sábado. 04.05.2024
Abascal y Ortega Smith
Abascal y Ortega Smith

La Real Academia Española define el matonismo como la “conducta de quien quiere imponer su voluntad por la amenaza o el terror”.

Los episodios de asedio a las sedes socialistas, las “uvas de la ira” del fin de año en Ferraz, las agresiones televisadas de Ortega Smith, el deseo expreso de Abascal para ver “colgado por los pies” al Presidente del Gobierno… son expresiones claras de un fenómeno viejo, el matonismo, que está de vuelta en la política española.

El debate sobre si es delito o no apalear un muñeco que representa al Presidente del Gobierno es un debate que ha de sustanciarse en el orden jurídico. Ahora bien, la práctica cada vez más habitual del matonismo por parte de la ultraderecha española constituye un problema social de primer orden, que no cabe ignorar, ni frivolizar, ni minusvalorar.

Porque puede acabar con nuestra democracia y con nuestras libertades. Ya ocurrió en el pasado siglo. Ya se ignoró, ya se frivolizó, ya se minusvaloró. Ya se transigió con el matonismo ultra. Las consecuencias fueron terribles. Y conviene no olvidar las lecciones de la historia.

La práctica cada vez más habitual del matonismo por parte de la ultraderecha española constituye un problema social de primer orden

El matonismo forma parte, a la vez, de la identidad ideológica y de las tácticas de activismo político de la ultraderecha, desde siempre. Los ultras son fanáticos de su modelo de nación, de religión, de raza y de familia, hasta el punto de llamar al rechazo y al combate hacia cualquier otro modelo.

Para los ultras, la única lógica política válida es la lógica del amigo/enemigo, o se está con ellos o se está contra ellos. Su espectro de colores no da para más: solo hay blanco o negro. Cualquier adversario es un enemigo que amenaza su visión única, estrecha e intransigente de la sociedad en la que vive, y ante el enemigo se legitima todo medio de autodefensa, incluida la violencia.

El activismo ultra incluye cosificar y satanizar a los enemigos políticos. Todos recordamos los epítetos con los que el nazismo cosificaba y satanizaba a judíos, homosexuales e izquierdistas en el siglo XX. En estos días, hemos escuchado a Abascal tachar a los socialistas y, en concreto, al Presidente Sánchez, como “plaga” y “peste”. Lo hacen así porque resulta más fácil predisponer a los adeptos contra un animal, sea una rata o sea un virus, que contra un ser humano. Aparentemente, es más legítimo colgar por los pies a un virus moral que a un semejante inocente.

El matonismo forma parte de la identidad ideológica y de las tácticas de activismo político de la ultraderecha, desde siempre

Como se ha dicho ya, nada de esto resulta nuevo. Fascistas y matones los hubo, los hay y los habrá. Su ideología, sus estrategias y sus tácticas han evolucionado poco en un siglo. Sus intenciones también. Quizás ahora se prodigan más en redes que en pintadas para sus insultos, amenazas y bravuconadas. Fueron un peligro real, y son un peligro real. Para todo lo que consideramos civilizado.

¿Dónde está la novedad? En dos factores.

Primero, el olvido. Parte de las nuevas generaciones contemplan como algo novedoso la ideología ultra, el fanatismo de nuestra verdad verdadera, la atracción fatal de la ley del más fuerte, la estética pseudomilitarista, la demagogia de la antipolítica, la dialéctica mendaz de las élites corruptas frente al pueblo inocente, el ellos o nosotros… cuando se trata de algo tan viejo como el fascismo que llevó a la Humanidad a los mayores desastres de su historia durante el siglo XX.

Y segundo, la actitud de la derecha democrática. Que se ve incapaz de adaptar su ideario y su propuesta a los retos de unas sociedades interpeladas por fenómenos globales y complejos, como las migraciones masivas, el avance del feminismo, la lucha contra el cambio climático, la transición digital, la globalización cultural, la reivindicación imparable de los derechos humanos…

El problema del matonismo en España siempre fue Abascal y los abascales, pero cada día es más el problema de Feijóo y los feijóos          

Que se ve incómoda y limitada para acometer los procesos de diálogo, de entendimiento y de acuerdo que requieren las sociedades democráticas, cada día más plurales, más participativas, más exigentes de transacción y pacto permanentes.

Que mantiene el vicio viejo del ansia de poder, impaciente, ligera de escrúpulos, y que mira a los ultras entre el resquemor por la amenaza de la competencia y la envidia por su éxito facilón. Y que contempla el camino del populismo ultra como un atajo para llegar o para mantenerse en los gobiernos, sin el esfuerzo de elaborar, de negociar y de pactar dentro de los márgenes de la política veraz de lo complejo. Y que acaba pactando con los ultras y, peor aún, que acaba asumiendo las ideas y los métodos de los ultras.

En otras palabras, el problema del matonismo en España siempre fue Abascal y los abascales, pero cada día es más el problema de Feijóo y los feijóos.

Y el peligro no es ya que Vox acabe barriendo al PP. El peligro es que la escoba se acabe llevando por delante nuestras libertades y nuestra democracia.

No sería la primera vez.

El matonismo ha vuelto