martes. 30.04.2024

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“Pocos llegan a ver lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.
Nicolás de Maquiavelo


“¡Roma no paga a traidores!” es una conocida expresión que advierte cómo la deslealtad no es recompensada ni por aquellos que la fomentan. Su origen, tal vez apócrifo, se remonta a un conocido episodio de la antigua historia hispana, a mediados del siglo II a. C. Las legiones romanas ven frenado su avance hacia los territorios occidentales del Duero a causa de la férrea resistencia que ofrecen las tribus celtíberas lideradas por el general Viriato. Las continuas derrotas sufridas por Roma durante los catorce años que duraron las hostilidades en la región, obligaron a buscar una solución pactada al conflicto que se concretó en la firma de un acuerdo de paz entre el Senado y el caudillo lusitano Viriato, en el año 140 a. C.; en el acuerdo se reconocían la independencia de Lusitania y el nombramiento de Viriato como rey. Al considerar humillante y contraria a sus intereses tal decisión, una parte del ejército romano destinado en Hispania no la aceptó y sobornaron a tres oficiales celtíberos, Audax, Ditalco y Minuro, para que asesinaran a Viriato; acto que ejecutaron una noche durante el sueño. De vuelta al campamento romano para reclamar la recompensa, el cónsul Quinto Servilio Cepión renegó del trato convenido y, pronunciando supuestamente la famosa frase, ordenó su ejecución acusándoles de traidores.

Es evidente que ya, desde antiguo, la política es terreno donde proliferan las acusaciones de traición. El que fuera primer ministro francés, Georges Clemenceau, decía con clarividente sentencia que “un traidor es un hombre que deja su partido para inscribirse en otro, pero un convertido es un traidor que abandona su partido para inscribirse en el nuestro”. En la actualidad, el fichaje por la presidenta Isabel Díaz Ayuso del Partido Popular de Madrid al expresidente de la Comunidad de Madrid y exsocialista Joaquín Leguina, como nuevo consejero de la Cámara de Cuentas, clarifica el título de estas reflexiones: Madrid sí paga a traidores. Según declaraciones del propio Leguina, en una ignorancia forzada e inexplicable a sus 83 años, de que al aceptar el cargo solo le mueve el altruismo y que no tiene muy claro en qué consiste: “Me he enterado por los periódicos, e ignoro mis funciones y mi sueldo. Cuando me incorpore me enteraré más a fondo”, será uno de los mejores pagados del Estado con una remuneración, según el documento de retribuciones de altos cargos, de 100.556,52 euros. Al desmemoriado Leguina habría que recordarle aquello de Quevedo: “Poderoso caballero es don dinero”.

Díaz Ayuso y MAR, sólo viven para medrar ellos y, eso sí, “pagando a oportunistas políticos y a traidores”

La política siempre ha planteado cuestiones críticas sobre el alcance y autoridad de las nociones comunes de la moralidad. Es ante todo la política lo que tiene presente Trasímaco, educador sofista, ciudadano de Calcedonia, cuando, en la República de Platón, desafía a Sócrates a que refute su alarmante definición de la justicia como “el inte­rés del más fuerte”. En un similar espíritu devaluador, algunos políticos modernos parecen pensar que el realismo político supone que las conside­raciones morales carecen de todo lugar en la política.

Desde la frecuencia con la que estamos contemplando tantos cambios de partido, de bando, de listas, de criterios, de prebendas, de chiringuitos, de mamandurrias, aparecen algunas más: la deslealtad y la traición, término éste de difícil definición, pues la interpretación y utilización del mismo está en función de quién lo protagonice o de quién cuente la historia. Así escribía Daniel Innerarity en un artículo en el diario El País, allá por el año 2015, titulado “La decepción democrática”: “Es deprimente lo poco que tardan los políticos en decepcionar”. Conviene -sostenía Innerarity- que nos vayamos haciendo a la idea de que la política es fundamentalmente un aprendizaje de la decepción; el evidente desafecto ciudadano hacia los políticos, creciente en estos tiempos, no es a la democracia, sino a la corrupción y a la escasa dignidad que muchos de ellos muestran con sus cambiantes e interesadas decisiones. Ningún ciudadano debería votar a un político ni a un partido que no le conste fehacientemente que es honesto, leal, sincero y coherente, porque si algo define al político honesto es por la verdad de su palabra, su dignidad y su ética gestión. Recuerdo haber escrito, utilizando una cita de un libro de un magnífico poeta y escritor y buen amigo, Adolfo Yáñez, titulado “Palabras que no lleva el viento, reflexiones laicas”, alguna idea sobre qué es la dignidad: “una actitud interior que acaba aflorando fuera de nosotros y convirtiéndose en compromiso de respeto hacia uno mismo y hacia los demás...; ni se vende ni se exhibe ni se publicita, pero se nota, se percibe y se palpa… Hay falsas dignidades que, por desgracia, a veces se ganan incluso a base de indignidades, pues nunca faltan los que, sin respetarse lo más mínimo, se hallan dispuestos a realizar cualquier cosa con tal de que sus conciudadanos les admiren…”

