viernes. 29.03.2024

Padres putativos, propietarios y custodios

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Campaña de HazteOir. Imagen de archivo

Hay que reconocer que la primera metedura conceptual fue la de Isabel Celaá cuando dijo con su abrupta sintaxis: “no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres".

A mí me habría gustado que precisara cuáles eran esas maneras de pensar a las que se refería, pero no lo hizo. Menos mal que Pablo Casado que, al parecer, sí las sabía, concretó una de esas maneras diciendo que "mis hijos son míos y no del Estado, y lucharé para que este Gobierno radical y sectario no imponga a los padres cómo tenemos que educar a nuestros niños. Saquen sus manos de nuestras familias.” Luego, vendría Santiago Abascal quien completaría dicho berrinche: “¡Claro! Nuestros hijos pertenecen al Estado, o peor aún: al PSOE o a Podemos. Pretenden arrebatar a las familias la patria potestad sobre los hijos. Este es un gobierno de perturbados y totalitarios”.

Lo mejor que podría hacer el Gobierno es cortar de cuajo el cordón umbilical que lo ata al Concordato con la santa Sede

Menos mal que intervino su Santidad, el papa Francisco, añadiendo su manera particular de entender la cuestión: “los padres son los custodios de sus hijos” y que era lo que nos faltaba por escuchar, al menos si se repara en lo que de dicha palabra señalan los etimologistas. Custodio deriva del latín custos, custodis, con el significado de guardián, es decir, el que protege y da abrigo. El adjetivo oscuro, con el significado de no visible, deriva de idéntica raíz; también cutis, piel, lo que recubre; cunnus, que es el pubis de la mujer, o sea, el sexo cubierto, bien de vello o por los labios mayores, y que en latín vulgar alterna con connus, es decir, coño.

Visto lo cual, habría sido mejor que el papa se hubiese mantenido callado en los herrajes del silencio protector o, sencillamente, haberse limitado a decir que todos somos hijos de Dios, aunque los obispos un poco más que los demás. O haber recordado que san José fue padre putativo de Jesús y, ya ven, hasta dónde llegó el muchacho de Nazaret.

En cualquier caso, ¿qué problemas prácticos hay al declarar que los padres sean padres putativos, custodios o propietarios de sus hijos? Declarar que los hijos son propiedad privada de los padres o del Estado no evitará que tanto los padres como el Estado se comporten con ellos como adultos autoritarios, despóticos, arbitrarios y opresores. Y estaría bien que ni unos ni otros les pusieran las manos encima, ¿verdad?

¿Quién, que no sea un ingenuo o un cínico como Casado o Abascal, puede obviar que tanto los padres como el Estado quieren tanto a los niños que median tanto en sus vidas que los convierten en medio de sus fines?

Todo sistema familiar y estatal ha instrumentado la infancia y la adolescencia en beneficio propio. El franquismo, al alimón con el nacionalcatolicismo, convirtió la infancia en un despojo, manipulando e instrumentando su cuerpo y su inteligencia en beneficio de un proyecto de un Estado totalitario y fascista.

Los hijos son propiedad de los padres. Claro que sí. ¿Y del PSOE y de Podemos? ¿Por qué no? Ya es sintomático que los voceras políticos de la derecha oigan una y otra vez decir en boca de la Iglesia que “todos somos hijos de Dios” y se queden tan felices, pero, en cambio, si se dice que todos somos hijos del Estado, se rasgan las vestiduras. ¿Lo harían si se dijera que todos somos hijos de España?

Afirmar que somos hijos de Dios o de España está al mismo nivel de estupidez conceptual, pero no lo es, claro que no, decir que somos hijos de nuestros padres y, por extensión, su propiedad más valiosa, con excepciones, obviamente.

Claro que el problema nunca ha estado en proclamar nuestra relación filial con Dios o la virgen María, el Estado, España o con los padres. El problema está en saber en qué queda convertida esta propiedad. ¿Para qué y cómo la usamos? ¿Para hacer clones ideológicos de sus padres?

Es lo habitual. Porque los padres, todos los padres sin excepción, consideramos que nuestros conceptos claves de la vida, la mayoría de ellos abstractos -felicidad, libertad, amor, trabajo-, son una maravilla que lleva directamente a nuestros vástagos a la suma felicidad y a un desarrollo superlativo de su inteligencia. Para comprobarlo, basta vernos a nosotros mismos, sus padres, lo felices que somos y lo inteligentes que somos cuando abrimos la boca.

Hacer de los hijos clones de los padres no es que sea una actividad reaccionaria e inmovilista donde las haya, sino una falta de respeto absoluta a la propia autonomía de la infancia. 

Si tanto respeto piden las derechas por sus hijos y su educación, ¿por qué no esperan a que les llegue el uso de la razón cartesiana para que decidan por sí mismos qué es lo que quieren ser, pensar y creer en todos y cada uno de los órdenes de la vida? Sencillamente, porque no les da la gana y porque con sus hijos hacen lo que quieren, ya que este querer es el summum del bien.

