sábado. 27.04.2024
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Álvaro Gonda Romano | 

Una historia a medio camino ilumina diferentes facetas de la vida de Enzo Ferrari; salpicón de breves detalles, entronca en la batalla por el éxito poblada de sacrificios humanos. Esfuerzos por sostener situaciones del presente y del pasado involucran cuestiones de diversa índole; incluyen, tanto aspectos afectivo-legales, como intentos por sostener un prestigio sustentado en el poder económico.

El biopic, dirigido por Michael Mann, se interesa en la particularidad del conflictivo vínculo que sostiene el matrimonio Ferrari. Adam Driver y Penélope Cruz interpretan a Enzo y Laura, una pareja que, ásperas diferencias mediante, sabe convivir en medio de agresiones cotidianas sin empañar las relaciones empresariales. La defensa de la empresa se esgrime en la más absoluta confianza, los problemas de alcoba son reconocidos, aunque absorbidos por lógicas ocultas que destacan la fidelidad en sentido amplio.

Ferrari es un individuo taciturno, preocupado por sostener el tambaleante éxito de su marca. Intentará conseguir los mejores pilotos para acceder a la gloria que posibilite el aumento en sus ventas; asociarse a otras corporaciones será alternativa financiera ante el posible “desastre”. Un hijo no reconocido será motivo de disputa en medio de esta historia.

El filme no colma las expectativas de lo que podría haber sido un desarrollo completo y unitario; se reparte en datos que, en su contemporaneidad, ilustran una naturalizada vida de presiones; gajes del oficio. Más allá de juicios de valor, presenciamos el reconocimiento a una figura emblemática del automovilismo.

Buena parte del filme es eso, interminable crisis matrimonial en el contexto de un negocio

Y es que, Enzo Ferrari hace honor a una reserva que no es tal; Laura conocerá sus procederes; aceptará, a regañadientes, el caos emocional que involucra modos de “amar” y sacrificios. Vínculo sobrecargado de muerte silenciosa, avatares de la vida, luz intermitente que, en su parpadeo, ubica zonas no sepultadas de la memoria. El recuerdo agoniza entre sentimientos explosivos que ruedan tras rencores multiplicadores del dolor y la miseria. Buena parte del filme es eso, interminable crisis matrimonial en el contexto de un negocio.

No es una cinta de carreras, la competencia funciona como marco transgresor que rivaliza a manera de metáfora. Los conyugues explayan su problemática con poco margen de detalle; nivelan la apariencia para apropiarse del nudo en cuestión.

Los automóviles servirán a la caracterización de un vínculo y a la puesta en entredicho de valores morales aquietados por las reglas de la industria. Los pilotos y el público mueren como moscas, todo tiene solución, los accidentes son solo eso, accidentes; el filme nunca cuestiona, señala lo propio de una época, de un sistema legal que responsabiliza las decisiones de las víctimas. En el universo de Enzo Ferrari, algunos decesos parecen valer más que otros, algunos nacimientos también.

El vértigo es ausente en el ritmo de una narración despojada de sutilezas, el montaje establece un relato paralelo que desarticula la tensión; al final, ni chicha ni limonada, solo queda el templado carácter de una Laura Ferrari impecablemente interpretada por Penélope Cruz. Señora de modos agresivos, esconde la comprensión propia de una esposa que, en el fondo, quiere a su marido tal como es.

Saldrán del cine defraudados quienes pretendan una cinta que compita con Le Mans 66 (James Mangold, 2019); si la aspiración de Michael Mann fue esa, pues el fracaso es rotundo; prefiero pensar que no. La película apela a momentos de circuito de breve explotación emocional, no cumplen los requisitos básicos para un cine de género.

La discordancia alinea el relato a cuestiones propias de la vida privada. La adrenalina está ausente, lo espectacular se desentiende del rugir de los motores, se desintegra en un montaje funcional al drama de poca monta que representa. El desplazamiento revierte expectativas, la trama prioriza lo familiar.

Los planos subjetivos, a bordo de los coches, son tan escasos como breves, alternan con planos generales de competencias que articulan el relato paralelo con la vida familiar. Los accidentes son anécdotas, hacen avanzar la historia. Es la distinción de una moral aplicada a cuestiones donde la competencia automovilística todo lo justifica.

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Transcurre el año 1957, los 10 años de la fábrica Ferrari se compaginan en una vida de críticos senderos que pronto aspiran a colisionar. Las turbulencias reales se desatan dentro del matrimonio, el foco se traslada de la competencia a la pareja, unidad tácita que oficia de contraste.  Pero, lo que denota cierta torpeza es el modo, la manera como Mann intenta relacionar contenidos de diferente naturaleza. Los paralelos se vuelven abruptos, empujan al espectador hacia conexiones forzadas. La prepotencia se activa en el trasiego de la respuesta, las relaciones se lavan en superficialidades que denotan la ausencia de perfiles profundos. Lo más interesante es el personaje de Laura; aparece para destapar el clima de tensión y combate.

En suma, una película menor que no alcanza a colmar las expectativas generadas por la publicidad y los antecedentes del realizador. No cumple con el tono de lo que por momentos pretende; se pierde en el llano con algunos picos que no alcanzan a extraerla de un panorama chato: carente de acción y recursos dramáticos.

'Ferrari': amores empresariales