viernes. 29.03.2024

Cosas del jurar

Ha sido notable el escándalo armado por diputados y senadores cuando, a la hora de formalizar su ingreso como representantes de la soberanía popular en el Senado y Parlamento, echaron mano de expresiones tan entusiastas como “por la libertad de los presos políticos; por el regreso de los exiliados; hasta la constitución de la república catalana; por imperativo legal, sí, prometo; por imperativo legal prometo, con lealtad primera y última a nuestro pueblo; por la democracia y los derechos sociales;por las clases trabajadoras; por todo el planeta o por las Trece Rosas”. Y, perfectamente, podían haber jurado también “por la memoria de mi padre y el asno de Buridán”. ¡Qué más da!

¿Cuántos de los corruptos que han poblado la geografía española juraron sus cargos de todo tipo delante de un crucifijo o de una biblia? Legión

Ni que decir tiene que la derecha y ultraderecha a la vista de tales perlas sintagmáticas han intentado montar un pollo de tal calibre acusando a estos diputados y senadores de haber insultado a España –la que aquellos representan–, además de no ser dignos de formar parte de la asamblea legislativa.

Vayamos al grano. Prometer lealtad o fidelidad en el desempeño de las leyes o de la constitución siguiendo este tipo de formulaciones no garantiza mejor el cumplimiento de tales leyes si se promete sin más o se hace por Dios o los santos evangelios. ¿Cuántos de los corruptos que han poblado la geografía española juraron sus cargos de todo tipo delante de un crucifijo o de una biblia? Legión.

Estaría bien que a quienes dicen ser nuestros representantes políticos les entrara una poco de discreción y dejaran de hacer el paripé con tanta performance ridícula y abandonaran tanta superficialidad.

De cualquier modo, estaría muy bien que estos políticos, arriba mencionados, que hilan tan fino para prometer sus cargos como senadores o diputados, se esforzaran en hacer lo propio cuando sus compañeros de partido no tienen escrúpulo en hacerlo delante de un crucifijo o de una biblia.

Que el juramento haya sido, según tesis común, la base del pacto político en la historia de occidente, no significa que lo tenga que seguir siéndolo en estos momentos cuando vivimos en tiempos en los que la autonomía civil está por encima de cualquier teocracia confesional. Lo que no significa, no debería, que la decadencia irreversible de este juramento se corresponda con una crisis del hombre como animal político. Tampoco es eso. Siempre ha habido gente que no cumple con la palabra dada, la haya jurado o no. Y jurar algo nunca ha garantizado que el ser humano cumpla con lo pronunciado en plan serio y se convierta en un buen animal político o social.

El juramento no crea nada, ni funda nada nuevo. Su finalidad es mantener sin que se rompa lo que está legislado. Es un acto de habla dirigido a confirmar una proposición, cuya verdad o efectividad intenta garantizar. Pero es evidente que la práctica se encarga de mostrar la fragilidad del hombre en relación con su esencia lingüística. El lenguaje nos ha hecho personas, pero hemos olvidado sus exigencias éticas.

En el origen del juramento, Dumézil cuenta que los pueblos indoeuropeos se juraban fidelidad y respeto para evitar que se invadieran y se destruyeran entre sí, amenazados por las tres plagas clásicas provenientes de la religión, de la economía y de la guerra. El objetivo de este juramento era claro: impedir que los pueblos se arrasaran entre sí. Pero, como recuerda Agamben, el perjurio estaba a la orden del día. Los pueblos indoeuropeos, como los que vinieron después, rompían el juramento –blasfemaban, es decir, rompían la palabra–, olvidando la esencia del lenguaje que es respeto al otro, jure o no jure. Platón, buen conocedor de la naturaleza humana, desaconsejaba el juramento de las partes en los procesos, porque de llevarse a efecto se descubriría que la mitad de los ciudadanos eran perjuros.

Comenta Agamben que el mal, al que el juramento debía poner coto, no era solo la no fiabilidad de los hombres, incapaces de mantenerse fieles a su palabra, sino una debilidad concerniente al lenguaje mismo, la capacidad de las palabras de referirse a las cosas y la capacidad de los hombres de asumir su condición de seres hablantes” (El sacramento del lenguaje. Arqueología del juramento, Pre-Textos).

Asumir esa dimensión significaba que no se podían traspasar los límites de ese lenguaje y, por lo tanto, invadir, arrasar, transgredir, anular y matar, ya que eran, lo siguen siendo, actos contrarios a la esencia del ser humano, que es de naturaleza lingüística. Mientras hablamos, no hay posibilidad de matarse, solo de maniobrar la muerte del otro.

El juramento actual es una fórmula que pertenece a esas estructuras  rancias que rezuman irracionalidad

El problema estaría en saber si alguien, cuando jura su cargo ante un crucifijo o una virgen, está anunciándonos que sus creencias religiosas intervendrán a la hora de tomar ciertas decisiones que afectan a la mayoría social. El alcalde de Madrid, por ejemplo, al decir que antepone la salvación de la catedral de Notre Dame al Amazonas revelaría ingenuamente que sus creencias religiosas están por encima de las leyes. En definitiva, un político poco fiable, a pesar de que diga lo que piensa.

Que no aparezca Dios en los actos protocolarios de la política no supone ningún avance importante, si, a continuación, quienes los protagonizan no toman otras decisiones laicistas en la vida social e institucional del país.

Recuerden a los militares que dieron el golpe de Estado contra la II República. Todos fueron perjuros

El juramento actual es una fórmula que pertenece a esas estructuras  rancias que rezuman irracionalidad. Una aberración lingüística a la que conduce un sistema autoritario que obliga a sus miembros a obedecer ciegamente sus ordenanzas o principios de conducta. Una persona que dice haber jurado estar dispuesto a morir y matar por la patria es un individuo que, si no alcanza la consideración de monstruo, le falta poco.

Nadie debería verse en la situación de jurar ni ante una biblia, ni ante un cristo, ni ante un juez, ni ante una bandera. El juramento es una convención aberrante e irracional que solo se justifica para apuntalar los dominios de quien ordena y manda. Ninguna práctica social debería basarse en juramentos y, menos aún, en invocaciones al nombre de un Dios falsable, es decir, sin que haya sido escaneada empíricamente su existencia. Y, menos aún, jurar un cargo político en un Estado aconfesional.

El juramento o la promesa laica no garantiza que quien lo perpetra no haga daño, no mienta y no haga cualquier tropelía contra los demás. El juramento no nos libra de las plagas que llevan a cabo quienes, después de hacerlo ante una biblia, manejan la política, la guerra y la economía. Ojalá que dicho juramento garantizase el bien, pero no es así. Recuerden a los militares que dieron el golpe de Estado contra la II República. Todos fueron perjuros.

Cosas del jurar