jueves. 28.03.2024

Un futuro incierto sin diálogo

urnas

Por Víctor Manuel Cabrera Angulo | Hay una pregunta que flota en el ambiente y que es especialmente relevante ahora mismo.

¿Realmente el voto del ciudadano tiene algún valor? Es una pregunta que hoy por hoy me hago a diario. Nuestra clase política se pasa semanas solicitando que acudamos a las urnas a votar, porque es nuestra obligación si queremos cambiar las cosas. Pero, ¿realmente conseguimos cambiar algo cuando ejercemos nuestro derecho al voto?

Creo que hoy por hoy, el efecto del voto del ciudadano está causando un atasco socio-económico importante, ya que la polaridad del voto es cambiante y lo preocupante es que dicha polarización no se produce porque el ciudadano entienda al político al que vota, sino que el voto se está produciendo por sensaciones o impresiones. Creo que el ciudadano está acudiendo a las urnas distribuyendo el voto por diferentes razones: programa político, afinidad con el representante del partido político, sentimiento de frustración o enfado, sensibilidades varias, costumbrismo.

El porcentaje del voto que se dirige a un programa político que beneficie la convivencia y mejore la realidad que vivimos hoy por hoy se ha sesgado por la irracionalidad del pensamiento y el sentir

El porcentaje del voto que se dirige a un programa político que beneficie la convivencia y mejore la realidad que vivimos hoy por hoy se ha sesgado por la irracionalidad del pensamiento y el sentir.

El ciudadano que acude a votar ya no pone su pensamiento en una realidad lógica acerca de cómo este político/a va a cambiar esto o esto otro, y quién tiene la culpa de esta situación. Desafortunadamente, nuestra clase política ha perdido algo inmensamente importante, y no es otra cosa que la capacidad de hacer llegar su mensaje a la sociedad, la didáctica de la política ha dejado paso a un irrefrenable frenesí del y tu más…

Y se preguntarán ¿más que?, pues más egocentrismo, más ideología barata sin sentido y sin respuestas, más ataques cruzados, más preocupación por destruir al enemigo que por ver una realidad de la que se han alejado paulatinamente con el paso de los años, y, sobre todo, de los problemas del ciudadano.

Recorren ciudades y pueblos realizando mítines, acuden a televisión para debatir, son entrevistados pero, ¿alguna vez los han visto hablando con los ciudadanos, reunidos con los ciudadanos, en charlas distendidas, con ánimo receptivo y dialogante? Yo no lo recuerdo y eso es preocupante.

Esta es una de las razones que explican el alejamiento de la ciudadanía de la clase política, el desapego generalizado de estos últimos de sus vecinos y convecinos.

¿Cuándo fue la última vez que usted recuerda haber visto a la persona que eligió hablando con usted? Me atrevería a decir que nunca, porque han olvidado algo tremendamente importante y relevante para que las cosas cambien de verdad: ver y escuchar.

Pararse a mirar a su alrededor y hacer escucha activa, algo tan sencillo y simple que es incomprensible que hayan dejado de hacerlo. Han pasado al modo ataque, al modo destructivo, al modo ególatra, en el que sólo importan las ideologías propias y llegar a ocupar cargos, han dejado de lado la relevancia de los problemas por un deseo de poder irrefrenable que les hace olvidar el sufrimiento y desazón que muchos ciudadanos sufren.

Eso lleva a promesas vacías, a desdecirse constantemente, y a incumplir aquello que prometen con tanta facilidad. Parece alarmante que nuestra clase política no tenga principios ni lealtad al ciudadano.

Sólo hemos de ver cómo un debate en el congreso de los diputados ha pasado de ser eso un debate a una batalla dialéctica de despropósitos infundados y un sinsentido vacío que no lleva a nada consecuente sin dar respuesta a los problemas reales de una sociedad democrática que se está radicalizando a pasos de gigante por el descrédito acelerado que nuestros políticos están consiguiendo que impere en la sociedad.

De una democracia moderada y centralizada estamos pasando sin darnos cuenta a los extremos más radicales, dando pie a una inestabilidad que pasará factura antes o después.

¿Cómo podemos conseguir que cambien, hacerles reflexionar y darse cuenta de una realidad de la que se han abstraído hace mucho tiempo? Es un propósito que hoy por hoy es una utopía más que un reto posible.

La clave está en algo que se ha olvidado: diálogo. Pero para que este se lleve a término ha de dejarse de lado la ideología más exacerbada y el egocentrismo principesco en el que muchos se han instalado.

El diálogo abierto, debe contener sólo una cosa, el cómo y cuándo resolver cada problemática, abordada sólo desde un prisma: el bienestar del ciudadano y la mejora de la calidad de vida, pero esto no será posible mientras cada palabra, cada frase, cada disertación esté mediatizada por una falsa realidad ideológica auspiciada por una ineficaz necesidad de complacer a un electorado que según dicen les ha votado para defender una ideología cuando la realidad es tan lejana como que el voto emitido tiene por objeto la solución a problemas del tipo: vivienda, empobrecimiento, trabajo digno, etc…

Hay una realidad palpable, y no es otra que esta sociedad pide a gritos de una vez por todas que nuestros políticos se liberen del yugo del encorsetamiento ideológico y moral, bajen de sus pedestales y se sienten a entenderse, porque están condenados a entenderse o sino nos relegarán a un ilimitado proceso electoral sin fin.

Sin entendimiento pasaremos por las urnas una y otra vez, hasta que nos obliguen a diseccionar nuestros pensamientos y plasmarlos en una sola realidad política, dicho de otra forma, si no otorgamos una mayoría absoluta no tenemos forma de que nos den soluciones.

Ahora bien, ¿por qué la única solución es darle la razón a unos u a otros? ¿por qué hemos de destruir la base de la democracia, el diálogo, sólo porque nuestros políticos sean incapaces de dejar de lado los absurdos vetos, los ataques sin sentido que protagonizan para obtener unos pocos votos?

Es esto un fiel reflejo de una realidad social mediatizada por el sensacionalismo y la prensa rosa. Realmente el ciudadano ha llegado a un nivel tan primitivo que se conforma con un show y el que más le divierte o es más agresivo obtiene el premio. Me niego a pensar que hemos llegado a un nivel tan básico. Prefiero creer que aún vivimos en una sociedad con una democracia del más alto nivel. Sólo falta que la clase política se de cuenta que en lugar de una guerra deben firmar la paz y unir sus fuerzas para darle un futuro a una sociedad decrépita en sí misma, autodestructiva por la sinrazón y los problemas que la asedian a diario.

La esperanza de que en algún momento se den cuenta que no tienen que luchar por un gobierno sino relevarse en una carrera de fondo, que dura un sinfín de vidas y que les obliga a estar ahí siempre para ayudar a que sus hijos y nuestros hijos tengan un verdadero futuro.

Un futuro incierto sin diálogo