jueves. 28.03.2024

Tirando de la alfombra

mascarilla

Por Conchi González | Resulta que debajo de la alfombra había un bulto, de esos que al tropezar con él te preguntas cómo ha podido estar eso ahí sin tú notarlo todo este tiempo, aunque, claro, tú antes no parabas en casa. Así que, como te sobraba tiempo hasta que dieran las ocho de la tarde para salir a aplaudir al balcón, te dio por tirar de la alfombra. Debajo de ella apareció todo aquello que habías ido barriendo estos años a toda prisa para salir del paso, en ese huir hacia adelante del que somos tan expertos como en opinar sobre pandemias. Debajo de la alfombra estaban esos horarios de trabajo interminables y aquel cumpleaños de tu hijo que te perdiste, aquella mirada de tu abuelo esperando una visita siempre aplazada o aquel curso que dejaste porque no habías llegado a clase desde el curro, quién te hubiera dado entonces una plataforma como ZOOM. Estaba también ese día que te viniste arriba y pediste unas horas de teletrabajo a la semana que nunca llegaron, o ese D.N.I. electrónico que dejaste en el fondo de algún cajón, la de colas ante la Administración que te podría haber evitado. Ahí estaban también tus padres volviendo a ejercer de padres con tus hijos, sin contarte que ya tenían ese viaje a Benidorm con el IMSERSO, pero, qué más da, ya habrá más veces… o no. Eso aprendimos de ésta, que no siempre hay más veces para todo, que los abuelos no siempre van a estar ahí, tirando de nosotros en cada crisis económica, cubriendo un papel que debería cumplir el Estado. Y si mirásemos nuestra ciudad desde fuera, tal vez veríamos a través de sus ventanas a más gente tirando de sus alfombras y mirando debajo, mirándose por dentro, cuestionándose si de verdad quieren volver a eso que llamábamos normalidad.

En esta nueva normalidad parece que todo ha cambiado para volver a seguir igual. Los balcones ahora casi cotizan en Bolsa, pero seguimos sin replantearnos nuestro modelo de edificación y de urbanismo, en el que las personas deberían estar en el centro de todo. Los peatones y ciclistas hemos vuelto a perder esos espacios públicos que ganamos al tráfico durante la cuarentena. Y eso que vimos que no era tan difícil ni tan costoso hacer un carril bici o peatonal en plena ciudad, tan sólo un poco de pintura y bastante voluntad política. Convertimos al coche en un EPI., en un equipo de protección individual, demonizando al transporte público sin buscarle alternativas. Nos hartamos de pizzas y de snacks durante el confinamiento, por lo que los envases en el cubo de la basura crecieron exponencialmente y, al mismo tiempo, mucha gente dejó de separar residuos y reciclar, por miedo a acercarse a los contendedores. Ésas y otras facturas nos están pasando el virus, además de esas mascarillas que ya están llegando a los océanos, como si no tuviéramos bastante con los microplásticos pasando a nuestra cadena alimentaria. Y esos héroes de bata verde que dejaron de serlo, ya no interesan cuando no les renuevan sus contratos temporales y vuelven a ser humanos con hipotecas, como Superman cuando se quitaba las gafas para volver a ser el tímido Clark Kent.

Y si subimos un poco más, si miramos el mundo desde allá arriba, quizás a estas horas también haya alguien en un despacho de la Organización Mundial de la Salud o en el Fondo Monetario Internacional tirando de su alfombra, mirándose por dentro, cuestionándose cosas. Tal vez se pregunte si no debería hacerse ahora otro Bretton Woods, aquella Conferencia que en el verano de 1944 preparó el nuevo orden financiero y comercial mundial para cuando acabara la Segunda Guerra Mundial. En esa Conferencia se impuso Estados Unidos, nació el Fondo Monetario Internacional y el precedente del actual Banco Mundial, pero, sobre todo, hubo una lucha de titanes entre economistas: White contra Keynes, como en un ring de boxeo intelectual. Sería interesante hoy un nuevo Bretton Woods en el que fueran escuchados los nuevos gurús de la economía progresista como J. Stiglitz, P. Krugman o T. Piketty, plantando cara a un Donald Trump que no estaría entendiendo nada de lo que le dicen, mientras mira de reojo al representante de China.

O tal vez en Bruselas deberían también tirar de las alfombras de sus despachos, mirarse por dentro y preguntarse qué recordarán de la Covid-19 los niños italianos cuando sean adultos. Tal vez recuerden a un señor chino que llegó a Roma con un avión cargado de mascarillas y respiradores, cuando sus tacaños vecinos europeos del Norte les negaron su ayuda y dejaron caer que los abuelos debían morir en casa. La anterior generación de italianos creció con la imagen de un soldado norteamericano en su Jeep liberando Italia de los nazis, cómo cambian los tiempos. Pequeñas señales de que el orden mundial ya ha cambiado, la Covid ha acelerado procesos de cambio que ya estaban en marcha y, como dijo Josep Borrell, a los europeístas nos va a tocar hacer mucha pedagogía en los próximos años para poder explicar todo lo que la Unión Europea ha hecho por la gente tanto en tiempos de paz como en tiempos de pandemia. Todo comienza con un pequeño acto, levantando tu alfombra.

Tirando de la alfombra