viernes. 19.04.2024

Ame-onna

Esta nueva normalidad no tiene pinta de ser nueva, ni normal

Tengo el privilegio de un patio pequeño. Es un refugio verde en medio del espacio asolado y semidesértico en que vivo; algunos olivos y campos de cereal dulcifican en parcelas insuficientes esta geografía de conejos perplejos ante los faros de los pocos coches que atraviesan la autopista de peaje. La otra autopista, la común, discurre entre un polígono y el siguiente, entre una gasolinera y la siguiente, subiendo y bajando, tórrida o helada según la estación.

En este patio pequeño hemos celebrado dos cumpleaños familiares en espacio de un mes; por eso y por el airecito de estas horas nocturnas, y por los días de confinamiento menos estricto en este trocito de libertad vigilada es por lo que digo que es un privilegio. Reconozco que estas reuniones, pocas y nada multitudinarias, son un bálsamo después de tantas semanas sin más contacto que la pantalla del teléfono. Y sin embargo…

No me siento reflejada en el entusiasmo de las terrazas, en la ligereza de los viajes vacacionales, en los ejercicios necesarios de reactivación económica. Continuamente leo la noticia de brotes de covid-19, pienso en los familiares mayores cuya compañía aún atesoro, en dosis pequeñas y prudentes ahora, y me siento como en esos instantes de Matrix en que los errores de código producen la extrañeza de vivir sobre una falla de la realidad. El sol sale, el planeta gira, los amigos se van de cañas…; todo eso me parece ajeno. Salir de casa me resulta desagradable si no es para estar en espacios muy controlados, e incluso esos espacios me resultan inquietantes. Miro las paredes de ladrillo de mi patio y me reconforta sentirme separada del mundo; monto en mi coche como en una burbuja; planifico el comienzo de mi trabajo presencial en septiembre con las emociones en suspenso.

Siento el miedo preventivo que produce haber sufrido la pérdida de refilón, en muchos sentidos, mientras se espera que la probabilidad estadística, inevitablemente, haga cenizas la esperanza de ver pasar de largo la muerte propia o cercana, el definitivo descalabro económico propio o cercano.

Me gustaría que la dimensión de mis preocupaciones fuera de nuevo abarcable y solo consigo anestesiar la inquietud; trato de no pensar a largo plazo; enfoco los problemas en pedacitos; juego con mi hijo; a veces veo una película, escucho la radio, coso, leo a ratos;hago ejercicio como quien se purga; converso con mi compañero de vida para celebrarnos;me centro en dibujar para ser solo dos ojos y una mano sobre la línea, como un ancla en esta deriva.

Hace un calor seco estos días, pero no necesito mirarme al espejo para darme cuenta de que soy como Ame-onna, ese personaje femenino de la cultura japonesa que parece traer la lluvia consigo. Será miedo, o angustia, o tristeza, pero me siento llover.

Usen la mascarilla, lávense las manos, mantengan la distancia de seguridad. Por favor. Esta nueva normalidad no tiene pinta de ser nueva, ni normal.

Ame-onna