A efectos socio-electorales, puede decirse que hay tres Américas: la que vota con gran estabilidad a los republicanos, la que suele decantarse por los demócratas y la que se queda en casa.
Grupos de la extrema derecha racista proclaman abiertamente su intención de no permitir la derrota de Trump; o, como ellos dicen, combatir el supuesto fraude para impedir un segundo mandato.
El desesperado intento por revertir el pulso de las encuestas sugieren un estado mental paranoico incompatible con la función que supuestamente ejerce el presidente norteamericano.
La evolución demográfica empuja al Partido Demócrata hacia la izquierda. El consenso centrista se ha debilitado. Los republicanos lo han hecho trizas, pero no ahora, con Trump, sino desde el canto…
Al comandante en jefe le da hasta cierto punto igual que le vuelvan la espalda viejas glorias del generalato o se le pongan de perfil en los cuartos de banderas.
Como en otras elecciones norteamericanas, la participación será decisiva. El hartazgo de Trump puede empujar al electorado demócrata a implicarse este año y no repetir el inmenso error de 2016.