Hay dos ejemplos en estos días que hacen patente la escasa dignidad con la que actúan algunos políticos, traicionando la lealtad de las convicciones que antaño predicaban; son esos extraños viajes cuyo cambio de acera es siempre en beneficio personal, sobre todo, económico o de poder, o de ambas cosas: uno, el anteriormente citado Joaquín Leguina, que si algo ha sido, se lo debe a un partido, el socialista, que hoy traiciona entregándose por un buen puñado de euros a la manipuladora y engolada lideresa popular de Madrid, Díaz Ayuso; cuando no hay convicciones, qué fácil es justificar la deslealtad: toda su convicción y lealtad al “socialismo” se ha esfumado en cuanto ha desaparecido su protagonismo en el escenario del PSOE; Leguina es el ejemplo de político que arrastra al desprecio de las instituciones, con el resultado del deterioro ineludible de nuestra democracia; el otro ejemplo, Juan Carlos Girauta, que de joven militante en el maoísta Partido del Trabajo de España, ha protagonizado una vertiginosa transformación pasando a ser militante del PSC, después al PP, más tarde a Ciudadanos y ahora, candidato como tercero de la lista de VOX a la próximas elecciones europeas. Algo va mal si en política el oportunismo interesado se antepone a la dignidad y a la lealtad; y está claro que tanto Madrid como VOX, sí pagan, y generosamente, a traidores.

A quienes nos acercamos a la política con mente crítica, nos producen rechazo democrático esta frívola y banal deslealtad; después de lo vivido en el PSOE y lo bien que le ha ido, sospechamos que, por mucho que quiera justificarlo, la votación de Leguina a Ayuso y su incorporación al suculento cargo ofrecido son consecuencia de su deslealtad y traición a su ex partido y a su falta de dignidad, su incoherencia ética, su ambición y su ansia de poder. Lo leal, lo digno, lo coherente hubiese sido, desde el silencio y la ayuda reflexiva colaborar a mejorar su antiguo partido y desde “sus convicciones”, sin “sillones ni mamandurrias”, continuar luchando por aquello que dijo creer. La dignidad consiste en una actitud interior que, inevitablemente, acaba aflorando fuera de nosotros, convirtiéndose en compromiso de respeto hacia uno mismo y hacia los demás. La dignidad no se vende ni se exhibe ni se publicita, pero se nota, se percibe y se palpa. La verdadera dignidad se lleva clavada en el alma y no escrita en pergaminos ni en títulos ni en membretes ni en credenciales, como afirma el escritor Adolfo Yáñez. 

Un partido no es un fin, es un camino, un instrumento de cambio. No implica tener que abrazar dogmáticamente todas sus creencias. Es incoherente y desleal rechazar todo por no compartir una parte; tal actitud desvela ligereza inmadura o rabieta política, a no ser que esconda intereses inconfesables. Toda decisión que implica un cambio de 180 grados, de proyectos diferentes y encontrados, exigen reflexión y tiempo; su voto al Partido Popular da que pensar y su justificación, poco creíble. Acertaba Alexis de Tocqueville, el político e historiador francés, precursor de la sociología clásica al afirmar que “en la medida en que el pasado ha dejado de arrojar luz sobre el futuro, la mente del hombre vaga en la oscuridad”.

La persona desleal no es de fiar; si deja apagar la llama de la lealtad es difícil que la vuelva a encender; no es arriesgado pensar que la traicionará de nuevo. Cuando las miserias morales asolan a un país, qué difícil es distinguir la verdad de la mentira, la sinceridad de la ambición de poder, el servir a la sociedad de servirse de ella, trabajar para el país o servirse de él. De ahí que sea pertinente que los políticos sepan lo que los ciudadanos pensamos de ellos y les digamos aquello que opinamos de su conducta -no personal- sino ética y de su gestión política. Decirles la verdad de lo que opinamos es nuestra obligación y responsabilidad ciudadanas. No se puede abandonar la lucha del compromiso antes de iniciarla, esa es la responsabilidad del “oficio de vivir”, como escribió Pavese en su diario: “Vivir es un oficio y nadie nos lo enseña”. Quien tiene convicciones debe convivir con ellas, pues si las traiciona, ¿qué le queda?; esta actitud solo beneficia a los que viven “para sí” y no “para los demás”, pues no hay “un nosotros” sin “los otros”. Hay que empezar por dar a nuestra democracia el sentido de cambio y progreso que prometieron aquellos políticos que se presentan a unas elecciones. No podemos aceptar promesas que no se conviertan en realidades ni propuestas que no sean para proteger los derechos ciudadanos, si no asumen que los problemas de los ciudadanos son también “sus problemas”.

