jueves. 18.04.2024

Bella Ciao

manifestacion antifascista italia
Manifestacion antifascista en Italia. (Imagen de archivo).

Por Conchy González | Ni el partisano es un queso italiano ni la canción Bella Ciao se la inventaron los de Netflix para la serie La casa de papel, aunque últimamente lo parece. Hoy todo se instagramea y se trivializa por un puñado de likes, incluso algo tan serio como fue la lucha contra el fascismo  “Que si yo muero, entiérrame a la sombra de una bella flor y la gente al pasar me dirá qué bella flor, esta es la flor del partisano muerto por la libertad...”. Algo así de hermoso viene a decir en italiano el Bella Ciao, la canción de la resistencia partisana contra el fascismo de Mussolini, cantada cuando en Italia se vivía una auténtica guerra civil, aunque muchos sigan negándose a llamarla así.

En julio de 1943 el fascismo había sido derrotado en Italia, o eso creían. Mussolini, el Duce, había sido detenido y encarcelado con sus altos mandos, se clausuraron las sedes de su partido y los símbolos fascistas empezaron a ser eliminados. Pero, solo dos meses después, el Duce era liberado por los nazis en una rocambolesca fuga al puro estilo Hollywood. Le llevaron a Berlín ante Hitler y luego lo portaron de vuelta al Norte de Italia para crear allí un Estado fascista italiano bajo el control de los nazis, un auténtico reino del terror conocido como República de Saló (Saló, cerca del lago de Como, era la capital de ese nuevo Estado, en vez de Roma). Mientras, el Sur de Italia había sido liberado y controlado por los Aliados. El país quedó así dividido en dos mitades ideológicas antagónicas, cada una defendida por su propio ejército y con el apoyo de potencias extranjeras, luchando entre ellas hasta que en abril de 1945 los partisanos detuvieron y ejecutaron a Mussolini en Milán, como recuerda aquella mítica y escabrosa fotografía del Duce y su amante colgados en la plaza, antes de ser linchados por una multitud sedienta de venganza. Habían sido dos años de terror, de deportaciones de italianos a los campos de exterminio nazis, de matanzas masivas de civiles a manos no solo de los nazis sino, lo que era peor, con colaboración de los propios italianos fascistas.

Uno de esos partisanos resumió en pocas palabras su filosofía de resistencia contra el fascismo: “Arrendersi o perire” (rendirse o morir, no había otra opción). Ese partisano se llamaba Alessandro, Sandro Pertini, el que años después llegaría a ser presidente de la República Italiana y al que muchos recordamos como el adorable abuelete que abrochaba y desabrochaba nervioso su chaqueta en la final del Mundial de fútbol de España´82. Sandro había visto y vivido cosas tremendas y, sin embargo, ya se sabe, el fútbol es así.

Sandro había visto incluso cómo su país le volvía la espalda a ese pasado que no quería ser recordado por vergüenza. Tras la guerra, comenzaron los procesos judiciales para depurar las responsabilidades de los alemanes y de los fascistas italianos en las matanzas de civiles de la República de Saló. Sin embargo, el proceso de investigación quedó paralizado recién comenzada la Guerra fría, alegándose motivos de Estado pues las sentencias condenatorias de altos mandos alemanes podían poner en peligro las relaciones con Alemania en ese momento. El asunto quedó dormido hasta que en 1994 un periodista despertó las conciencias al encontrar documentación secreta de los crímenes de guerra fascistas en Italia durante la Segunda Guerra Mundial, según esos documentos fueron asesinados unos 15.000 civiles italianos, muchos de ellos eran niños. Esa documentación estaba escondida en un armario en los sótanos de la Fiscalía Militar de Roma. El armario estaba sellado y vuelto contra la pared, como avergonzado de su propio contenido y se le conoce como el Armario de la Vergüenza, silenciado durante décadas por distintos Gobiernos. Hoy se puede tener acceso a esa documentación desde la página web del Parlamento Italiano, fue una de las últimas medidas de la era Renzi antes de la llegada de Salvini y su tropa.

De ese armario de la vergüenza salió un nuevo proceso judicial en el año 2004 contra antiguos mandos de las SS nazis, los cuales fueron condenados a cadena perpetua por la matanza de Santa Anna de Stazzema (Toscana) en la que murieron 560 civiles, de los cuales 120 eran niños. Los nazis, aplicando su técnica habitual de tierra quemada, con la colaboración de fascistas italianos, quemaban los cuerpos de las víctimas y arrasaban zonas enteras de población cercanas a los partisanos, como represalia.

Detrás del canto del partisano hay mucho dolor, un dolor escondido, un dolor que a veces se olvida al tararear la pegadiza melodía del Bella Ciao

Así que detrás del canto del partisano hay mucho dolor, un dolor escondido como estaba ese armario, un dolor que a veces se olvida al tararear la pegadiza melodía del Bella Ciao. Matteo Salvini no creo que la cante, es más, haciendo un juego de palabras, Salvini me pega más diciendo un Ciao, bella!/hola, guapa!, en plan macarra de playa, siempre negando que existiera el dolor de los partisanos como su amigo Le Pen negó los campos de exterminio nazis. Pero lo que Salvini no niega, en cambio, es el eje Norte-Sur que dejó la República de Saló, sabe aprovecharse de esos odios ancestrales entre terroni (sureños) y polentoni (norteños) que despierta casi a diario a golpe de Instagram, del mismo modo que su amigo Trump remueve a golpe de tweets las aguas nunca mansas del supremacismo sureño.

Salvini es, en definitiva, un doble caballo de Troya, intentando entrar con apariencia democrática en las instituciones tanto italianas como europeas para luego destruirlas desde dentro. Si Salvini leyera a los clásicos, recordaría que del caballo de Troya desconfió un troyano llamado Laocoonte pero éste, cuando iba a demostrar el engaño del caballo de los griegos, fue atacado por unas serpientes que enviaron los dioses. Puede que Salvini no tenga tanta suerte, puede que haya más Laocoontes esta vez.

Bella Ciao