viernes. 03.05.2024
Ernesto Sevilla.

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La frase más inteligente que se ha dicho en los últimos años en España es la de Ernesto Sevilla, sobre las críticas a los Goya: “No podréis conmigo porque soy idiota”. No es chanza ni ocurrencia sino una aguda descripción del trance político, social e histórico que vive nuestro país mediante la posverdad conservadora. El caudillismo que se fundó al grito de “muera la inteligencia” jamás se ausentó del solar hispano. La deriva autoritaria que ha tomado el régimen del 78 no se puede ya conceptuar de falta de algún desarrollo de derechos cívicos o déficits en la calidad de algunas libertades, sino en la implantación ideológica y metafísica de un reflujo democrático severo de carácter autoritario alentado por una derecha carpetovetónica. Y en ese contexto autoritario, las víctimas tienen que ser los culpables y el placebo la cura y, por ello, el panorama posdemocrático que padecemos con un Poder Judicial beligerante y connivente en el ámbito político del conservadurismo, la instrumentación de leyes especiales como la “ley mordaza” o el “delito de odio” al objeto de constreñir las libertades y derechos ciudadanos para, de esta forma, reconducir la disidencia política y democrática hacia la siniestra poterna del delito. Durante la inauguración de la plaza que a partir de ahora llevará el nombre de Torcuato Fernández-Miranda en el distrito de Fuencarral-El Pardo, el alcalde Almeida dijo: “Fernández-Miranda fue artífice de lo mejor que hemos hecho los españoles en nuestra historia contemporánea, la Transición”. Sin embargo, nadie recordaba ya aquello que afirmó Fernández Miranda en el funeral de Carrero Blanco: "Hemos olvidado la guerra en el afán de construir la paz de los españoles, pero no hemos olvidado ni olvidaremos nunca la victoria".

La esclerosis política impuesta por el régimen fáctico de poder que consolidó la Transición ha mantenido el ascua mortecina de un nacionalismo español anclado en los tópicos retardatarios de siempre

Esta aceleración del vértigo autoritario ya sin paliativos nos muestran los ijares de un régimen fáctico de poder que se ha venido reproduciendo históricamente a través de unas minorías organizadas ajenas al escrutinio de la voluntad popular. Es muy llamativo que Ortega se lamentara hace casi cien años de los mismos males que hoy nos inquietan al afirmar que en vez de la renovación periódica del tesoro de ideas vitales, de modo de coexistencia, de empresas unitivas, el Poder Público fue triturando la convivencia española y cesado de su fuerza nacional casi exclusivamente para fines privados; al cabo del tiempo la mayor parte de los españoles se preguntaban por qué vivían juntos, cuando no se va hacia delante, cuando no se mira al futuro; el Poder Público no ofrece nada para hacer entusiasta colaboración.

Por ello, las minorías influyentes están implementado como respuesta a la decadencia del régimen de poder una redefinición de la violencia simbólica, en los términos conceptualizados por Pierre Bourdieu, fundamentada en la abolición de la política, la criminalización del disidente, la imposibilidad de profundizar en la democratización institucional, la inexistente división de poderes, la influencia sobredimensionada de las élites, todo lo cual supone tal exceso de adherencias autoritarias que la democracia se hace difícil y lejana. La esclerosis política impuesta por el régimen fáctico de poder que consolidó la Transición ha mantenido el ascua mortecina de un nacionalismo español anclado en los tópicos retardatarios de siempre, que tanto mimó el franquismo, fermentados en un espacio político donde el debate ideológico se ha diluido ante un pragmatismo ad hoc al establishment que expulsa de su formato polémico elementos sustanciales de la vida pública. El poder sin convicciones está, por esa razón, sometido a la peor de las censuras: la del dinero. Ortega y Gasset afirmaba que si ceden los verdaderos y normales poderes históricos -política, ideas-, toda la energía social vacante es absorbida por el dinero. Diríamos, pues, que cuando se volatilizan los demás prestigios queda siempre el dinero, que, a fuer de elemento material, no puede volatilizarse. O, de otro modo: el dinero no manda más que cuando no hay otro principio que mande.

El poder sin convicciones está, por esa razón, sometido a la peor de las censuras: la del dinero

Los excesos verbales, la agresividad argumental con modelos de los años treinta del pasado siglo, el maniqueísmo excluyente entre buenos y malos españoles, la consideración de enemigos de España a los que no comparten las ideas derechistas, la manipulación de los poderes del Estado, singularmente el poder judicial, para criminalizar al adversario político, la estimación del franquismo y su acto inaugural del 18 de julio como fuente legitimadora del actual poder constituido son parte del risorgimento del españolismo compuesto por el caudillaje trufado de sectarismo cainita que sustantivamente se fundamenta en una suplantación de la propia nación. Y es que una nación adquiere la fantasmagoría de la inexistencia cuando todo aquello que pudiera constituirla está exiliado, exilio intelectual y psicológico que es el peor de todos. Aquellos que gritaban “vivan las cadenas” y arrastraron con sus brazos la carroza de Fernando VII eran víctimas de esa inexistencia de la nación suplantada por déspotas, prejuicios y supercherías que pasaban por la esencia de lo español. Siempre habrá un país inexistente mientras que lo defina y represente, en palabras de Azorín, una turba de negociantes discurseadores y cínicos.

Todo ello es la causa fundamental de cómo la carencia de un diagnóstico certero y la acción subsiguiente por parte de la izquierda alternativa en contra del españolismo autoritario conservador, haya consolidado la tendencia que sitúa a las izquierdas soberanistas de CatalunyaGalicia Euskadi como el principal obstáculo al ascenso del poder conservador en el Estado. Es la España plural en pugna con el reaccionario y resentido conservadurismo español, el del caciquismo y el clientelismo decimonónico, el de aquella España tan bien retratada por Machado en su “Mañana efímero”, la de “charanga y pandereta/, cerrado y sacristía/ devota de Frascuelo y de María”. Como dijo Manuel Azaña: nadie tiene el derecho de monopolizar el patriotismo, y que nadie tiene el derecho, en una polémica, de decir que su solución es la mejor porque es la más patriótica; se necesita que, además de patriótica, sea acertada.

La derecha no puede conmigo porque soy idiota o el destino de los siempre derrotados