O dicho de otro modo: “¿De qué ética hablan los políticos cuando hablan de ética? Y, más en concreto, cuando Chivite exige a EH-Bildu una reflexión ética, ¿qué significado le atribuye a la palabra ética? ¿Lo que habitualmente se entiende? Si es así, tenemos un problema de comunicación. Así que precisemos. Cuando un político de Navarra Suma dice ética, ¿significa lo mismo que cuando lo hace María Chivite? No hay modo de saberlo.
Hagan, si no, la prueba. Coloquen en una habitación a cinco políticos del arco ideológico que deseen. Pueden ser de idéntica camada. Entréguenles una hoja en blanco y un bolígrafo. A continuación, pídaseles que definan ética. Pongan en común sus definiciones. Al instante verán sus rostros reflejando un rictus de perplejidad al constatar que no atribuyen el mismo significado a la palabra. Y, sin embargo, dicen que se entienden entre sí cuando hablan de responsabilidad, reflexión, convicción, razón y política éticas… Si no, no montarían en cólera cuando a uno de ellos se le ocurre decir que el otro no la tiene.
Al paso que llevamos destrozando el significado de ciertas palabras, a algunas de ellas, como ética, habría que declararla muerta y, a continuación, enterrarla como hacía Cinoc, personaje de La vida instrucciones de uso, de Perec.
Cuando se pilló in fraganti a los políticos navarros que cobraban comisiones de la CAN por hacer nada y fueron afeados al aplicárseles el escáner kantiano del imperativo categórico moral, ¿qué hizo Barcina y su monipodio? Apelar al reglamento legal que ellos habían elaborado para pasarse por la piedra de la vergüenza cualquier invocación ética, antigua, moderna o posmoderna.
Si los políticos utilizan dicha palabra, deberían concretar su significado. Y aclarar, sobre todo, si se trata de una ética que está por encima de las componendas de la ley y de la constitución o, por el contrario, es mero apaño retórico.
Mi opinión es que a los políticos habría que prohibirles por decreto su uso. No se alarmen. Les haríamos un favor y, finalmente, nos lo habrían de agradecer. De ese modo, evitarían caer en el ridículo y dejarían de chulear creyendo que por reivindicarla están por encima de la honradez de los demás. Los partidos de este país, si fueran inteligentes, tendrían que prohibir a sus dirigentes utilizar dicha palabra como arma arrojadiza para tildar el comportamiento de los demás. Es un boomerang y tiene, además, carácter retroactivo.
No dispongo del correspondiente diapasón para medir la ética que comportan los actos de los seres humanos. En cambio, Chivite, no solo debe de poseerlo, sino que es capaz de establecer quién necesita bañarse en dichas aguas morales.
Como quiera que la mejor manera de aquilatar el grado ético de un acto consiste en analizarlo y comprobar el grado de justicia en que se basa, no estará de más escanear críticamente algunas situaciones durante y después del nombramiento de Chivite como presidenta del nuevo gobierno foral y que, rara vez, reciben la calificación de éticas o todo lo contrario. Había pensado que, si Chivite exigió a Bildu una reflexión ética, lo fue porque ella, si de algo anda sobrada, es de virtuosísimo kantiano o weberiano.
¿Lo está? Pues, si no se falta por preguntar, pregunto.
¿Es ético hacer una defensa del Medio Ambiente como hace el PSN, además de invocar la necesidad de tomar medidas contra el cambio climático, y al mismo tiempo no decir una palabra sobre la existencia de un Polígono de Tiro en un espacio de reserva natural de la Biosfera llamado las Bardenas, donde, para mayor cinismo, se adiestran soldados para la defensa de la Patria, pero, también, para la guerra y que, cuando esta estalla en el mundo, lamentan los políticos socialistas?
¿Es ético mantenerse indiferente ante el artículo 135 de la Constitución que impone como prioridad de pago la deuda contraída por una comunidad autónoma antes que garantizar una vida digna de los ciudadanos y sus derechos sociales? ¿Hay alguna ética que justifique semejante incongruencia constitucional? ¿Es ético negarse a intercambiar opiniones con un partido político que, cumpliendo todos los sacramentos de la política actual, recibió la cifra de 51.000 votantes en las últimas elecciones forales? ¿Existe alguna ética moderna o posmoderna que justifique semejante aberración cuando por activa y por pasiva cualquiera entiende que solo el diálogo -aunque sea de besugos-, es el único camino para solucionar o atemperar conflictos?
¿Es ético perpetuar el discurso de que “todo es ETA” en el monte cuando hace tiempo que tal organización abandonó las armas optando por la vía política institucional como querían los constitucionalistas?
En fin. ¿Es ético que el nuevo gobierno foral pase de nueve a trece consejerías, con 32 direcciones generales, diez más que el anterior gobierno? ¿Es ético que los cargos de libre designación alcancen la soberana cifra del casi 33%? ¿Es ético mantener y alimentar un sistema de dedocracia para nombrar cargos, siendo el amiguismo y la connivencia ideológica, únicos criterios decisorios y determinantes para hacerlo? ¿Se puede saber en qué ética de la convicción y de la responsabilidad se ha inspirado Chivite para configurar dicho organigrama?
No me cabe la menor duda de tal impulso dedocrático es completamente legal. Pero, ¿es ético?
Cierto. María Chivite nunca ha reivindicado para sí y para su gobierno la ética; solo la ha exigido en los demás. La relación de preguntas anteriores explicaría el porqué de dicho olvido.