viernes. 17.05.2024

¡Ha estallado la paz mundial!

No he encontrado ningún texto actual que considere la guerra como una bendición. Ni como medio, ni como fin. Ni siquiera como mal menor e inevitable. Al contrario, todo son pestes y maldiciones contra ella...

No he encontrado ningún texto actual que considere la guerra como una bendición. Ni como medio, ni como fin. Ni siquiera como mal menor e inevitable. Al contrario, todo son pestes y maldiciones contra ella.

Incluso airean textos clásicos, como el de Kant, el de "La paz perpetua", para debelarla en grado sumo y recordar su maldad intrínseca. El veredicto textual es unánime: «la guerra es una mierda».

Y, sin embargo, los dirigentes de los países occidentales –sin consultar para nada a la sociedad-,  han decidido al unísono democrático revolcarse en ella y moverla una y otra vez hasta que llenen el mapa mundi de su pestilente olor. No se entiende muy bien que algo tan intrínsecamente perverso sea deseado con tanto ardor por una clase dirigente inteligente y cultivada. Quizá, se deba a que sus cerebros han pasado de concebir una sociedad ideal a una sociedad razonable, y ya se sabe que donde la razón impera por misiles se acaba imponiendo más que la verdad auténtica de las gentes la verdad mediática y los sondeos de opinión que manejan los políticos. 

La primera explicación que me doy a mí mismo de esta locura belicista la encuentro en Hegel aunque no lo hayan leído la mayoría de los políticos. Al filósofo alemán le parecía ajustado al derecho del más fuerte sacudir con una guerra de vez en cuando los cimientos de modorra moral en que la sociedad se adormecía en periodos de paz. Se entiende así que Obama y los suyos, cuya moral de poder y de orgullo, simbolizados en unas torres, ya demolidas, intenten animarse nuevamente entrando en una guerra que de entrada ya consideran ganadas.  Al final, Obama como Bush: otro idiota moral, guardián de la moralidad mundial.  Solo le ha faltado decir que, también, ha tenido un sueño, en el que se le conminaba a terminar con la situación de Siria.

La segunda explicación la encuentro en Unamuno, en un texto de 1909. A propósito de la guerra del Rif, dice: «Empiezo por deciros que a mí me parece muy bien la guerra. Sin invocar el testamento de Isabel la Católica, ni aducir la probable hermandad de raza entre nosotros y los rifeños, creo que a nosotros, como a otros colectivos, nos conviene vernos en estos trances para que se despierte el espíritu colectivo nacional» ("De patriotismo espiritual. Artículos en La Nación de Buenos Aires", 1901-1914). Pero el bilbaíno, cuando le tocó ir a luchar como soldado a Cuba, hizo todos los posibles para escaquearse de dicha obligación. 

Todas las guerras poseen la virtud despreciable de despertar ese maldito espíritu colectivo nacional. Y sorprende que sea Unamuno, más individualista que un erizo, quien lo echase de menos y tratara de recuperarlo mediante la incursión guerrera. Pues las guerras, todas las guerras, son una atrocidad y de ellas no puede salir nada bueno, ni en clave individual, ni en clave colectiva.

Sin embargo, la mayoría de los textos que salen de la Casa Blanca van en la repelente línea de Unamuno. «Nos vamos a afirmar como nación, como americanos”. ¿Cómo?  Mediante el aplastamiento y aniquilación de los otros, de los malos y de los terroristas. Y el Occidente político, aplaudiendo tales muestras de miseria moral. Ni una voz en contra, excepto Rusia, que no es Europa, sino Putin y su petróleo. ¡Pobre Occidente! ¡Con el rabo encogido entre las piernas y tirando por la borda del cinismo un discurso humanista de veinte siglos sobre la piedad, el perdón y la dignidad... y del que tanto ha presumido en periodos de paz…! ¡No hay quien te reconozca!

La tercera explicación es la más humana, y por tanto la que más deshumaniza a quien la practica, porque coloca a la misma altura a la víctima y al verdugo: la venganza justiciera. Un plato, más o menos frío, que en política no está al alcance de cualquier paladar. Sólo USA es único, grande y libre para hacer lo que le salga de su omnipotencia.  

USA volverá llamar a esta operación militar en Siria como lo diga Superman o Rambo, «libertad duradera» o «justicia infinita», pero ya estamos curados de espantos y de eufemismos. Será lisa y llanamente una mierda.  

Empezaron calificando de «acto terrorista» la destrucción de las torres gemelas y terminaron llamándolo «acto de guerra», con el aplauso de la OTAN y su quinto artículo. Desde luego, esta gente, cuando quiere, no tiene ningún problema en aplicar la disposición transitoria o permanente que les apetezca. Son unos genios del derecho internacional y del cambalache jurídico.

Es verdad que a estas alturas, y dada la deplorable actitud de Occidente, de nada sirve argüir que lo de las torres gemelas fue un acto terrorista y no un acto de guerra. Fue USA quien exigió dicho tratamiento bélico, a pesar de señalar a un terrorista como causa directa del atentado.

Ahora sucede lo mismo. Paradójicamente, se responde con una guerra para perseguir «solamente a los terroristas», pero lo pagará un país entero. La contradicción es tan inmensa que la mejor manera de hacerla gráfica sería plantearla tan desnuda como cruelmente: ¿imaginan al presidente del Gobierno español persiguiendo en su día el terrorismo de ETA dando la orden de bombardear a Euskadi?

Tan peligrosa como la guerra va a ser la paz que nos espera. Ya decía Tácito que estos demócratas convierten una ciudad en un desierto y lo llaman paz. Más que una guerra lo que va a estallar es, una vez más, la neurosis de una paz mundial.

 Me temo que, dado el clima de idiotismo moral de los dirigentes mundiales actuales, terminaremos sufriendo más si cabe la aplicación más nefasta del llamado pensamiento totalitario ese que se resuelve en fundamentalismo democrático, y del que en España tenemos en el gobierno un representante más que cualificado.

¡Ha estallado la paz mundial!