jueves. 28.03.2024

Historiadores "buenos" y "malos"

Resulta que unos profesores de historia, en la UPV, escriben un artículo en una revista y sentencian...

Es muy complejo saber qué es lo que mueve al ser humano a actuar de un modo u otro. Muchas veces nos preguntamos por qué alguien dice lo que dice y con qué intención lo hace. Y, sobre todo, desde qué orilla escribe, habla y actúa. Aclararía muchas posturas y muchas tesis que, bajo el celofán del equilibrio interpretativo, esconden actitudes que son representación delegada de la autoridad, a quien aquellas sirven a cambio de recibir sinecuras y prebendas.

Resulta que unos profesores de historia, en la UPV, escriben un artículo en una revista y sentencian deductivamente que los nacionalistas vascos están incapacitados de raíz para convertirse en discípulos de Herodoto, padre de la Historia. Al parecer, ser nacionalista es una tara mental, probablemente situada en el parietal izquierdo del cerebro que te impide escribir una historia científica y objetiva de la violencia en Euskadi. En realidad, ese historiador científico y objetivo de contar dicha historia no ha nacido aún, aunque algunos se consideren que están en posesión de aquellas inefables cualidades. Por si sirve de algo, recordaré lo que decía Bourdieu: “No puedo tomar posición, en tanto que científico, sobre las luchas a favor de la verdad del mundo social sin saber que lo construyo” (P. Bourdieu, El oficio de científico, Anagrama). Soy juez y parte, así que…menos lobos.

Desde luego el nacionalista metido a historiador jamás conseguirá alcanzar dichas cualidades. ¿Por qué? Según los historiadores aludidos, los nacionalistas-historiadores parten de una premisa aberrante: sostener la equidistancia interpretativa acerca de la violencia de ETA y la violencia del Estado. La primera es (ha sido), inmoral, cruel e innecesaria. Y no tiene ningún origen, ni político ni ético, que la justifique. La segunda no, que es ética, justa y moralmente necesaria. Sin ella, el Estado de Derecho se iría a la mierda. Y en esto último tienen razón, pues el Derecho sin la violencia ejercida por el Estado sería una mierda. La historia que narran los nacionalistas pertenece a una mitología que mata, por lo que todo lo que cuenten será una mistificación de la memoria para justificarla. En cambio, la historia que narran los que dicen que no son nacionalistas, solo patriotas españoles, es la fetén.

Más todavía. Estos profesores consideran que los nacionalistas-historiadores se hicieron el harakiri como investigadores, pues en las anteriores elecciones autonómicas de 2012 pidieron el voto a EH-Bildu y, por tanto, se hicieron reos de la mensajería de ETA. He aquí un grosero reduccionismo interpretativo impropio en quienes se las dan de objetivos y científicos. Es ilusorio pensar que todos los nacionalistas existentes en el marco de la CAV y de Navarra votaron a EH-Bildu. Menos verdad será sostener que todos los nacionalistas metidos a historiadores cojean por el mismo retorcijón. No hace falta ser nacionalista de ningún tipo para sostener las mismas posturas interpretativas que hacen algunos nacionalistas sobre la violencia de ETA, como no hace falta ser españolista para aceptar algunas interpretaciones que hacen ciertos historiadores españoles sobre ciertas parcelas de la realidad histórica, pasada y reciente.

Mucho me temo que estos historiadores consideren que por ser nacionalista uno nunca pueda llegar a ser ni buen escritor, ni ingeniero, ni carpintero ni médico. Y seguro que cuando se comen un besugo preguntan quién lo pescó, si un arrantzale votante del PP o de Bildu.

La lucha entre discursos legitimadores de una parte de la historia reciente –Guerra Civil, Posguerra, ETA-, está en continua efervescencia. Lo que se cuestiona es el principio de legitimidad doctrinal. Las relaciones entre las normas de conducta de la comunidad científica y el problema de la validación del conocimiento siguen dando muchos quebraderos de cabeza.

¿Cuáles son los canales de legitimidad de estos discursos sobre lo histórico? ¿Quién es el sujeto privilegiado que, investido de una autoridad que ningún poder ostenta de forma nítida y no es reconocida de manera inequívoca, está legitimado para establecer unos juicios como "objetivos", "científicos", y, por el contrario, rechazar otros por considerar que no cumplen el requisito, al parecer inexcusable, del “relato ético” y, más perentoriamente, de la supuesta asepsia y objetividad del discurso científico?

Precisemos. Por un lado, se parte de un "inconsciente ideológico" para "tematizarlo y teorizarlo", como hacen "los filósofos, los críticos y los historiadores". Por otro, se retorna a ese "inconsciente" para que esa "ideología" se convierta socialmente en un "inconsciente admitido" y aceptado por todos, como si se tratara de una verdad objetiva cuando se trata de una "verdad de clase". Legitimar es igual a dominar. Toda legitimación conlleva la destrucción de la crítica contraria para establecer en su lugar una nueva crítica, que no puede entenderse sino como el mecanismo de su legitimación para alcanzar finalmente el nivel de su hegemonía.

Alguien preguntará que a qué viene todo esto. Viene a cuento del artículo firmado por los profesores de la UPV, L. Castells y F. Molina, en la revista Ayer 89/2013, titulado Bajo la sombra de Vichy: el relato del pasado reciente en la Euskadi actual, donde dictan sentencia acerca de quiénes son los “verdaderos y auténticos historiadores” de esta tierra. Un artículo que rezuma ideología incluso en las notas a pie de página. Menos mal que se trata de historiadores. ¡Y pensar que a estos profesores el gobierno vasco les ha encargado la elaboración de un dictamen sobre la violencia en Euskadi! ¡Para echarse a temblar!

Por cierto, nunca hubiera sospechado que una nota a pie de página resumiera tan bien la tesis restrictiva que defienden sus autores. En ella sacan a relucir el maniqueísmo en el que como historiadores chapotean, y eso que se las dan de científicos y de estar por encima del bien y del mal. A propósito de un artículo de J. Mª Esparza, titulado “El Sortu que yo quisiera” (Gara, 12.7.2012), aclaran que “Esparza es el director de la editorial Txalaparta, fábrica principal, junto con la editorial Pamiela, de la nueva memoria colectiva del nacionalismo radical vasco, que produce a ritmo estajanovista todo tipo de obras “históricas” que patrimonializan los escaparates de la principal cadena de librerías y empresa distribuidora local”.

Esta nota desprecia y ningunea el trabajo, no solo de las editoriales nombradas, sino, sobre todo, el de aquellos profesionales que han publicado en ellas. Castells y Molina sugieren que se han leído lo que estas editoriales han publicado frenéticamente, y se carcajean entre comillas de que se caracterice dichas obras como históricas. ¡A ellos se lo van a decir que poseen la patente de distribución del bueno y del mal historiador!

Ciertamente, haríamos mal en desaprovechar la sabiduría de estos equilibrados historiadores. Si tanto les preocupa la decadencia investigadora en la que nadan estas editoriales, estaría bien que nombraran qué autores y obras de historia publicadas por la editorial Pamiela se basan en un “discurso moralizador, equidistante y ahistórico” y aquella otras donde se evidencia que “la memoria, como forma de conocimiento, es el método seguido por su autor”, y no el examen concienzudo y contrastado de archivos y legajos. El servicio que prestarían a la comunidad científica de historiadores de cualquier matiz sería inmenso y muy profiláctico.

Si caen en dicha tentación para superarla, sería deseable que su análisis no se redujera a una nota a pie de página. Sería una afrenta a su inteligencia.

Historiadores "buenos" y "malos"