Apariencia y realidad, ser y parecer, forman acaso la pareja conceptual más convocada en la historia de la filosofía, desde sus inicios hasta el presente. Analizando cómo gestiona la presidencia de la Comunidad la señora Díaz Ayuso, su conducta es un brillante espejo en el que podemos observar los tópicos con los que en sus intervenciones aborda e interpreta la realidad. En la vida política existe una categoría de personas que, conscientes de sus carencias, no las contemplan como faltas, sino más bien como éxitos, con el fin de prosperar en ese incierto itinerario que es subir en el escalafón del poder. No son lo que aparentan. 

Inspirado en la vida de Cyrano de Bergerac, peculiar escritor y filósofo gascón del siglo XVII, este drama de capa y espada, pleno de romanticismo, de Edmond Rostand obtuvo durante su estreno en 1897 un éxito clamoroso. El protagonista, espadachín temible, polemista violento, brillantemente locuaz y celebre por su desproporcionada nariz, oculta una pasión avasalladora por su prima Roxana, que a su vez está enamorada de Christian, un guapo cadete carente de ingenio. Mediante un pacto, Cyrano, enajenado por un juego que lo embriaga y angustia, hace intensas declaraciones de amor a su inalcanzable Roxana a través de su rival. Toda la comedia está basada en la dialéctica entre “ser” y “aparentar”. Cyrano, consciente de su escasa apostura y su gran nariz pone a disposición de su apuesto rival, conocedor de su mísera elocuencia, la fuerza sobrecogedora de sus versos. Toda la fuerza de la obra se manifiesta en la famosa escena en la que Roxana escucha en su balcón la declaración de amor de Christian, pronunciada por Cyrano, oculto entre las sombras. Roxana, arrebatada por la profunda dulzura de la poesía, se enamora de Christian, creyendo que él es el autor de aquellas dulces palabras. Esta escena es un claro ejemplo de que una cosa es ser y otra aparentar. Y, desde mi opinión, representa el engaño al que permanentemente nos somete la señora Ayuso, carente de discurso sensato y veraz si no lee lo que dice, y lo que dice, se lo escribe en la sombra esa persona sin honor y despreciable, de cuyo nombre no quiero acordarme, conocido por MAR. Ambos, MAR y Ayuso, que sí son capaces de pagar a traidores, constituyen una realidad carente de ética política, enfrentada de continuo contra La Moncloa y el Presidente, y situada en el plano de las mentiras sistemáticas. Con dinero se puede comprar casi todo, pero no la dignidad.

Pocos ciudadanos ignoran lo que significa ser un “oportunista político”: persona voluble y cambiante en cuanto a criterio y posiciones políticas. El oportunista político abandona, mejorando su estatus y siempre justificándose, posiciones, actitudes, valores, concepciones políticas e ideológicas; su opuesto es aquel que mantiene una sólida consistencia política-ideológica, firme e invariable que, aún en situaciones tremendamente difíciles, muestra una actitud inclaudicable sin poner en riesgo la defensa de sus valores y principios. Sostenía Francis Bacon que “el cumplimiento de las promesas que se hicieron vale más que la elocuencia con las que se prometieron”. Si se quiere hacer creíble la política, no se puede defraudar a aquellos que, porque se han fiado de ti, te han dado su voto. Decía Albert Einstein que sólo es digna de ser vivida la vida que se vive para los otros. Pero Díaz Ayuso y MAR, sólo viven para medrar ellos y, eso sí, “pagando a oportunistas políticos y a traidores”.

Siempre se admira a las personas que dicen lo que piensan, pero, sobre todo, que hacen lo que dicen. Contemplando al partido que le abrió puertas y que tantas oportunidades le brindó, con su voto a la señora Ayuso y la sumisa pero bien pagada aceptación de esta “mamandurria de más de 100.000 euros”, señor Leguina, en esta complicada primavera que hemos iniciado, ¿dónde quedan la lealtad, la dignidad y sus convicciones? En el traidor baúl de los recuerdos.

Madrid sí paga a “traidores”