domingo. 05.05.2024

Francisco Nieto

Aviso para navegantes: esta película no se trata de una secuela postrera de la empalagosa saga escrita por Anna Todd. After: aquí acaba todo dio carpetazo hace tan solo unas semanas al suplicio filmado de encuentros y desencuentros ñoños. Aquí estamos ante otra temática bien distinta, y el after que da título al film se refiere también al después, pero en este caso se ubica en aquellos locales donde se baila hasta bien entrada la madrugada. Es un anglicismo no reconocido aún por la RAE, pero casi todo el mundo sabe lo que significa.

El austero y seguro debut de Anthony Lapia, licenciado en Bellas Artes y Cine por la Universidad de París quien hasta la fecha se había movido en el terreno del cortometraje, trata sobre la inhibición en los espacios nocturnos, los momentos singulares que unen a extraños y las infinitas posibilidades que se encuentran en la experiencia colectiva de ir de discotecas a esas horas intempestivas en las que todos los gatos son pardos.

La trama de After es simple y el metraje exiguo: en una noche en París, en la que las protestas de los chalecos amarillos están a la orden del día y de la noche, un grupo dispar de chavales bailan y se contonean como si no hubiera un mañana, consumen drogas y parecen ignoran el mundo exterior. En la zona de fumadores, a la sazón único contexto en el que dan descanso a su extenuante ejercicio musical, Félicie (Louise Chevillotte), quien parece estar pasando un mal momento emocional, conoce a Saïd (Majd Mastoura), un conductor de Uber que ha acudido por primera vez al local después de una pesada jornada laboral. A medida que su conversación pasa de ser banal a algo más interesante, abandonan el club en busca de la relativa calma del apartamento cercano de la primera mientras la fiesta continúa hasta bien entrada la noche.

Los puntos fuertes de esta inusual propuesta residen en la captura perfecta de los ritmos y la atmósfera de una noche de fiesta

El atractivo de After no reside precisamente en su complejidad narrativa. En cambio, los puntos fuertes de esta inusual propuesta residen en la captura perfecta de los ritmos y la atmósfera de una noche de fiesta (una que estalla de energía, con conversaciones de las que hacen subir el precio del pan) y la transición gradual hacia el interior del amanecer, entre los yoes duales que existen en la noche y el día. 

Lapia y los directores de fotografía Robin Fresson y Raimon Gaffier se hacen valer de luces vibrantes y arremolinadas para iluminar las escenas del club. Las conversaciones ocurren a través de gestos y movimientos: dos extraños se besan apasionadamente mientras sus cuerpos son bañados en sombras y luces consiguiendo así que aumente la sensación de movimiento constante y desenfrenado. El uso de primeros planos impide una comprensión completa del espacio del club, y lo único que importa son las gotas de sudor que desaparecen por el cuello de una camiseta, las cabezas echadas hacia atrás en éxtasis y la euforia inducida por las drogas que se vislumbran mientras la cámara se mueve sin interrupciones entre la multitud.

La banda sonora de After domina la primera mitad de la película, ya sea música que suena en la habitación de al lado mientras los asistentes a la discoteca se relajan afuera o mientras los bailarines se mueven al ritmo de los sonidos siempre presentes que abruman cualquier diálogo que pueda tener lugar. Cuando Lapia pasa al departamento de Félicie, la repentina ausencia de sonido es tan intensa como su presencia anterior, y la película cambia fácilmente entre el dinamismo del club y el apartamento escaso y mal iluminado donde la normalidad comienza a infiltrarse lentamente.

El interés radica en la formación de conexiones nocturnas y la creación de vínculos profundos entre extraños

El dúo central formado por Chevillotte y Mastoura aborda el segundo acto de After con un desapego cuidadoso y estudiado a medida que comienza a desarrollarse una relación nueva, tentativa e inquisitiva. Si se volverá romántico o platónico no es el punto que más interese. Félicie y Saïd se sientan uno cerca del otro, pero en realidad no se tocan más allá de tomarse una copa. Se miran furtivamente mientras discuten sobre la naturaleza de las discotecas y cambian de tema cuando se vuelve demasiado personal. 

Es en este espacio donde lentamente cambian a su yo diurno. Para Saïd, son la pasión y las posibilidades de las protestas las que le dan esperanza a quienes se dedican a hacer de Francia un lugar mejor. Félicie adopta el punto de vista opuesto, declara que el neoliberalismo ha ganado (su propio trabajo le impide creer en las posibilidades de una reforma estructural) y expone su argumento en una perorata sin aliento que termina con un silencio incómodo. ¿Se encontrarían estos dos en otras circunstancias diferentes de las expuestas? ¿Podría esta nueva relación durar más allá de las horas tranquilas de la fiesta posterior?...

After no se preocupa en responder preguntas sobre los protagonistas. El interés radica en la formación de conexiones nocturnas y la creación de vínculos profundos entre extraños durante momentos fugaces de éxtasis donde los problemas del mundo están fuera de la vista. El dinámico debut de Lapia crea una poderosa oda al escapismo a través de su simplicidad técnica.

After (3): La juventud baila