki unas ochenta mil, mientras que, en Dresde, aunque las cifras son discrepantes ―veinticinco mil según los aliados, ciento treinta y cinco mil según el autor y otras fuentes―, pero en Tokio, también por bombas convencionales, fueron cerca de doscientas mil.

Y conviene tenerlo en cuenta porque en la invasión de Ucrania por Rusia parece que reconforta que “solo” se esté utilizando armamento convencional, aunque por esta vía puedan ser cifras tan terribles, que ponen buen cuidado, ambos, en ocultarlo ―ojos que no ven, corazón que no siente―.

Siguiendo con las similitudes, las tomas de imágenes que nos ofrecen hoy presentan imágenes de aguerridos soldados que en realidad son chicos disfrazados con terroríficos trajes de combate, gafas de asalto, “verdugos” o “bragas” de embozo que ocultan sus barbilampiños rostros. “Matadero 5” lleva como subtítulo “La cruzada de los niños”. Ya en el preámbulo nos cuenta como en la época que estaba escribiéndolo, el autor visita a unos conocidos; la señora de la casa, pensando en que sería un libro bélico, ironiza con que en él aparecerán héroes que luego puedan ser llevados al cine interpretados por hombres hechos y derechos como John Wayne, cuando en realidad “son niños como los que duermen en la habitación de arriba” ―refiriéndose a sus propios hijos―. Sólo cuando el autor explica que no, que es relato pacifista y de anti- héroes, la mujer se tranquiliza y se acaban haciendo tan amigos que una de las dedicatorias será para ella.

Las similitudes de las guerras geopolíticas son permanentes; viejos diseñando sus intereses desde los despachos llevando a los “niños” al matadero; generales decrépitos, incapaces de mantenerse “firmes” por el peso de las medallas junto al zar; o quienes jamás se jubilan, como “nuestro Borrell”, que mejor hubiese sido recordado sin acabar su carrera con las belicosas proclamas de ardor guerrero.

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¿Cuántos chicos más tendrán que morir para satisfacer a los mandatarios, a los mercaderes de armas, petróleo, etc., de una  guerra que hacen por “correspondencia entre OTAN y Rusia” tal como dice un inusitado artículo de Juan Luis Cebrián en El País del pasado 15 de agosto, sorprendente empezando por su título: “En defensa de Ucrania hasta la muerte…de los ucranios” ―por cierto que, para quienes no lo hayan leído aclaro que no es precisamente una proclama heroica, sino que nos coloca sobre la paradoja de una sinergia que pudiera acabar en semejante genocidio― “y en el que las voces parecen no conturbar a los gobernantes de la Europa democrática, los nuestros incluidos, dispuestos como están a defender Ucrania hasta que muera el ucranio”.

No me creo que alguien tan bien relacionado e informado Cebrián, con tal poder mediático, escriba este artículo por casualidad, tampoco que las declaraciones del actual jefe del secretario general de la OTAN sugiriendo que Ucrania podría ceder territorio a Rusia a cambio de entrar en la OTAN. Quiero pensar que la primera fase de “Hasta la victoria total”, se está empezando a sustituir en algunos círculos de poder por: “Habrá que negociar”. Otra cosa es que los voceros más papistas que el papa tarden en pillarlo. Pero es un atisbo para la esperanza, para el deseo de que ni los ucranios, ni los rusos, sigan muriendo en el “Matadero 5”, 6, 7…

Matadero 5