No ignoramos que existen padres desgraciados que cogen a sus hijos recién nacidos y los tiran a un contenedor por los más diversos motivos locos que podamos imaginar. Nos escandalizamos con razón, porque ese uso libérrimo de la propiedad privada que se ejerce sobre los propios vástagos termine en un acto criminal. Claro. Porque a nadie le asiste razón alguna para matar a su hijo, aunque sea de su propiedad.

Claro que, si los hijos son propiedad de los padres, nadie impedirá que hagan con ellos lo que quieran. Casado dixit. Y es evidente que la escala de hacer lo que uno quiera con sus hijos estará determinada por lo que a los padres les parezca mejor, pero, si dicho mecanismo, lo pone en marcha el Estado, que también quiere lo mejor para sus ciudadanos, entonces, será intrínsecamente perverso y sectario, porque el Estado es intrínsecamente perverso cuando son los otros quienes mueven sus engranajes institucionales.

No rizaré más el rizo de lo evidente, pero algo terrible está pasando cuando un aspirante a presidente de Gobierno proclama enfurecido cual cornudo de comedia barata que “sus hijos son míos y no del Estado”. Escalofriante.

El pimpampum del Pepevox

Parece que por Murcia las pretensiones de las derechas, no solo tratan de meterle mano a las actividades extraescolares, sino de modificar los contenidos de las asignaturas, potestad que solo incumbe a los poderes públicos. En cualquier caso, todo un detalle de respeto y de consideración al profesorado y a los Consejos Escolares, que, al parecer, no tienen idea de lo que se llevan en sus manos y que, si son de izquierdas, lo ensucian todo, según Casado.

Estos “superespañolazosmegaconstitucionalistas” lanzan, cada dos por tres, pepinazos contra contenidos establecidos en la Constitución y en la legalidad vigente, utilizando, además, la vía judicial para seguir montando pollos y lo que no se entiende es que, ni por parte de los políticos ni de los jueces, les caigan las denuncias pertinentes, ni que les paren las manos y los pies desde la judicatura con multas correspondientes por entorpecer el normal funcionamiento democrático de la vida con franquistadas continuas.

¿Nadie les va a empurar por afirmar, por ejemplo, que en la enseñanza se imparte a la chavalería “juegos eróticos” y que son corrupción de menores? ¿Nadie les va a llamar a capítulo por decir que “este es un gobierno de perturbados y totalitarios”?

La clave de este franquismo, ya no latente sino patente, tiene su fundamento primero en una judicatura organizada, heredada y atada desde las entrañas del Régimen. Son ellos los que controlan el juego político, ante el cual o los socialistas se sacuden la basura que, desde la Transición terminaron por acostarse en el mismo lodazal, o solamente, les queda seguir siendo marionetas de los Marchena, Llarena, Espejel… La parcialidad e impunidad en sus fallos resulta ya escandalosa.

forgesEl problema de fondo viene de antiguo. Forges lo describía muy bien en 1984 en una de sus impagables viñetas reproducida en Diario 16.

Para colmo, esta avalancha fascista asienta sus berrinches en el articulado de la Constitución o apelando al hecho de que la igualdad de género, pongo por caso, es ideología, comunista por supuesto, soslayando de modo cínico y mentiroso que se trata de una obligación derivada de convenios internacionales y de la misma Constitución.

Se agarran como a clavo ardiendo al Artículo 27.3 que sostiene que “los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”.

Este artículo, no solo es una fuente de malentendidos e interpretaciones variopintas, sino que se contradice con la formulación de que estamos en un Estado Aconfesional, tal y como se establece en el artículo 16.3: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”.

Por un lado, no se entiende que en un Estado aconfesional la formación religiosa y moral tenga que estar garantizadas por dicho Estado. Esta formación religiosa y moral es incumbencia de los padres y de nadie más o de aquellos a quienes los padres contraten y paguen para que sus hijos sean ilustrados en dichas materias.

El Estado no tiene por qué meter en ellas ni sus manos, ni sus narices. Si la derecha fuese consecuente con este dictamen -“retira tus sucias manos de mis hijos”-, debería renunciar por completo a que dicho Estado le garantice nada en este terreno, porque son los padres, en efecto, los únicos que están oficialmente reconocidos para que les metan mano.

Por otro, aunque los padres sigan sacando consecuencias políticas, jurídicas y económicas de ese artículo, si lo leen bien, observarán que el Estado no se compromete en ningún momento a dar un duro para garantizar a los padres su férreo compromiso de adoctrinamiento religioso y moral de sus hijos. Ni tampoco a que tal formación se haga en los locales de la administración pública.

Claro que el Estado, y más en concreto el Gobierno, si quiere de una vez por todas evitar estas engorrosas interpretaciones por parte de tirios y troyanos, lo mejor que podría hacer es cortar de cuajo el cordón umbilical que lo ata al Concordato con la santa Sede. La de problemas de todo tipo que vería solucionados automáticamente si diese tal paso. Pero con semejante argolla al cuello y con un articulado constitucional que solo favorece la ambigüedad y la distorsión interpretativa, no saldremos nunca de este atolladero, donde la derecha siempre ha chapoteado mejor que la izquierda.

Es bien sabido que la Constitución no consagra el derecho y la obligación de la formación científica del alumno. ¿Qué hubiese sucedido si tal cosa fuese una realidad? ¿Qué habrían dicho los padres? ¿También la derecha reivindicaría un pin parental al respecto? No lo parece. La formación científica importa poco. Si al alumnado se le meten en su cerebro ideas científicas más o menos descabelladas o fuera de la órbita actual de la explicación y descripción de ciertos fenómenos poco importa, pero si defiendes la igualdad entre personas de distinto sexo, apaga el incienso y vámonos.

Tampoco, es competencia del sistema educativo formar religiosa y moralmente a su alumnado. De hecho, el artículo de la Constitución tampoco lo establece. Esta formación religiosa y moral pertenece a la sabiduría de los progenitores.

El sistema educativo no es lugar para educar moral y religiosamente a nadie. La moral y la religión son cuestiones tan delicadas que resulta peligrosa dejar su educación en manos del sistema educativo, que es, esencialmente, plural y la formación religiosa y moral que se pretende es uniforme y homogénea, como es la que defiende PP y Vox.

Llevamos años convirtiendo el sistema educativo en la panacea de todos los problemas que produce la sociedad. Pero raro será que la escuela solucione problemas que ella no ha creado.

Ni la educación moral ni religiosa deberían ser competencia de la escuela, a no ser que así lo estableciera por imperativo categórico el Estado, lo que sería terrorismo educativo, que es lo que hizo el franquismo a una con el nacionalcatolicismo. Eso fue ni más ni menos la enseñanza nacionalcatólica durante más de cuarenta años y eso es lo que, al parecer, quiere la derecha de este país. Convertir la escuela en correa de transmisión de supuestos valores basados en principios y verdades que no tienen ninguna verificación empírica y científica como todas las supuestas verdades morales y religiosas derivadas de las religiones monoteístas al uso y de una moral, la católica, que no ha cesado de dar quebraderos de cabeza incluso a sus propios cultivadores más conspicuos.

La educación religiosa y moral explícitas deben salir de la escuela pública, porque son atentados directos contra la pluralidad y la aconfesionalidad del Estado que consagra la Constitución.

Si se piensa que, por no existir tal educación religiosa y moral, los centros se quedarán in albis en lo que se refiere a la formación en valores como la libertad, la responsabilidad, la igualdad, el respeto, el pluralismo y un etcétera axiológico que me ahorro de nombrar, es que ignora lo que es el sistema educativo. Si se piensa que los centros, caso de que rechacen la censura higiénica y responsable de los padres, se convertirán en antros de perdición, de erotismo y de pornografía como apuntan los desmadrados de VOX, eso significa que desconocen cómo funciona un Consejo Escolar y la Inspección Educativa.

Estos planteamientos invasivos olvidan el campo plural y sinérgico de los aprendizajes que se dan en el aula y en la mayoría de los espacios que se contemplan en ellos. Hace más de treinta años se hablaba y se escribía sobre el currículum oculto y de los componentes éticos, que no morales y religiosos, subyacentes en el aprendizaje de las distintas asignaturas impartidas, pues las palabras no son solo palabras.

Desde los Ministerios de Educación y Consejerías Autonómicas poco o nada se ha hecho por desvelar cuáles son estos ingredientes éticos y formativos que conlleva el aprendizaje de la lengua, de la matemática, de la historia, de la música, de la plástica, de las ciencias naturales y el medio.

Se sigue considerando que tales aprendizajes están desprovistos de componentes conductuales que se resuelven en comportamientos a favor de la igualdad, de la pluralidad, del respeto, de la solidaridad, de la comunicación… Cualquier asignatura al uso permite al alumnado reflexionar sobre múltiples cuestiones que tienen como fondo la vida pública e íntima, sin que tales problemas tengan que estar encapsulados en otra asignatura, como tienden a hacer los distintos Ministerios que ha habido, duplicando o quintuplicando materias extraescolares innecesarias.

¿Educación sexual del alumnado? No hay ninguna necesidad curricular de implementarla con materiales paralelos o complementarios.

Una formación científica facilitada por parte del profesorado de ciencias naturales y de biología da sopas con sapos a la llamada educación sexual… Para esta, ya están los padres. Nadie mejor que ellos para impartirla en sus respectivos hogares y, bueno, si la quieren pagar, ya saben el lugar correspondiente dónde obtenerla.

La formación científica es otra cosa y es una pena que el sistema educativo público actual no haya descubierto en ella una axiología para desarrollarla en el currículum del alumnado de cualquier edad.

Padres putativos, propietarios y custodios